lunes, 24 de noviembre de 2008

Un largo e interminable camino

Salimos de Tallin un miércoles a las 10:00 de la mañana con el auto. El plan era ir hasta Praga, a mil seiscientos kilómetros de distancia. Planeamos hacer noche en un pueblo de Polonia que estaba a unos 1.100 Km de nuestro punto de partida. Éramos cuatro conductores y el plan era mantener en buen ritmo. Era un buen plan, lástima que no lo pudimos cumplir. Quizás los cuatro argentinos ya nos acostumbramos a las autopistas españolas o quizás fuimos unos ingenuos. Para mantener un promedio de cien kilómetros por hora hay que ir bastante más rápido que eso y hacer paradas breves sólo cuando hubiera que cargar combustible. Nada de eso ocurrió.
Largas filas de camiones, tramos donde la ruta era sólo de un carril, con lo cual había que esperar nuestro turno para avanzar. Malas indicaciones de las rutas. Atravesar ciudades sin circunvalación. Todo eso contribuyó a que lleguemos al pueblo donde queríamos hacer noche a las 3:00 de la madrugada. Tardamos media hora más en encontrar el hostal, donde fue imposible pernoctar porque estaba completo. Finalmente decidimos seguir camino hasta Praga, ya que tan solo faltaban quinientos kilómetros. Diez horas más tarde arribamos a esta ciudad. Tal cúmulo de horas fue en parte por una densa neblina que impedía ver a cinco metros y nos obligó a detenernos en una estación de servicio, a las 6:00 de la mañana y con cero grados. En parte el retraso fue gracias a los fondos de integración europea, que logran que en Polonia a todas las rutas las estén refaccionando o convirtiendo en autopistas. Esto suena bien pero hay que entender que esta todo cortado, lleno de desvíos, con máquinas trabajando y momentos en que cortan la circulación de vehículos.
Llegamos a Praga después de un viaje en coche de veintisiete horas. Algunos de ustedes pensaran que viajar en coche es una mejora con respecto a viajar en tren. Les quiero aclarar que no sólo era un coche chico, sino que las mochilas no entraban en el maletero por lo que fueron en el medio del asiento trasero. Tres de los cuatro ocupantes éramos hombres, cuya higiene no siempre es la mejor y a partir de la doceava hora encerrados en un auto eso se nota. Por otro lado sólo había dos CD, uno de música punchi punchi de Ibiza y el otro incluía hits de Cristian Castro. Además, como ironía del destino, el coche era un Skoda Fabia, auto de origen checo cuya campaña publicitaria se realizó en Buenos Aires y en la que yo trabajé la última vez que estuve en Argentina.
En cuba viajar para mi fue una odisea, en Marruecos tuve alguna que otra experiencia con final no muy feliz en el trasporte público. Ni que decir tengo de los Chiken Bus de Guatemala. Pero este viaje se lleva el premio al más largo, más cansador y más maltratador para mi cuerpo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

4x4

Estonia, Letonia y Lituania eran de esos países que cuando los estudiaba en geografía decía: "En la puta vida voy a pisarlos". Que equivocado que estaba. Claro que cuando yo estudié geografía eran parte de la Unión Soviética. Pero a decir verdad no esta mal dedicarles una semanita y recorrerlos a los tres. Algún entendido dirá que merecen más tiempo, y puede que sea cierto, pero con uno, dos o tres días en cada capital a mi me bastó.
La capital de Lituania, Vilnius, es una bella ciudad, coronada en un extremo por un monte donde se encuentra un antiguo fuerte que hoy sirve de mirador hacia la ciudad. Kaunas, la otra ciudad importante de Lituania, tiene una zona antigua muy bonita. Lo curioso de este lugar es que a todos los que le preguntamos qué hacer nos dijeron de ir a la Acrópolis. Nosotros creíamos que eran una ruinas griegas de mil años o algo de ese estilo. Resulto ser un centro comercial, con menos de diez años de antigüedad. El único de la ciudad y lo único abierto el domingo. Me maravilló algo que, creo, era la fiesta de una calle. Los negocios de la misma ponían una mesita en la acera y regalaban muestras de sus productos. Comimos un poco de torta, tomamos un café y fuimos invitados a un sótano donde además de agasajarnos con vino escuchamos en vivo un violonchelo y tres violines interpretando a Piazzolla.
Riga, capital de Letonia, más allá de sus puentes, su río, sus magníficos edificios antiguos, tuvo el valor agregado de que nos encontramos con gente amiga. Al igual que cuando se cumplió un mes desde la partida de Barcelona nos encontramos con amigos míos, ahora en Riga, al cumplir los dos meses de viaje, nos encontramos con Leonardo, un amigo de Naty, y con su primo Leandro. Cena y birras hasta entrada la madrugada fue el factor común de las dos noches en Riga.
En el auto que ellos tenían llegamos hasta Tallin, capital de Estonia. Quizás sea porque la recorrimos a esa hora de la tarde donde las farolas están encendidas pero la luz del sol todavía alumbra, o quizás por la magnífica catedral ortodoxa rusa, o porque de todas las capitales de estos países ésta es la que mejor restaurada está, pero fue la que más me gustó. Realmente me pareció una preciosidad.
Más allá de la hermosura de estos lugares, esta parte del viaje que comenzaba me asustaba un poco. Estoy muy bien acostumbrado a viajar solo. De esta manera voy a donde quiero, me quedo los días que quiero, como donde quiero y a la hora que quiero. Viajar de a dos implica hacer un aprendizaje para tener en cuenta los deseos y necesidades del otro. Viajar de a cuatro, sometiendo cada decisión a los gustos de cada uno y tratando de que todos quedemos satisfechos se me hizo un tanto difícil y agotador. Por suerte la compañía era buena.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Horror

Arbeit macht frei es la frase que se leé al entrar a Auschwitz. Significa El trabajo hace libre. Eso era lo que veían las miles de personas que entre 1940 y 1945 fueron a parar a este complejo, que fue parte del mayor campo de concentración y exterminio de la Alemania nazi. Atravesar hoy esos alambres de púas y caminar por el campo causa una sensación en el pecho similar a la que se sentiría si te tiran una tonelada de plomo encima. A pesar de ello yo creo que hay que ir.
La fábrica de muerte funcionaba de una manera tan despiadada que da escalofríos. Los trenes llegaban y entre el setenta y el setenta y cinco por ciento de sus ocupantes directamente pasaban a la cámara de gas. La gente se desvestía para ir a darse una ducha de la cual nunca salía agua. Los nazis se quedaban con sus pertenencias. Le cortaban el pelo y lo vendían a fábricas textiles. Les sacaban los dientes con empastes de oro y los fundían para financiar la guerra. Las cenizas que no salían por las chimeneas y eran respiradas por los vivos, se recogían en los hornos y se usaban como fertilizante de los campos vecinos. Todo era aprovechable, con todo se lucraba. Muchos de los que no iban a la cámara de gas morían por el agotamiento del trabajo esclavo, el hambre, la tortura o enfermedades originadas por las pésimas condiciones sanitarias.
Auschwitz Uno era originalmente un cuartel militar polaco que los Nazis ocuparon. No era muy grande y por eso a tres kilométricos construyeron Auschwitz Dos. Si Auschwitz Uno impresiona, ir a Auschwitz Dos hiela la sangre. Al caminar por las ciento setenta y cinco hectarias del campo se van viendo los restos de las más de trescientas barracas. Las primeras eran construidas de ladrillo. Después directamente de madera, sin piso. Las camas eran tablas, con suerte tenían un poco de paja. Cinco o seis personas dormían en la misma cama. La vista desde la torre de vigilancia más alta, donde se ve en toda su extensión el campo me dejó mudo. El final de las vías del tren. Los restos de lo que fueron las cuatro cámaras de gas y los crematorios. Las ruinas del laboratorio del Dr. Mengele.
Al recorrer los interminables kilómetros del campo no pude más que preguntarme como es que todo eso fue posible. ¿Tanto odio? ¿Tanta falta de humanidad puede llegar a tener el hombre? Parece increíble que tanta maldad sea posible. Que aquella locura haya tenido tantos cómplices. Después recuerdo que la gente no elije entre hacer el bien o el mal. La gente elije entre hacer lo correcto o lo que le es cómodo. Siempre hay gente que prefiere no perturbar su modo de vida. Que quiere cuidar su metro cuadrado de tierra. Su trabajo. Gente que guarda silencio para proteger su posición social. Gente que por acción o inacción se hace cómplice de tanta locura.
Esta historia parece un mal cuento de terror. Pero fue real. Por eso creo que hay que ir a Auschwitz. Más allá del dolor que uno siente al caminar por el campo, más allá de las lágrimas, más allá de la rabia o impotencia, recorrer el campo se hace necesario para que en la piel se quede como un tatuaje lo que fueron los horrores de la segunda guerra. Para que en la memoria se grabe a fuego todo aquel sufrimiento que no debemos olvidar.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Orígenes II

Yo quería ir a Pruchnik, en Polonia. ¿Por qué? Allí no hay nada me decían los polacos a los que le contaba mi deseo. Yo quiero ir igual, porque es el lugar donde nació mi bisabuelo. De él heredé la carga genética rubia. Gracias a él gozo del privilegio de poder ser "in cívico" en cualquier lugar del mundo tranquilamente sin que la policía me moleste.
Desde Cracovia nos tomamos un tren por dos horas y después un autobús otra media hora para llegar al medio día a Pruchnik. Nadie en el pueblo hablaba una palabra de inglés o castellano. Conseguir un lugar donde dormir nos llevo cerca de una hora, comunicándonos con señas. Peor fue cuando quisimos ir al cementerio. Entre mímicas representando la muerte y dibujitos de lápidas pudimos llegar hasta donde descansan los restos de mis antepasados. La gente debió pensar que estábamos locos, pero la verdad es que yo quería ir a ver la tumba de mis ancestros. Pasear por un cementerio puede parecer algo raro, pero es algo que a mi siempre me gusto. Este cementerio, al ser de pueblo, no esta muy bien diagramado. Las tumbas se amontonan una al lado de otra y se hace difícil recorrerlo sin pisar alguna. Para colmo por la lluvia estaba todo embarrado y bastante resbaloso. A pesar de todo pudimos encontrar varias tumbas, algunas muy antiguas otras escalofriantemente recientes, en la cual figuraba mi apellido. Claro que no se escribe exactamente igual debido a la ineptitud de los empleados del registro civil de Argentina y a cierta tendencia al analfabetismo de mi abuelo.
Después del cementerio fuimos a la iglesia del pueblo. Resulta ser que toda la iglesia, de hecho todo el pueblo, reverencia a Bronislao Markiewicz, quien tiene el honor de ser mi tío tatarabuelo. Este señor, en vida, era cura y fundó la orden religiosa de los Miguelinos. No solo eso sino que, en la actualidad, se encuentra en proceso de beatificación. Esta por ser nombrado Santo. Cuando yo me entere de esta historia, hace algo menos de medio año no la podía creer: ¿Un santo en mi familia?. Pero es cierto. En la iglesia tienen su cuadro y estampitas. En el pueblo hay una estatua donde nació. No pude gozar de la fama que merezco al ser pariente del ídolo local porque a nadie logre explicarle, ni por señas ni por dibujitos, que yo era pariente del futuro Santo.
Al menos cuando San Pedro me mire de pies a cabeza, cruce en mi camino una soguita roja cerrándome el paso y me diga No flaco, vos acá no entras yo le voy a poder decir ¿Pero sabes sobrino de quien soy yo? Mejor dejame pasar o se te pudre todo con el de gran jefe.
Si quieren tener un lugar asegurado allá arriba congraciándose con mi tío a través de mi persona, escríbanme un mail y les paso el número de mi cuenta bancaria.

Si no creen que tengo un tío Santo vean la biografía del mismisimo en la web del Vaticano, haciendo click acá.

martes, 11 de noviembre de 2008

Tras la cortina de hierro, vidrieras vistosas

Entrar en Polonia fue como un respiro, pero no para nuestros pulmones sino para nuestros estómagos. Llegamos a un pueblito que no tenía nada más que el puerto donde nos dejó el barco, la estación de tren y el bar de la estación de tren. De inmediato nos dimos cuenta de dos cosas:
1) En Polonia se puede comer bien y barato.
2) Nadie mayor de veinte años habla inglés o castellano, pero si ruso o alemán.

El tema del idioma acarrea ciertas complicaciones pragmáticas. Como jugando al Pictionary, me encontré dibujando una cama y luego tachándola para explicarle a la vendedora que quería un pasaje de tren en asiento y no en camarote. De niño iba al mercado con una nota de mi mamá y casi sin decir palabra se la daba al almacenero. Exactamente igual procedimos en el correo para mandar una carta, ayudados por la nota explicativa que escribió en polaco la recepcionista del hostal. Pero sin duda lo mejor de desconocer un idioma es ir a comer. Muchos restaurantes, alertados ya del turismo que llega en grandes masas tienen la carta con fotos. Pero los bolichones de los obreros, esos antros poco higiénicos en los que me gusta comer, no. Allí uno simplemente se sienta y elije, guiado por el precio y confiando en el azar, un plato que no sabe si es sopa, carne, helado o te de menta. En general no me llevé ninguna desilusión, o quizás el hambre hacía que vea con buenos ojos cualquier comida. Otra técnica útil es la de pararse, muy maleducadamente acercarse y ver que están comiendo en las otras mesas. Cuando se encuentra un plato atractivo sólo hace falta señalarlo con una mano mientras que con la otra se apunta a uno mismo mirando al camarero.
El asunto idiomático revela el hecho de que hasta hace veinte años este país estaba del otro lado de la cortina de hierro. Era parte de la Rusia Comunista. Hoy Polonia es parte de la Comunidad Europea y trata de adaptarse al ritmo de vida occidental.
Cracovia es la capital cultural y la joya arquitectónica. Cuenta con un castillo muy bonito hecho en el mismo lugar donde el fundador de la ciudad, un tal Krak, mató a un dragón que asolaba aquel paraje. Esta hermosa ciudad es la que concentra la mayor cantidad de turistas. Como tal en cada negocio hay folletos de tours por la ciudad, de hoteles y hostales. Nosotros hicimos un tour que nos sirvió para integrarnos con la cultura local. Un tour que consistía en el testeo de diferentes tipo de vodkas.
Varsovia que es la capital política del país no me pareció tan linda. La parte antigua fue destruida en la segunda guerra y la reconstruyeron tal cual era, y es digna de ser recorrida. En la parte moderna no hay muchos edificios altos, pero los que hay tienen en la azotea carteles de neón y sobre un costado gigantografias. Todos están plagados de publicidad. En Europa no vi una ciudad tan bombardeada por la publicidad con Varsovia.
Polonia fue una buena manera de entrar a la Europa del este. Aquella que hace dos décadas era imposible visitar. Esa que hoy está sumergida en la marea del consumo y el turismo.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Fuertes, sirenas, molinos, pero sin cuentos

Copenague, como ciudad es linda, pero no mucho más. Creo que lo bueno de Copenague son pequeñas perlitas que hay distribuidas por la ciudad. Ejemplo de esto es el antiguo fuerte donde vivían los soldados de la guardia real. Como todo fuerte que se precie esta rodeado de un foso lleno de agua. Pero en lugar de ser cuadrado o circular el foso tiene forma de estrella. Dentro del fuerte, además de los barracones militares, se encuentra un antiguo molino de viento. Creo que es el mejor conservado que he visto.
Me llamó la atención las cúpulas que se divisan por la ciudad, estan retorcidas. Parecen castillos de los cuentos de hadas, pero en realidad son de algunas iglesias o edificios antiguos.
Una cosa curiosa es como hacen los panchos o hot dogs o frankfurts o cómo se llamen. En lugar de cortar el pan lo ahuecan. Le hacen un agujero en una punta, comprimen la miga y en ese espacio introducen la salchicha. He de decir que parecen interesantes pero no son nada buenos. De hecho, dado a lo elevado de todos los precios, Dinamarca fue el lugar donde peor comimos. Caro y de calidad dudosa.
También es curiosa la escultura de La Sirenita que hay en el puerto. La historia de esta señorita mitad humana mitad pez que renuncia a la inmortalidad por un amor humano es una leyenda popular danesa y fue escrita en su forma actual en el siglo XIX, mucho antes de la película de Disney.
Lo más espectacular es el Barrio Libre de Christiania. Antiguo barracón militar abandonado éste fue tomado por hippies a principios de los 70. Hoy sus habitantes proclaman su propio auto gobierno y no reconocen al de Dinamarca. De hecho en una de sus entradas hay un cartel tallado en madera que, como si fuera una señal de la frontera, al salir del barrio dice “You’re entering now the EU”. En castellano significa “Está entrando a la Unión Europea”. En la actualidad es el único distrito de Dinamarca donde la venta y consumo de marihuana y hash es legal. Llegamos a este barrio de casualidad, sin saber nada, un viernes por la noche. Entre carteles de prohibido sacar fotos y bares un tanto heavys paseamos un rato cada vez más asombrados de este estrambótico lugar.

martes, 4 de noviembre de 2008

Memoria

Berlín me enamoró. No como París, que me enamoraron su belleza y sus museos. Berlín no es linda. Lo que me enamoró de ella fue ver una ciudad tan viva, tan nueva y sobretodo con tanta memoria para la historia. Berlín es el centro de los principales acontecimientos históricos del siglo XX. La primer guerra mundial. La surgida del fascismo y la llegada de los nazis al poder. La segunda guerra mundial. El enfrentamiento entre el bloque socialista y el mundo capitalista. El muro. La caída del muro. La caída del socialismo. Todo en una ciudad. Y todo a la vista.
Lejos de lo que ocurre en Argentina, donde el pasado se trata de meter bajo la alfombra y olvidar, Berlín es una ciudad que no olvida. Como mea culpa el pueblo alemán construyó en los apenas diecinueve años desde la reunificación una ciudad que guarda testimonio de los horrores de las épocas pasadas. Sin darse cuenta, la gente camina por la ciudad que es un gran memorial. Me impresioné al ver en la plaza de la antigua biblioteca pública, hoy universidad de leyes, un cristal en el suelo. Era una ventana en el piso. A través de ella se ve un sótano lleno de estanterías vacías. Al lado hay una placa que dice que en esa plaza las juventudes hitlerianas quemaron libros prohibidos por el régimen. Hay también una frase del escritor alemán Heinrich Heine. La escribió ciento veinte años antes de la segunda guerra mundial y dice “Allá donde primero se queman libros se acaba quemando también personas”.
Por toda la ciudad hay trazado, en las calles y en la vereda, una fina linea de adoquines al ras del suelo. Sobre esa linea antes estaba erguido el muro. En las partes donde se conserva se están construyendo diferentes memoriales, como por ejemplo uno a las personas muertas tratando de cruzar el muro. Otro trozo del muro coincide con el lugar donde estaba el cuartel general de la Gestapo, la policía secreta nazi y la inteligencia militar. En ese espacio se está construyendo otro memorial, y en la actualidad se ve una muestra fotográfica de los horrores de la guerra que se idearon desde ese mismo lugar geográfico. La tercera parte que se conserva del muro, es quizás la más representativa de la nueva Berlín. Es un mural de tres metros y medio de alto por algo más de un kilometro de largo donde diferentes artistas fueron invitados a pintar sus impresiones sobre el muro. Digo que es la más representativa no sólo porque en frente hay un gran y nuevo centro comercial donde hace veinte años era impensable, sino porque muestra que es una ciudad abierta al ciudadano. Una ciudad llena de grafitis, donde el arte no solo esta en los museos sino también en la calle.
Berlín, escenario de una de las más nefastas historias de nuestros días, es hoy una ciudad que se construye con vistas al futuro. La construyen siendo plenamente consiente de que, aunque suene cliché, solo se puede construir un futuro mejor si no se olvida el pasado.