Como turista siempre traté de sumergirme en las costumbres locales. Entrar en contacto con la gente, comer su comida, ver su forma de vida y viajar en su sistema de trasporte son las formas de hacerlo. En muchos lugares de Marruecos están los autobuses para turistas, modernos, seguros y bien equipados. Pero también están los autobuses locales para los lugareños. Unos autobuses destartalados, desvencijados, derruidos por el paso de las décadas, de asientos estrechos que se asemejan más a una silla de tortura que a una butaca.
Al principio nos preguntamos por qué los llamaban autobuses locales si recorren largas distancias. Después nos dimos cuenta que nosotros los llamábamos así. La guía de Marruecos que teníamos estaba escrita en inglés y en los mapas de las ciudades uno podía ver la estación de los buses turistas y la “local bus station”. Nosotros tradujimos sabiamente como estación de los autobuses locales. Y bueno, a penas puedo con el castellano, me voy a andar deteniendo en tecnicismos de la traducción del inglés.
Una noche, al viajar en uno de estos autobuses, yo subo pronto a dormitar en la última fila de asientos, mientras mis compañeros de viaje se quedan abajo a estirar las piernas. Al rato veo subir a mi hermano con el semblante muy serio y me dice “Me pasó algo muy loco, aunque por tu tranquilidad me parece que no debería contarlo” Frase magistral para empezar una historia. Dos minutos antes de subir al autobús mi hermano vio como un hombre cincuentón, medio desgarbado y con pinta de malandra se acercaba sospechosamente al compartimiento donde estaba nuestro equipaje. Silbando bajito mi hermano también se arrimó para hacer acto de presencia. El hombre en cuestión finalmente dejó su equipaje. Nada raro sucedió, pero en la cercanía mi hermano percibe un penetrante olor y al observarlo más detalladamente notó que estaba fumándose un porro más grande que un habano.
- ¿Ce´bon? – Pregunta mi hermano haciendo uso de dos de las tres palabras que aprendimos del francés en Marruecos
- Oui, Oui – Responde el hombre a la vez que extiende la mano a mi hermano convidándole.
Luego de que mi hermano declinara educadamente el ofrecimiento se establece una charla, un poquito en francés, un poquito en castellano, un poquito en árabe y un mucho en lenguaje corporal de señas y gestos. Tal muestra de poliglotismo era habitual en nuestras conversaciones con los marroquíes. Es así como el hombre invita a mi hermano, más tarde y si le apetece, a fumarse un porro en la parte delantera del autobús. Mi hermano no entiende bien y le pregunta al hombre si el viajaba adelante. El hombre se señala a si mismo y luego hace el universal gesto de unas manos que agarran el volante: El fumeta era el conductor del autobús.
Hagamos una pausa y ubiquémonos en circunstancia: Autobús que hace veinte años no pasa por un taller mecánico. Carretera de montaña. Viaje de noche. Luces que a veces prenden, a veces no. Ruta que a pesar de ser de doble sentido tenía pavimentado solo en un carril, con lo cual cada vez que venía un vehículo de frente mitad del autobús se tiraba a la banquina. Completando el cuadro dantesco: conductor re loco. El viaje de esa noche fue como viajar al séptimo infierno, haciendo escala en los seis anteriores. Pero tan terrorífica experiencia nos sirvió para encontrarle un nombre más adecuado a este singular medio de trasporte: Los bondis locos.
Nota del Autor. En el castellano rioplatense bondi es la forma coloquial de llamar a un autobús.
Al principio nos preguntamos por qué los llamaban autobuses locales si recorren largas distancias. Después nos dimos cuenta que nosotros los llamábamos así. La guía de Marruecos que teníamos estaba escrita en inglés y en los mapas de las ciudades uno podía ver la estación de los buses turistas y la “local bus station”. Nosotros tradujimos sabiamente como estación de los autobuses locales. Y bueno, a penas puedo con el castellano, me voy a andar deteniendo en tecnicismos de la traducción del inglés.
Una noche, al viajar en uno de estos autobuses, yo subo pronto a dormitar en la última fila de asientos, mientras mis compañeros de viaje se quedan abajo a estirar las piernas. Al rato veo subir a mi hermano con el semblante muy serio y me dice “Me pasó algo muy loco, aunque por tu tranquilidad me parece que no debería contarlo” Frase magistral para empezar una historia. Dos minutos antes de subir al autobús mi hermano vio como un hombre cincuentón, medio desgarbado y con pinta de malandra se acercaba sospechosamente al compartimiento donde estaba nuestro equipaje. Silbando bajito mi hermano también se arrimó para hacer acto de presencia. El hombre en cuestión finalmente dejó su equipaje. Nada raro sucedió, pero en la cercanía mi hermano percibe un penetrante olor y al observarlo más detalladamente notó que estaba fumándose un porro más grande que un habano.
- ¿Ce´bon? – Pregunta mi hermano haciendo uso de dos de las tres palabras que aprendimos del francés en Marruecos
- Oui, Oui – Responde el hombre a la vez que extiende la mano a mi hermano convidándole.
Luego de que mi hermano declinara educadamente el ofrecimiento se establece una charla, un poquito en francés, un poquito en castellano, un poquito en árabe y un mucho en lenguaje corporal de señas y gestos. Tal muestra de poliglotismo era habitual en nuestras conversaciones con los marroquíes. Es así como el hombre invita a mi hermano, más tarde y si le apetece, a fumarse un porro en la parte delantera del autobús. Mi hermano no entiende bien y le pregunta al hombre si el viajaba adelante. El hombre se señala a si mismo y luego hace el universal gesto de unas manos que agarran el volante: El fumeta era el conductor del autobús.
Hagamos una pausa y ubiquémonos en circunstancia: Autobús que hace veinte años no pasa por un taller mecánico. Carretera de montaña. Viaje de noche. Luces que a veces prenden, a veces no. Ruta que a pesar de ser de doble sentido tenía pavimentado solo en un carril, con lo cual cada vez que venía un vehículo de frente mitad del autobús se tiraba a la banquina. Completando el cuadro dantesco: conductor re loco. El viaje de esa noche fue como viajar al séptimo infierno, haciendo escala en los seis anteriores. Pero tan terrorífica experiencia nos sirvió para encontrarle un nombre más adecuado a este singular medio de trasporte: Los bondis locos.
Nota del Autor. En el castellano rioplatense bondi es la forma coloquial de llamar a un autobús.
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