Como era previsible, aunque no por ello menos hermosa, Suiza es como una gigantesca postal. El tren fue atravesando las verdes laderas de montañas con picos nevados. Casitas de madera con ventanas minúsculas esparcidas por el valle o agrupadas en la costa de algún lago. Vaquitas pastando al cuidado de un pastor, que bien podría ser el abuelo de Heidi.
A media tarde, el paisaje rural fue dándole paso a un entorno más urbano, para llegar a Berna. Ya en la estación vi un reloj fuera de hora (¡Que sorpresa: Hay relojes que funcionan mal en Suiza!) Poco después vi gente fumando. (¡Hay gente fumando en los lugares públicos en Suiza!) Fue como si de un plumazo Berna quisiera quitarse de encima los prejuicios de “Civilizada, ordenada y puntual” que tiene Suiza. De esta manera te deja la mente en blanco y se puede disfrutar de una de las ciudades más hermosas en las que he estado. Esta construida sobre un peñasco justo en un punto donde un río hace una U. Para defenderla sólo se tenía que construir una muralla cerrando la U, ya que el río era defensa natural en los otros tres lados. Pero como hace siglos que Suiza es neutral en toda guerra no había necesidad de defensa, se construyeron varios puentes y la ciudad creció en la otra orilla. En este lugar encantador, con el río a los pies y las vistas a los Alpes, se alza la ciudad antigua. Calles empedradas, fuentes cada treinta metros, ajedrez gigantes en la calle donde los transeúntes juegan, el entretejido de los cables de los autobuses eléctricos y la peculiaridad de que haya negocios en los sótanos la convierten en una ciudad mágica. Resulta que en la antigüedad los sótanos se usaban para guardar las provisiones para pasar el invierno. Hoy, que existen los supermercados, aprovechan que los sótanos tiene entrada por la calle para trasformarlos en todo tipo de tiendas, desde relojerías hasta mini restaurantes. Cruzando uno de los puentes, al otro lado del río y subiendo una gran ladera, hay un parque lleno de rosas desde donde se ve toda la cuidad antigua. Justo detrás de la ciudad se ve poner el sol.
Al anochecer nos encontramos con Julia, una amiga de mi hermano que nos brindo hospedaje. Fuimos hasta su casa, a unos quince minutos a pie del centro. Ella tiene un estilo de vida bastante hippie (¡Hay hippies en Suiza!) Vive en un lugar muy raro, un edificio de dos pisos y con departamentos que constan de una mini cocina/salón/comedor y una habitación/estudio. El baño es común y esta afuera, en el balcón. La ducha, en el sótano, también es común y hay que cuidar que haya agua caliente. Esto es lo que en España se llama una vivienda precaria (¡Hay vivienda precaria en Suiza!)
Por la noche fuimos a un local okupa (¡Hay casas okupas en Suiza!). Antiguamente era una escuela de equitación para chicas bien. En la actualidad funciona como un bar y sala de conciertos. Esta justo en la explanada debajo de un puente lleno de grafitis (¡Hay grafitis en Suiza!) donde se pueden ver a un montón de drogadictos hechos mierda. (¡Hay gente con el cerebro limado en Suiza!).
Al día siguiente fuimos a un lugar muy raro. Resulta que algunos frikies (¡Hay frikies en Suiza!) fanáticos del cine montaron un museo/centro cultural lleno de proyectores, moviolas, cámaras viejas y todo tipo de aparatos antiguos relacionados con el cine. Tenían, y usamos, esas máquinas prehistóricas donde uno da vueltas a una palanca a la vez que pone los ojos en una ranura y ve un mini corto. Tenían también algo como una rocola, pero que retro proyectaba videos musicales de los años 50. Natalia y yo estábamos más felices que nene en tienda de dulces.
Así fue nuestra aventura en Berna, que también incluyó una travesía de traking por los Alpes, la compra de una navaja del ejercito suizo al estilo McGyver y la realización de un ritual muy extraño: Caminar río arriba unos cientos de metros, tirarse al agua y dejar que la corriente te arrastre (¡Uy que fría es el agua en Suiza!). A mi este país me sorprendió gratamente. Tiene unos paisajes hermosos, pero eso ya es sabido por todo el mundo. Lo que me sorprendió fue encontrarme con un montón de elementos que, en mi ignorancia, descreía que existían en Suiza. Pero más que nada me sorprendió ver que no todos los suizos son unos fanáticos de los relojes sino que disfrutan tanto como yo de una vida desordenada.
A media tarde, el paisaje rural fue dándole paso a un entorno más urbano, para llegar a Berna. Ya en la estación vi un reloj fuera de hora (¡Que sorpresa: Hay relojes que funcionan mal en Suiza!) Poco después vi gente fumando. (¡Hay gente fumando en los lugares públicos en Suiza!) Fue como si de un plumazo Berna quisiera quitarse de encima los prejuicios de “Civilizada, ordenada y puntual” que tiene Suiza. De esta manera te deja la mente en blanco y se puede disfrutar de una de las ciudades más hermosas en las que he estado. Esta construida sobre un peñasco justo en un punto donde un río hace una U. Para defenderla sólo se tenía que construir una muralla cerrando la U, ya que el río era defensa natural en los otros tres lados. Pero como hace siglos que Suiza es neutral en toda guerra no había necesidad de defensa, se construyeron varios puentes y la ciudad creció en la otra orilla. En este lugar encantador, con el río a los pies y las vistas a los Alpes, se alza la ciudad antigua. Calles empedradas, fuentes cada treinta metros, ajedrez gigantes en la calle donde los transeúntes juegan, el entretejido de los cables de los autobuses eléctricos y la peculiaridad de que haya negocios en los sótanos la convierten en una ciudad mágica. Resulta que en la antigüedad los sótanos se usaban para guardar las provisiones para pasar el invierno. Hoy, que existen los supermercados, aprovechan que los sótanos tiene entrada por la calle para trasformarlos en todo tipo de tiendas, desde relojerías hasta mini restaurantes. Cruzando uno de los puentes, al otro lado del río y subiendo una gran ladera, hay un parque lleno de rosas desde donde se ve toda la cuidad antigua. Justo detrás de la ciudad se ve poner el sol.
Al anochecer nos encontramos con Julia, una amiga de mi hermano que nos brindo hospedaje. Fuimos hasta su casa, a unos quince minutos a pie del centro. Ella tiene un estilo de vida bastante hippie (¡Hay hippies en Suiza!) Vive en un lugar muy raro, un edificio de dos pisos y con departamentos que constan de una mini cocina/salón/comedor y una habitación/estudio. El baño es común y esta afuera, en el balcón. La ducha, en el sótano, también es común y hay que cuidar que haya agua caliente. Esto es lo que en España se llama una vivienda precaria (¡Hay vivienda precaria en Suiza!)
Por la noche fuimos a un local okupa (¡Hay casas okupas en Suiza!). Antiguamente era una escuela de equitación para chicas bien. En la actualidad funciona como un bar y sala de conciertos. Esta justo en la explanada debajo de un puente lleno de grafitis (¡Hay grafitis en Suiza!) donde se pueden ver a un montón de drogadictos hechos mierda. (¡Hay gente con el cerebro limado en Suiza!).
Al día siguiente fuimos a un lugar muy raro. Resulta que algunos frikies (¡Hay frikies en Suiza!) fanáticos del cine montaron un museo/centro cultural lleno de proyectores, moviolas, cámaras viejas y todo tipo de aparatos antiguos relacionados con el cine. Tenían, y usamos, esas máquinas prehistóricas donde uno da vueltas a una palanca a la vez que pone los ojos en una ranura y ve un mini corto. Tenían también algo como una rocola, pero que retro proyectaba videos musicales de los años 50. Natalia y yo estábamos más felices que nene en tienda de dulces.
Así fue nuestra aventura en Berna, que también incluyó una travesía de traking por los Alpes, la compra de una navaja del ejercito suizo al estilo McGyver y la realización de un ritual muy extraño: Caminar río arriba unos cientos de metros, tirarse al agua y dejar que la corriente te arrastre (¡Uy que fría es el agua en Suiza!). A mi este país me sorprendió gratamente. Tiene unos paisajes hermosos, pero eso ya es sabido por todo el mundo. Lo que me sorprendió fue encontrarme con un montón de elementos que, en mi ignorancia, descreía que existían en Suiza. Pero más que nada me sorprendió ver que no todos los suizos son unos fanáticos de los relojes sino que disfrutan tanto como yo de una vida desordenada.
Hay que ver que bien que escribes, como se nota tu vena de escritor. Casi me ha parecido estar viendolo todo. Y me he reido un montón de tus ¡! que no son pocos. Veo que te lo pasas bien, saborealo por todos los que nos quedamos aqui y no podemos (o no sabemos, y empezamos a despertarnos poquito a poco). Un abrazo
ResponderEliminarCristina
No somos todos unos fanáticos y me sorprende que te sorprenda, pero "vivienda precaria"??? Y eso me dice un tercermundista! Pah! Recuerda que aun te puedo partir la cara la proxima vez que nos veamos. Tambien las hippies pueden. Hasta entonces un abrazo para los dos. Julia
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