sábado, 22 de noviembre de 2008

4x4

Estonia, Letonia y Lituania eran de esos países que cuando los estudiaba en geografía decía: "En la puta vida voy a pisarlos". Que equivocado que estaba. Claro que cuando yo estudié geografía eran parte de la Unión Soviética. Pero a decir verdad no esta mal dedicarles una semanita y recorrerlos a los tres. Algún entendido dirá que merecen más tiempo, y puede que sea cierto, pero con uno, dos o tres días en cada capital a mi me bastó.
La capital de Lituania, Vilnius, es una bella ciudad, coronada en un extremo por un monte donde se encuentra un antiguo fuerte que hoy sirve de mirador hacia la ciudad. Kaunas, la otra ciudad importante de Lituania, tiene una zona antigua muy bonita. Lo curioso de este lugar es que a todos los que le preguntamos qué hacer nos dijeron de ir a la Acrópolis. Nosotros creíamos que eran una ruinas griegas de mil años o algo de ese estilo. Resulto ser un centro comercial, con menos de diez años de antigüedad. El único de la ciudad y lo único abierto el domingo. Me maravilló algo que, creo, era la fiesta de una calle. Los negocios de la misma ponían una mesita en la acera y regalaban muestras de sus productos. Comimos un poco de torta, tomamos un café y fuimos invitados a un sótano donde además de agasajarnos con vino escuchamos en vivo un violonchelo y tres violines interpretando a Piazzolla.
Riga, capital de Letonia, más allá de sus puentes, su río, sus magníficos edificios antiguos, tuvo el valor agregado de que nos encontramos con gente amiga. Al igual que cuando se cumplió un mes desde la partida de Barcelona nos encontramos con amigos míos, ahora en Riga, al cumplir los dos meses de viaje, nos encontramos con Leonardo, un amigo de Naty, y con su primo Leandro. Cena y birras hasta entrada la madrugada fue el factor común de las dos noches en Riga.
En el auto que ellos tenían llegamos hasta Tallin, capital de Estonia. Quizás sea porque la recorrimos a esa hora de la tarde donde las farolas están encendidas pero la luz del sol todavía alumbra, o quizás por la magnífica catedral ortodoxa rusa, o porque de todas las capitales de estos países ésta es la que mejor restaurada está, pero fue la que más me gustó. Realmente me pareció una preciosidad.
Más allá de la hermosura de estos lugares, esta parte del viaje que comenzaba me asustaba un poco. Estoy muy bien acostumbrado a viajar solo. De esta manera voy a donde quiero, me quedo los días que quiero, como donde quiero y a la hora que quiero. Viajar de a dos implica hacer un aprendizaje para tener en cuenta los deseos y necesidades del otro. Viajar de a cuatro, sometiendo cada decisión a los gustos de cada uno y tratando de que todos quedemos satisfechos se me hizo un tanto difícil y agotador. Por suerte la compañía era buena.

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