sábado, 20 de agosto de 2005

Estoy enamorado

Ella es fina, elegante, aventurera, acogedora. Se llama “Viento” y es un velero increíble. Doble mástil, cinco velas negras, quince metros de eslora, madera lustrada y timón a lo pirata. La conocí en Menorca, en mi ultimo viaje, anclada en el puerto de la Ciudadella. No pude despegarme del puerto. Por la noche disfruté una opípara cena en un restorán allí mismo, a metros de “mi” barca y luego fui de bares en la misma zona. Lástima que sea de otro. Así son todas, cuando uno demuestra interés, se van.
Pero en realidad lo mío no era amor hacia ella, es la obsesión que tengo por lo que ella representa. Siempre tuve, vaya a saber Dios por qué, una secreta afición a los barcos y a navegar, sobretodo a vela. En lo más profundo de mi corazón siempre añore vivir la vida de pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo, el viejo truhán capitán de un barco que lleve por bandera un par de tibias y una calavera.
Desde chiquito ya me fascinaban las historias de piratas. Tenía figuritas y me veía todas las películas que podía. Claro que la mayoría de las películas las pasaban los sábados a la tarde, horario típico de película berreta que nadie ve. Por eso estoy indignado. Toda una vida siendo fanático filibustero, ahora sacan “Piratas del Caribe” y hay miles de “fans” de los barcos a vela. A mi la película me encanta. Pero no es justo que uno se pase toda la infancia jugando a los piratas, construyendo un gigantesco barco a vela en el patio de su casa y ahora cualquiera por dos horas en el cine ya sea “fanático”.

Pero así es el amor, injusto y caprichoso.

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