lunes, 29 de septiembre de 2008

Renacimiento

Florencia es la ciudad donde el renacimiento esta más a flor de piel. Aquel movimiento filosófico artístico que sacó a la humanidad del medioevo y puso al hombre como centro de la vida y la mirada esta en cada rincón de esta pequeña urbe. Construida en la costa de un río, la cuidad rebosa de esculturas en cada plaza, en cada fuente y en muchas fachadas de los edificios que la componen. Las iglesias son en realidad galerías de arte. Esto ocurre en toda Italia. Gigantes óleos decoran las paredes y en la entrada hay un mapa de la iglesia indicando en que lugar esta cada pintura, quien la pinto y en que año.
Sobre el río se extienden varios puentes. Todos, menos uno, fueron destruidos en la segunda guerra y posteriormente reconstruidos. Lo curioso es que sobre el único que sobrevivió se alzan edificios, negocios y casas. Los modernos puentes fueron hechos para el transito de coches. El antiguo puente es superficie utilizable y resulta curioso ver todas esas estructuras sobre las aguas.
Al permanecer varios días en Florencia uno empieza a ver la vida en la ciudad. Empieza a ver en que plaza se juntan los jóvenes a beber o cual es el lugar donde los lugareños comen barato y bien. A mi siempre me gusto poder encontrar esas cosas que hacen que una ciudad sea única, esa gente que sabe de un lugar por haber pasado años en el. Como el viaje, por ahora, viene con un ritmo medio frenético, poder hacer un alto de unos días en una ciudad y empezar a respirar a su ritmo fue un hecho altamente reconfortante. Además al ser la primera ciudad donde dormimos en un hostal, ya que no conocíamos a nadie que nos aloje, me dio la sensación de que el viaje recién empezaba allí. Fue en esta ciudad donde entré en esa frecuencia cerebral tan particular, hermosa y extraña en la que entro cuando hago un viaje. Conjugado todo esto con la maravilla de estar en un entorno plagado de arte me hizo sentir un fuerte recambio de energía, una recarga de baterías. Estar en esta ciudad fue para mi como un pequeño renacer.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Es evidente, yo no soy fashion.

Quizás sea porque salí de los agradables veinti pocos grados de Suiza para internarme en los treinta y muchos de Italia. Quizás sea porque la noche anterior dormí poco y estaba muy cansado. Quizás sea porque la ciudad estaba desierta ese sábado a la tarde. Quizás sea porque nunca tuve (ni tengo) el menor sentido de la moda. O quizás porque las marcas de ropa me son todas iguales y me importan poco o nada. Lo cierto es que Milán no me gustó. Yo no encajo.
Todos estaban vestidos super fashion. Las italianas, que tienen la ventaja genética de venir generosamente dotadas en su parte de adelante, se arruinan pintarrajeándose la cara como si fuese un óleo renacentista. Viejas paquetas hablando a los gritos sobre que tal o cual vestido está en rebaja. Turistas que se sacan fotos junto al escaparate de Gucci como si fuera el techo de la Capilla Sixtina o la catedral de Notre Dame. Adolescentes de pechos operados vestidas con ropa que probablemente pagó algún señor, que bien podría ser su padre (o no). Yo que soy un negado para las cosas de la moda me aburrí. Natalia, que de adolescente era una concheta, se sentía como si hubiese vuelto a un viejo hogar abandonado hace años. Que cada quien viva su vida como se le cante, mientras respete a los demás, fue siempre mi filosofía. Por eso, que los milaneses vivan como quieran, a mi con cinco horas de esa ciudad ya me bastó. Salimos de la estación y caminamos bastante hasta llagar al centro. La parte antigua sería muy bonita si no hubiesen reformado la planta baja de todos los edificios para trasnformarlas en negocios de marcas como Cristian Dior, Emporio Armani o Versace entre muchas otras que no conozco ni recuerdo. El subte, sucio y chillante, fue una tortura para los tímpanos y los dientes.
Tres cosas me gustaron de la ciudad: La Catedral, hermosa e imponente, bien al estilo italiano. El antiguo fuerte medieval, que aún se conserva en muy buenas condiciones. El gran parque verde que hay detrás del fuerte. Ese espacio de naturaleza fue como un oasis donde pude refrescarme y descansar antes de volver a partir.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Tiempo y Dinero

Si Berna es la capital política y cultural de Suiza, Zurich es la económica. No solo porque los precios son superiores, sino por la atmósfera que se respira, los coches que se ven, las prostitutas de alto standing y sobre todo la gente de traje caminando apurada mirando el reloj. No me había dado cuenta que Siuza, famosa por su devoción a los relojes, también es famosa por ser un lugar donde esconder millones no siempre bien habidos. Alguna extraña relación debe haber entre querer cuantificar el tiempo y hacer fortuna. Después de todo en los escasos lugares del mundo donde el tiempo no es una mercadería a vender, comprar o invertir, la gente cuando no hace nada, no pierde el tiempo. Simplemente esta haciendo nada.
Más allá de ser meca del lavado de dinero y evasión fiscal, Zurich es una ciudad atractiva. Construida en la desembocadura de un río a un lago, la ciudad antigua se alza a una orilla y la no tan antigua en otra.
La noche que pase solo en esta ciudad fui haciendo un recorrido de bares y adentrándome cada vez más en los suburbios. Al primero que fui era el bar “alternativo” de Zurich, montado en un vagón viejo de tren al lado del río. En él te sirven la cerveza en vaso de plástico y la gente se sienta en el pasto de la orilla. Cuando llegué sonaban Los fabulosos Cadillacs a todo volúmen, porque el bar, como me explicó el dueño suizo, tiene onda “latina”. Lo que quiere decir que está pintado de naranja, verde y amarillo, decorado con fotos tipo disco de Manu Chao y trabajan sudamericanos. El siguiente bar fue más clásico, de esos que uno encuentra en cualquier ciudad del mundo. La última birra la hice en un patio de colegio primario, que por las tardes es una plaza y por las noches, gracias a una barra medio improvisada, se transforma en el punto de encuentro de la juventud de Zurich. Lo que más me llamó la atención es ver a la gente, de noche, jugando a las bochas en este patio de escuela. No viejos jubilados sin nada mejor que hacer. Eran jóvenes e incluso adolescentes que jugaban a la vez que se emborrachaban. Además no usan las bochas grandes de madera sino unas más chiquitas, del tamaño de una pelotita de tenis, de metal macizo. Teniendo en cuenta el grado etílico de los jugadores, la escasa luz y lo pesadas que son las bolas es un milagro que no haya alguno que termine con la cabeza rota. Eso sí, en los veinte minutos que estuve en esta plaza, vi varios accidentes y dos casi craneos rotos.
A la mañana siguiente fuimos a pesear por la parte vieja, caminamos por la calle comercial, recorrimos el pequeño parque en la costa del lago mirando los veleros amarrados y los adolescentes nadando, nos subimos a un fonicular que nos dejó al lado de la universidad. Al caer la tarde emprendimos la vuelta, no sin antes comprar un poco de chocolate en la tienda más tradcional de Suiza. Zurich, con sus callecitas finitas e irregulares, con su triple costanera (a ambas orillas del río y la del lago) con sus iglesias y torres de relojes gigantes es una bonita ciudad. Sin embargo no es lo mejor de Suiza. Quizá por la extraña paradoja de que Berna, siendo la capital, tiene un ritmo de vida mucho más pueblerino que el frenético tic tac financiero de esta ciudad bancaria.

¡No solo un paisaje bonito!

Como era previsible, aunque no por ello menos hermosa, Suiza es como una gigantesca postal. El tren fue atravesando las verdes laderas de montañas con picos nevados. Casitas de madera con ventanas minúsculas esparcidas por el valle o agrupadas en la costa de algún lago. Vaquitas pastando al cuidado de un pastor, que bien podría ser el abuelo de Heidi.
A media tarde, el paisaje rural fue dándole paso a un entorno más urbano, para llegar a Berna. Ya en la estación vi un reloj fuera de hora (¡Que sorpresa: Hay relojes que funcionan mal en Suiza!) Poco después vi gente fumando. (¡Hay gente fumando en los lugares públicos en Suiza!) Fue como si de un plumazo Berna quisiera quitarse de encima los prejuicios de “Civilizada, ordenada y puntual” que tiene Suiza. De esta manera te deja la mente en blanco y se puede disfrutar de una de las ciudades más hermosas en las que he estado. Esta construida sobre un peñasco justo en un punto donde un río hace una U. Para defenderla sólo se tenía que construir una muralla cerrando la U, ya que el río era defensa natural en los otros tres lados. Pero como hace siglos que Suiza es neutral en toda guerra no había necesidad de defensa, se construyeron varios puentes y la ciudad creció en la otra orilla. En este lugar encantador, con el río a los pies y las vistas a los Alpes, se alza la ciudad antigua. Calles empedradas, fuentes cada treinta metros, ajedrez gigantes en la calle donde los transeúntes juegan, el entretejido de los cables de los autobuses eléctricos y la peculiaridad de que haya negocios en los sótanos la convierten en una ciudad mágica. Resulta que en la antigüedad los sótanos se usaban para guardar las provisiones para pasar el invierno. Hoy, que existen los supermercados, aprovechan que los sótanos tiene entrada por la calle para trasformarlos en todo tipo de tiendas, desde relojerías hasta mini restaurantes. Cruzando uno de los puentes, al otro lado del río y subiendo una gran ladera, hay un parque lleno de rosas desde donde se ve toda la cuidad antigua. Justo detrás de la ciudad se ve poner el sol.
Al anochecer nos encontramos con Julia, una amiga de mi hermano que nos brindo hospedaje. Fuimos hasta su casa, a unos quince minutos a pie del centro. Ella tiene un estilo de vida bastante hippie (¡Hay hippies en Suiza!) Vive en un lugar muy raro, un edificio de dos pisos y con departamentos que constan de una mini cocina/salón/comedor y una habitación/estudio. El baño es común y esta afuera, en el balcón. La ducha, en el sótano, también es común y hay que cuidar que haya agua caliente. Esto es lo que en España se llama una vivienda precaria (¡Hay vivienda precaria en Suiza!)
Por la noche fuimos a un local okupa (¡Hay casas okupas en Suiza!). Antiguamente era una escuela de equitación para chicas bien. En la actualidad funciona como un bar y sala de conciertos. Esta justo en la explanada debajo de un puente lleno de grafitis (¡Hay grafitis en Suiza!) donde se pueden ver a un montón de drogadictos hechos mierda. (¡Hay gente con el cerebro limado en Suiza!).
Al día siguiente fuimos a un lugar muy raro. Resulta que algunos frikies (¡Hay frikies en Suiza!) fanáticos del cine montaron un museo/centro cultural lleno de proyectores, moviolas, cámaras viejas y todo tipo de aparatos antiguos relacionados con el cine. Tenían, y usamos, esas máquinas prehistóricas donde uno da vueltas a una palanca a la vez que pone los ojos en una ranura y ve un mini corto. Tenían también algo como una rocola, pero que retro proyectaba videos musicales de los años 50. Natalia y yo estábamos más felices que nene en tienda de dulces.
Así fue nuestra aventura en Berna, que también incluyó una travesía de traking por los Alpes, la compra de una navaja del ejercito suizo al estilo McGyver y la realización de un ritual muy extraño: Caminar río arriba unos cientos de metros, tirarse al agua y dejar que la corriente te arrastre (¡Uy que fría es el agua en Suiza!). A mi este país me sorprendió gratamente. Tiene unos paisajes hermosos, pero eso ya es sabido por todo el mundo. Lo que me sorprendió fue encontrarme con un montón de elementos que, en mi ignorancia, descreía que existían en Suiza. Pero más que nada me sorprendió ver que no todos los suizos son unos fanáticos de los relojes sino que disfrutan tanto como yo de una vida desordenada.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Mentiras Piadosas

Cuando fui a Cuba descubrí algo curioso: La gente cree más en las mentiras, por extrañas que sean, que en la verdad. En aquella ocasión viaje con una amiga gallega y antes de viajar ambos estábamos un poco expectantes. Sabíamos de los “afectuoso” que son los cubanos con los turistas. Pero al cabo de unas noches vimos que en interés que despertábamos en los cubanos del sexo opuesto era tendiendo a nulo. Nosotros decíamos la verdad, que éramos amigos y nada más. Pero a pesar de ello un dejo de duda se vislumbraba en los ojos de los cubanos, que no se creían que un hombre y una mujer pueden viajar como amigos sin que haya algún tipo de relación sexual.
Para poder compenetrarnos de lleno con todos los aspectos de la cultura cubana tuvimos que inventar una mentira: Decíamos que éramos hermanos. Que tuviésemos una diferencia de menos de nueve meses de edad era un problema que se podía zanjar mintiendo sobre la edad de alguno. Que yo hablase en un argentino muy reconocible y ella en un castellano muy agallegado podría haber supuesto un problema.
Después de pensar un rato creamos una gran mentira, sobre un padre en común, marino mercante con familia en ambos continentes. Gigantesca fábula que incluía historias de cuando éramos adolescentes viajando de un lado al otro del Atlántico a conocer a la “otra” familia y muchas otras cosas. Nadie, ni una persona, dudó que aquello fuese cierto. Con el nuevo rótulo de hermanos comprobamos como los/las cubanos/nas se aproximaban más y pudimos hacer el apropiado intercambio cultural con los caribeños.
Hoy, que vuelvo a viajar en la compaña de una amiga, en el sentido más estricto de la palabra, hemos inventado otra mentira. Esta radica en que somos primos e incluye pelea de nuestros padres por temas de herencia y cosas por el estilo. Veremos que aceptación tiene esta historia. Ojala sea mucha, porque si tenemos en cuenta que Europa es un lugar muy caro, mientras más noches consigamos una cama gratis mejor.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Caminar sobre las aguas

Nos despertamos muy temprano, nos llevaron hasta la estación de tren y tres horas después llegábamos a Venecia. Ésta ciudad tiene fama mundial y no es para menos, es impresionante. A uno le dan ganas de ser araña para ver todo con ocho ojos. El tren entra por un puente donde ya se puede ver agua a ambos lados. Resulta ser que Venecia es como una gran isla que de un lado tiene una laguna pantanosa y del otro el mar Adriático. Un gran canal la parte en dos y la atraviesan cientos de pequeños canales por donde circulan las góndolas, los barquitos y los vaporetos.
Existen los lugares clásicos, llenos de miles y miles de turistas. Son muy bonitos, pero tanta gente a mi me canso. Por esta parte uno va caminando y ve los puentes, los canales, las casas de comida italiana, los gondoleros buscando clientela y los puestos de la artesanía local, entre la que destacan las máscaras. Pregunté de donde salían esas máscaras y me contaron dos historias: Venecia se hizo rica porque era la puerta de entrada a Europa para los mercantes provenientes de Asia. Así se creó un grupo de "nuevos ricos" que, en carnavales, les gustaba festejar con la plebe y por eso se disfrazaban para mezclarse con ellos. La otra historia es que estos nuevos ricos se montaban unas orgías magistrales y usaban las máscaras para que no se supiese quien matraqueaba* con quien. Supongo que la verdad esta en un punto intermedio entre ambas historias.
Pero Venecia también tiene la parte "under". Allí viven los estudiantes, los gondoleros, los inmigrantes. Esas partes están desiertas. El contraste es increíble entre el recorrido turístico clásico y la esta otra parte de la ciudad. Por eso creo que lo mejor que uno puede hacer en Venecia es perderse. Dejar el mapa en la mochila e ir al azar entre las callecitas. Mientras más se aleje uno de los turistas, mejor. Me di cuenta de una verdad tan obvia como oculta, el único medio de trasporte para los ciudadanos es por el agua (o caminando). Las casas tienen un embarcadero chiquito en lugar de garaje y en ellos se ven las canoas de la gente, no las góndolas fashion de los turistas, sino los barcos viejos y destartalados de los habitantes. En ellos las madres llevan a los nenes a la escuela, los hombres van al trabajo y los adolescentes se ocultan al amparo de un canal oscuro.
Para mi eso fue lo mejor del día en Venecia, una ciudad que no es arquitectónicamente bella, pero que los canales le brindan una magia única. Al finalizar la jornada desandamos el camino hecho a pie, pero esta vez en vaporeto, que es en nombre italiano a las lanchas-autobús como las del Tigre en Argentina. La vista de la ciudad desde este singular transporte público al caer la tarde es majestuosa. Una birra bien fría mirando el gran canal fue la forma de despedirnos de la ciudad. Quedó pendiente el paseo en góndola, el presupuesto no lo permitía. En otra ocasión, quizás.

*Matraqueaba: Conjugación verbal de "darle a la matraca"