lunes, 15 de marzo de 2010

Folclore Boliviano

Parte del folclore de viajar en Sudamérica es la precariedad del transporte. Sabiendo que la infraestructura en carreteras al sur de Bolivia tiende a ser nula el tren surgió como la opción preferida. Llegamos a Villazón al caer la tarde para enterarnos que el tren había partido ese mismo día a la siesta. Volvía a salir tres días más tarde. Villazón es el pueblo fronterizo Boliviano que linda con La Quiaca Argentina y se lo recorre en dos horas. Esperar tres días al próximo tren no era una idea atractiva y resurgió la idea de viajar en bus. El problema era que hasta la mañana siguiente no había. Hicimos noche en una pensión barata donde nos refugiamos de una fuerte tormenta que cayó.
Temprano al día siguiente en la terminal de autobuses del pueblo (que es una cuadra donde estacionan los bondis y hay gente en la calle que te vende pasajes) nos enteramos que salía un bus en treinta minutos. Compramos pasaje, fuimos corriendo hasta la pensión a buscar las mochilas, y retornamos a la terminal justa antes de la salida del Bus. Esperamos unos cuarenta minutos porque el autobús estaba atrasado. Finalmente subimos y esperamos a que arranque. Y esperamos. Y esperamos. Como a la media hora de estar sentados en el vehículo modelo '80 sube un policía de tráfico. Dice que no apuremos al chofer porque, debido a la tormenta de la noche anterior, hay un problema en la ruta pero que ya lo están arreglando. Un rato más tarde la señora que estaba sentada en el asiento de adelante se bajó a buscar información y al volver dice que ya estábamos por salir, que el río derrumbó un puente pero que ya lo están arreglando. Con mi nulo conocimiento de ingeniería civil deduje que un puente que se lo lleva el río no se arregla en unas horas. Sediento de información me bajé del bus y encaré a una policía de trafico. Me he cruzado en varias ocasiones con una habilidad de los bolivianos para, cuando quieren, hablar de forma ambigua y brindar información para nada precisa. Mi conversación con la oficial de tráfico fue mas o menos así:
- Los buses no están saliendo ¿Verdad? - Dije
- Si, sarasa sarlanga - Un sonido ininteligible pronuncio la oficial
- Perdón ¿Cómo dice? - En ese momento la oficial descubrió que yo no era gringo y que hablaba perfecto castellano
- Sí, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
- ¿Un problema? ¿Un choque o algo así?
- No, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
-¿Que problema?
- Sí, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
- Claro pero ¿Qué problema la puta madre? ¿Cayó un meteorito en la ruta? ¿Un dinosaurio se come a los autos? ¿Qué carajo pasa? - Todo eso pensé, más opte por decir - ¿Un rato cuanto? ¿Media hora? ¿Una hora? ¿Cinco horas?
- Sino al rato tal vez
- Ok. gracias - Dije fascinado por la capacidad de decir nada de nada.

Me puse a esperar, al fin y al cabo estoy de vacaciones y no tengo nada mejor que hacer. Tipo media mañana la policía dio permiso para salir, el bus arrancó, yo me acomodé en mi asiento y veinte minutos después, a unos cinco kilómetros de Villazón por alguna razón el Bus se frenó tras una fila de autos, camiones y otros autobuses. El puente estaba caído.
Me baje a observar con atención y descubrí que el río en ese momento no era más que un arroyo con apenas un hilo de agua. El problema es que corre por una quebrada de unos cinco metros de profundidad por unos ocho de ancho. De un lado de la quebrada una topadora había hecho una larga rampa descendente de forma de crear un vado en el arroyo. Del otro la topadora esta iniciando la construcción de la rampa ascendente que nos permitiría cruzar la quebrada y continuar con nuestro camino.
Nuevamente con mi nulo conocimiento de ingeniería civil me puse a pensar: si la topadora estuvo desde tempranito (y cuando los bolivianos dicen tempranito es muy temprano) hasta media mañana para hacer un lado del vado estaría tiempo similar para hacer el otro. En eso meditaba cuando observe que del otro lado había varios buses, autos y camiones que recorrían la ruta en sentido inverso y quedaron varados en la otra orilla. Los pasajeros de esos buses se bajaban, agarraban sus pertenencias, cruzaban la quebrada por una especie de camino peatonal formado por unos caños de desagüe y de este lado se tomaban un taxi para hacer los cinco kilómetros que a ellos les quedaban. Esos autobuses se quedarían pronto sin pasajeros y, al no poder cruzar emprenderían la vuelta. Vuelta de ellos que era mi ida. Como quien no quiere la cosa crucé la quebrada por los caños, vi que un autobús estaba vacío y dando la vuelta.
- ¿Vas para Tupiza? - Pregunte
- Claro

Le pedí que me espere, volví a buscar mi mochila y a Fernando, mi compañero de viaje y juntos subimos al Bus que emprendió la marcha por la ruta. Ruta es una forma generosa de llamar a un camino de tierra y ripio que ondula por el desértico altiplano boliviano por el cual para recorrer los noventa y dos kilómetros que separan Villazón de Tupiza se tarda, cuando no se cae un puente, tres horas y media.
Lástima que no alcanzamos el tren, pensé, y al rato vemos a once personas a la vera de la ruta haciendo señas para que pare el bus. Al subirse no pude evitar preguntar que carajo hacen en el medio de la nada.
- Uff... nos tomamos el tren ayer, pero en lugar de salir a las 15:30 salió a la noche. Hicimos treinta quilómetros y paró. Se quedó toda la noche parado porque en una parte el terraplén donde van las vías se derrumbó. Hoy a la mañana decidimos caminar por la vía. Caminamos cuatro horas bajo el rayo del sol y hace un rato vimos un camión pasar por el camino y distinguimos lo que era el camino, bajamos hasta acá y esperamos a que pase el primer bus.

Que bonito es el folclore transportil en sudamérica.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cabeza de tesoro

Yo no he ido nunca a Marte (aun) y sin embargo hay parajes en la Quebrada de Humahuaca que me suenan de otro mundo. Formaciones rocosas con extrañas protuberancias se suceden en medio de un árido paisaje. Los colores llaman poderosamente la atención, siendo el cerro de los siete colores la figura más emblemática. Colores que uno no está acostumbrado a ver en el paisaje, amarillos, naranjas, blancos, todo enmarcado en un marrón rojizo. Todo, la tierra, el río, los ranchos de adobe y mientras al costado se alzan montañas, parte de la Cordillera de los Andes, entre verdes y azules.
Este paisaje resulta tan extraño porque uno no lo ha visto nunca. La Quebrada de Humahuaca resuena en el imaginario social de mi generación gracias a una canción infantil de Maria Elena Walsh, pero no existen imágenes previas. Uno ha visto tantas veces el desierto del Sahara en películas, fotos o en televisión que cuando finalmente lo pisa se maravilla ante su magnificencia, pero no esta frente a un paisaje desconocido. Este lugar me deslumbró, porque en la era del conocimiento mediatizado mis retinas llegaron vírgenes ante estos paisajes. Por eso me resultaron de una belleza fuera de este mundo.

sábado, 6 de marzo de 2010

Alone at home

Finalmente llegó. En mi vida he realizado una especie de zapping hogareño. Viví con mis padres, juntos y separados. Viví con extraños, con conocidos, con amigos. Con gente que hablaba mi idioma y gente que no. Personas de mi generación y otras un poco más grande. Viví en mi país y en otros. Conviví con gente muy buena onda y con ecologistas locos que querían acuchillarme. Viví de okupa, pagando poco y también pagando mucho. Viví en lugares viejos que se caían a pedazos y en edificios modernos. Habitaciones luminosas y oscuras. Silenciosas y ruidosas. Pero nunca viví solo. Hasta ahora.
Uno de los motivos que me trajeron de vuelta a Buenos Aires era vivir solo. Cuando llegué a la capital porteña me instalé transitoriamente en la casa de un amigo. Finalmente, después de los viajes pertinentes de fin de año para ver a la familia y un trabajo en publicidad que se me cruzó, en febrero se dieron las condiciones para empezar con el proyecto de vivir solo. Se dieron una seguidilla de arreglos, picar pared, cambiar cables, preparar cemento, lijar, elegir colores y pintar. Amigos, hermanos, primos ayudaron con su refuerzo físico y sus ideas decorativas, las cuales fueron gentilmente rechazadas. Después llegó la mudanza, que se realizó en sendos viajes con el coche de mi madre desde distintos puntos de la ciudad donde tenía repartida mis pertenencias, para coronarla con el traslado de un sommier de dos plazas atado en el techo del vehículo.
Hacia fines de la primer semana de febrero me mudé y dormí, un sábado a la noche, por primera vez en mi casa. Iluso de mi creí que el simple hecho de pernoctar era igual a estar instalado. La verdad es que a medida que pasaban los días se empezó a crear una lista de cosas para hacer en el departamento. Que colocar lámparas en toda la casa. Que agrandar los muebles de la cocina. Que instalar Internet. Que cambiar el espejo del baño. Que diseñar, comprar la madera, armar el escritorio de la compu y mi lugar de trabajo empotrado en el espacio donde había un ropero. Que elegir donde poner los muebles. Que ver que muebles poner. Lo curioso es que cada vez que tachaba una cosa ya hecha se agregaban otras dos por hacer. Tanto fue así que la realización de estas cosas demandaba la totalidad de mi tiempo libre, que es mucho (osea es todo mi tiempo menos el que duermo y el que paso con amigos). A parte, debido a una ingenua fe de mi parte hacia el género humano que me hacían creer que cuando en la carpintería, por poner uno de muchos posibles ejemplos, me decían “Sus maderas estarán listas en veinticuatro horas” yo lo creía, mientras que en realidad tardaban cuatro días. Así la puesta a punto de mi hábitat empezó a consumirme no solo mi tiempo, sino mi energía y hasta mi buen humor. No es para menos, me dijo un amigo, ya que después de la muerte de un familiar querido y la ruptura de la pareja una mudanza es la tercer causa de estrés más común en la sociedad actual.
Por toda esta energía gastada en la vivienda sumado a un constante mal descanso causado por una agitada vida social es que he decidido hacer una pausa y tomarme unas merecidas vacaciones. Hacia el norte parto rumbo al vecino país de Bolivia, donde permaneceré algunas semanas antes de volver a Buenos Aires y continuar armando mi lugarcito en el mundo, pero esta vez con las pilas recargadas y mucho más relajado. Después de todo armar el propio espacio es una actividad muy desafiante y entretenida.