sábado, 29 de marzo de 2008

Otra vez en la ruta

Un nuevo viaje. Un nuevo continente. Una nueva experiencia para conocer el mundo exterior. Una nueva oportunidad para conocer mi mundo interior. Otra vez salgo con la mochila al hombro. Otra vez a saciar el irrefrenable deseo de conocer el mundo, de ver culturas, de sentirme libre. Esta vez no viajo solo, sino que disfruto de la compaña de Javi, mi hermano, y de Santiago, alguien destinado a convertirse en un gran amigo.
Llegamos con Santi a Marrakech y el calor nos golpeo como una bofetada. En alguna parte de mi ser el hecho de estar en el tercer mundo repercute haciéndome sentir una paz interior, que contrasta con el caos exterior. Será que me siento un poco como en mi barrio natal. La ciudad de Marrakech es un monumento al caos. Autos, motos, carros tirados por caballos, carros tirados por personas, bicicletas y peatones se entrelazan por las calles todos tratando de adelantarse unos a los otros, peleándose para ocupar cada cual su espacio e ir donde se dirigen a toda prisa. Luego de encontrar un hotel bueno, bonito y barato en La Media, es decir la ciudad antigua, salimos a la plaza mayor donde esta el mercado: fruta, artesanía en cerámica, ojotas, especias, bisutería, artículos de feria hippie, carne, zapatos, lámparas, ropa de cuero y demás cosas que no se lo que eran, sembraban de colores el mercado y las callejuelas de los alrededores. El mercado esta ubicado en una plaza triangular, no al estilo Argentino, con árboles y verde, sino una gran explanada de cemento. Por la noche se ponen muchos puesto de comida, gente cantando canciones religiosas y tatuadoras de henna que te hacen unos extraños dibujitos en la mano. Lo más curioso a mis ojos son las callejuelas que están alrededor del mercado. De forma laberíntica y de no más de cuatro metros de ancho es imposible no perderse en ellas. Están llenas de negocios, las paredes son de color arena y uno tiene que ir haciendo zigzag entre la gente que camina, los vendedores que te acosan y las motos que pasan a toda velocidad. Nos entretuvimos un rato mirando como los encantadores de serpientes hacían erectar a una cobra hasta que nos pidieron diez euros por sacar unas fotos. Terminamos pagando uno. De todo hay que discutir el precio, por norma. Todo es regateable, consiguiendo un descuento entre el diez y el noventa por ciento. Por todo servicio hay que arreglar el precio antes.
Al caos del tráfico se le suma todos los vendedores ambulantes que se te acercan, gente que te trata de convidar algo para luego vender, gente que te invita a entrar sin compromiso a su tienda y después salir es un suplicio. Muy al estilo película de Indeana Jones o Ciudad del Este. A pesar de lo molesto que se ponen hay una técnica que funciona para sacárselos de encima: mirarlos a los ojos fijamente y decirles un NO rotundo. Hecho esto te dejan en paz, la mayoría de las veces. Hay que entender que esta es una cultura del intercambio, donde favor con favor se paga y nadie te va a dar algo sin requerir otra cosa a cambio. Es un hecho cultural y no hay que estresarse por ello. De hecho, lo único que nos dieron gratis fue el agua para el mate. No se si es un hecho religioso o una costumbre muy arraigada del desierto, pero es una regla: el agua (del grifo) no se le niega ni se le cobra a nadie
A la noche llegó mi hermano y el encuentro con él, después de meses sin verlo, fue muy bonito. Viajar solo tiene muchas de ventajas, pero hacerlo con buena compaña también. Viajar con mi hermano es un regocijo para mi alma. Juntos recorrimos Marrakech; sus calles, el antiguo palacio de un Sultan, los jardines del actual palacio real, las Mezquitas y las calles que doblan y se entrelazan sin orden alguno. Así se fueron los primeros días de este nuevo viaje que recién comienza; esta pequeña aventura inserta en la gran aventura de vivir.