domingo, 31 de diciembre de 2006

Todo tiene un final

Como mi estadía en Panamá no iba a ser muy larga decidí concentrarla en un solo lugar, en vez de andar de un lado para otro. El lugar elegido fue el archipiélago Bocas de Toro. Tal como define la palabra archipiélago, Bocas de Toro es un conjunto de muchas islas sobre el mar Caribe. El lugar está bueno, hay algunas islas con playas para hacer surf, otras más calmas.
La isla principal es Colón, que cuenta con una pueblo muy pintoresco, donde muchos negocios, bares y hoteles tiene sus terrazas sobre el mar. La movilidad uno la hace en water-taxi, pequeños botes a motor que lo llevan de un lado a otro. En el archipiélago hay mil lugares diferentes que descubrir. Entre ellos está la bahía de los delfines, en realidad es como una laguna formada entre tres islas donde, obviamente, hay delfines. Esas aguas no son aptas para nadar porque también hay gran cantidad de medusas, pero desde la lancha uno puede ver a los delfines que se pasean entre las olas. Cuando la lancha se pone a dar vueltas en círculo a toda potencia, los delfines aprovechan las olas para hacer surf. También hay diferentes cayos y corales donde me pasé horas y horas haciendo snorkel. La playa Rana Roja, además de tener diminutas ranas rojas, es la típica playa de una isla caribeña, con cocos, arena blanca, mar verde-turquesa. Lindo lugar para pasar el día y donde tuve la oportunidad de poner en práctica mis elementales conocimientos de rescate aprendidos en el curso de buceo. Una nena de cinco años se la llevó la corriente mar adentro. Primero pensé que el padre, norteamericano de origen musulmán, estaba cantando una canción de los Beatles cuando gritaba "help", pero después me di cuenta de lo que pasaba. Como un Baywatch entré al mar corriendo y rescaté a la nena. Fui el héroe del día entre los muchachos y eso trajo repercusión a la noche entre las muchachas.
El último día en la isla coincidía con el último día en Panamá y el ultimo día de mi viaje, por lo cual me fui solo a una playa desértica, me recosté bajo una palmera, me metí al mar en pelotas, me demore cuarenta minutos en bajar a pedradas un coco y otra hora en abrirlo, también a pedradas.
Por la noche volví al hostal donde justo se celebraba una fiesta de disfraces. Lo bueno de estas fiestas es que la gente se mete en sus personajes y hace cosas que normalmente no haría. Esta fiesta fue especial porque los hombres tenían que ir de cafiolos y las mujeres de putas. La fiesta se extendió hasta la madrugada. Sabiendo que temprano partía mi avión, me fui a dormir a una hora prudente para tener al menos tres horas de sueño antes de abordar.
Y fue así, en una isla del caribe, despidiéndome del mar nadando desnudo, entre decentes señoritas que esa noche se encarnaron en dulces prostitutas, que me despedí de Centroamérica. Teniendo muchas ganas de volver y la certeza de que me quedan un millar de nuevos horizontes para ver.

lunes, 18 de diciembre de 2006

De otro planeta...

En seis chicken bus, dos taxis y un barco recorrí, entre las cuatro de la mañana y las siete de la tarde de un mismo día, una larga distancia para salir de Guatemala y llegar a la isla hondureña de Roatán. Si México estuvo marcado por los Zapatistas y las playas, Guatemala por los volcanes y lagos, Honduras quedó grabado en mi memoria por el buceo.
Cuando empecé este viaje, conocí a un flaco que me dijo que a esa isla todo el mundo va a hacer buceo. Yo pensé "No voy a gastar tanto dinero en eso". Sin embargo a medida que fui bajando me fui cruzando con más gente que venia de la isla de Roatán. Esta gente me fue quemando cada vez más la cabeza para hacer buceo, así que al final lo hice.
Las islas de la Bahía son el lugar más barato en el mundo para aprender a bucear. Roatán no es la más barata de las islas, sino la segunda más barata. Pero tiene el arrecife de coral más grande de América y su nombre se asemeja a una región de la Tierra Media donde hay muy buenos caballos, así me decidí por ella como lugar donde aprender a bucear.
Me inscribí al curso PADI Open Water. PADI es una organización internacional de enseñanza de buceo y el curso Open Water me habilita a bucear sin instructor en cualquier lugar del mundo es aguas abiertas.
El curso fue más agotador de lo que creía. Las clases teóricas, con libro y videos, son muy interesantes, pero algo aburridas. Los ejercicios subacuáticos que se realizan en aguas costeras donde uno hace pie son educativos, pero algo tontos... bucear es más maravilloso de lo que creía.
Con la lancha nos alejamos bastante de la costa y, al estilo James Bond, de espalda entramos al agua. Es increíble, es como entrar en otro mundo. Cuando uno logra la flotabilidad neutra es como estar en gravedad cero. Los sonidos bajo el agua se comportan de una forma completamente diferente y el arrecife es una explosión de colores. Como sumergido en "Buscando a Nemo", miles de peces de variados tamaños y colores se pasean sin timidez entre los buceadores y uno se encuentra simplemente rodeado por ellos. Algunos caracoles caminan por el fondo, las langostas se esconden entre las cuevas y las plantas de los arrecifes se mecen lentamente con la corriente.
Toda mi vida quise viajar al espacio, bucear es lo más cerca que he estado. De echo, esto es sólo el comienzo, ahora que tengo mi certificado que me permite bucear en todo el globo no voy a dudar en aprovecharlo y así continuar mi educación submarina con diferentes cursos de especialidades y perfeccionamiento. Igualmente, antes tengo que prestar atención a mi oído que viene haciendo cosas raras desde entonces.
Quizás nunca viaje al espacio, aunque no pierdo la esperanza. Igual el hombre sabe más de la superficie de Marte que del fondo del mar. Así que allí abajo hay un mundo nuevo a ser descubierto, esperando por mi.

sábado, 16 de diciembre de 2006

El primero te lo regalan

Luego de cruzar el lago Atitlán en una lancha, llegué a San Pedro la Laguna. Cuenta la leyenda que muchos hippies en los 60's se fueron a vivir a orillas de ese lago. Fueron a un pueblo con el nombre de Panajachel, pero que con el tiempo todo el mundo lo empezó a llamar gringotenango. En los últimos diez años este lugar se volvió muy turístico y muchos hippies se mudaron al pueblo que está del otro lado del Lago, que es justamente San Pedro la Laguna.
Yo no lo sabía cuando llegué, pero resulta que ese pueblito en el medio de la nada es un lugar de reviente. Apenas uno llega se te acercan varias personas ofreciéndote paseos a caballo, tours en cayacs, caminatas por los volcanes. Esto ocurre en todos las pueblos medianamente turísticos. Lo raro de San Pedro es que en el mismo tono de voz, te ofrecen marihuana, cocaína y demás drogas duras, como quien vende fruta en el mercado.
Extraña mezcla entre aborígenes locales, hippies de sesenta y cinco años y jóvenes de diferentes partes del mundo deambulan en este poblado. El mismo muta según la hora del día. Por la mañana la mayoría en la calle es aborigen, con algunos viejos hippies con sus artesanías, y muy pocos jóvenes, a quienes se los ve con la cara despejada y serenos.
Hacia las dos de la tarde los aborigenes huyen y las calles se empiezan a poblar de blancos jóvenes con cara de mal dormir y movimientos demasiado nerviosos para ese lugar. Por la noche, la mitad de los extranjeros se va a un bar a tomar algo y la otra mitad se va a un bar a trabajar, ya que es lo que más abunda. Para la media noche todo cierra y la gente vuelve a sus posadas para continuar tomando hasta que sale el sol. Y cuando digo tomando no me refiero a bebidas.
Recomendado por un italiano, me apersoné en un Hostal a las dos de la tarde y golpeé la puerta. Me abrió un huésped, al cual había interrumpido en su siesta fumeta en una hamaca. Era la única persona que había en el hostal. Ni dueño, ni encargado, ni nadie. Este huésped me dijo que me metiera en alguna habitación libre y que cierre la puerta con mi candado. Ese era todo el check in necesario. Si bien el hostal es el más barato en el que estuve en todo mi viaje por Centroamérica, fui yo quien tuve que limpiar mi habitación, hacer la cama y hasta comprar papel higiénico para el baño.
Al encargado no lo vi hasta la mañana siguiente y primero quiso venderme hierba y después cobrarme la habitación. Como atravesar un océano e ir al medio de una montaña para pasarme el día tirado en una hamaca entre cuatro paredes metiéndome mierda no es la idea de mi viaje, me dediqué esos días a hacer montañismo. El lago se encuentra a mil seiscientos metros sobre el nivel del mar, enclavado en medio de tres diferentes volcanes y unas cuántas montañas. El volcán más alto de la región es el San Pedro y son como cinco horas de caminata. Como la entrada cuesta más de lo que estaba dispuesto a pagar, me adentré por otro sendero al volcán, hasta que tres horas más tarde estaba perdido en la montaña. Bajé otra vez a la ruta e intenté por otro sendero, pero una hora más tarde nuevamente estaba perdido en medio de la selva. Pero como la tercera es la vencida, encontré esta vez un sendero que a unos quinientos metros de empezar se juntaba con el sendero principal. Por el mismo de adentré hasta la cima, pero en el camino me crucé con un policía que, al ver que no tenia ticket de entrada, me ofreció "arreglar" el problema sin necesidad me ponerme una carísima multa. Ventajas de la policía Latinoamericana.
En fin, San Pedro es un lugar donde la gente llega y se queda y se queda y se queda... y no precisamente para observar las inmensas maravillas naturales que ofrece. Yo sin embargo, enfocando mi viaje desde otro lado, me alcanzó estar en este pueblo unos días y seguí mi camino para otros parajes.

Camino al infierno

Hace unos días fue el cumpleaños de un amigo canadiense y realizó un extraño ritual al cual me invitó a participar. Desde la ciudad de Antigua, Guatemala, un domingo al mediodía nos encaminamos hacia el volcán Pacaya. Después de dos horas en bus entre los precipicios y las quebradas guatemaltecas, llegamos a la base del volcán y empezamos la ascensión.
Por un fino sendero entre altos árboles subimos al volcán, el cual no difiere en mucho de las sierras cordobesas en Argentina o las montañas asturianas en España. Pero al cabo de una hora el paisaje cambió completamente. A unos trecientos metros, abajo de un barranco, comenzaba lo que sería un inmenso mar negro y sólido. Lava volcánica ya fría y convertida en piedra. La excursión proseguía escalando ese mar. Era muy difícil: veinte minutos para hacer los trecientos metros. La roca volcánica es bastante caliente al tacto, con lo que si uno deja la mano en un lugar mucho tiempo, se quema. Además es como una esponja, llena de aire y de burbujas. Si uno pisa muy fuerte la roca se rompe y el pie se hunde dentro de un horno natural. De vez en cuando, entre las rocas, uno encuentra un huequito y cincuenta o sesenta centímetros más abajo ve que la roca está el rojo vivo. Si metés el palo que oficia de bastón, se prende fuego instantáneamente. Al finalizar esta caminata uno se encuentra frente a frente con un río de lava que lentamente va descendiendo.
La caminata entre las rocas ardientes con la lava rodeándote es lo más parecido que ví al infierno en mi vida. A orillas de la lava uno no se puede acercar más de un metro porque el calor es insoportable.
Nosotros llegamos al atardecer y el espectáculo fue increíble. El rojo de la lava se reflejaba en las bajas nubes y se combinaba con la luz del sol para formar un degradé de violetas, fucsias, azules y naranjas en el cielo.
Cumpliendo con el ritual cumpleañero, mi amigo escribió una carta resumen de los veintisiete años de vida hacia atrás, con las esperanzas que tenía en su vigésimo octavo cumpleaños. Yo, aunque no era cumpleañero, escribí mi propia versión de la carta al volcán. Luego, cada cual envolvió con su carta una piedra volcánica fría, un moneda y un poco de nuestra propia saliva, para después arrojarla a la lava. La piedra era para devolverle a la lava algo que había perdido, la moneda como ofrenda y la saliva como parte de nuestro cuerpo en sacrificio (usar sangre nos pareció un poco melodramático). Terminó el ritual cuando todo esto ardió en las fauces de este infierno rojo, simbolizando nueva vida que comienza a partir de la quema de nuestras penas, miserias y defectos pasados, plasmados en una carta.
El hermoso atardecer devino en una oscura noche, muy bonita pero poco práctica para descender entre piedras volcánicas y senderos montañosos. Terminado el ritual y entrada la noche, volvimos a la ciudad y a nuestras camas, para que el reparador sueño nos acercara a convertirnos en aquello que le pedimos al volcán poder llegar a ser.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

A la Antigua

Antigua es una ciudad, ante todo, antigua. Suena lógico, pero es raro ver una ciudad de cuatrocientos años que no se ha modernizado. Capital del virreinato español centroamericano, que abarcaba desde el sur de México hasta Panamá, la ciudad fue destruida en el mil setecientos y pico por un terremoto. Como disciplinadas abejas obreras, los españoles la reconstruyeron íntegra, sin embargo unos cuarenta años después un segundo terremoto la volvió a destruir. Los españoles dijeron "una polla" y empezaron a construir una nueva ciudad a unos sesenta kilómetros. Llamaron a la nueva ciudad Guatemala y a la vieja, Antigua Guatemala, que con el tiempo derivó simplemente en Antigua.
Cabe decir que Antigua es la ciudad más bonita en la que estuve en este viaje por Centroamérica. Todas las calles son empedradas, las casas con tejas rojas españolas y la típica construcción colonial de "casa chorizo". Por todas partes te encontras grandes construcciones derruidas por el último terremoto y que hace tres siglos que están igual. La catedral de la plaza principal es una de ésas, sólo tiene habilitada una pequeña parte porque al resto se le cayó el techo. También hay un monasterio que se vino completamente abajo y uno se puede pasear entre las ruinas.
En la Plaza principal hay una fuente muy famosa, donde cuatro jóvenes doncellas sin mucha ropa se exprimen sus pechos desnudos y de ellos brota agua. Desde la ciudad se divisan tres diferentes volcanes. La ciudad está llena de extranjeros de todas nacionalidades, ya que es la ciudad para aprender español, al parecer.
Pero lo mejor es el atardecer. Por alguna extraña condición atmosférica el naranja del cielo se transporta a las paredes de la ciudad. Las farolas coloniales se prenden, mezclándose la azulada luz artificial con el rojo fuego del sol. La banda municipal suele tocar algunos temas de Mozart a un costado de la plaza y todos salen de sus trabajos y se quedan en la calle hablando con sus vecinos, sin apuro alguno para volver a sus casas.
Lo más curioso es que a un amigo mío no le gustó. Por las veredas angostas y las casas cuyos frentes son una gran pared, con una ventana siempre cerrada, le daba la impresión de ser una ciudad cerrada. Pero a mí no, quizás por mi sangre española, o quizás porque en Buenos Aires hay muchos lugares con arquitectura colonial, estas cosas no me afectaban, más bien me gustaban y son parte del encanto de Antigua.
Si bien en mi viaje evité adentrarme en las ciudades, Antigua era una parada obligada y no me arrepiento. La ciudad es hermosa y el atardecer allí es un momento mágico. Los bares abundan y la gente joven es la que le da vida a la ciudad. Una ciudad chapada a la antigua, con un ritmo de vida imposible para una ciudad capital y que además sigue conservando una hermosura que ningún terremoto le pudo arrebatar.

Tikal

Tikal, en Guatemala, fue la más grande región ocupada por los Mayas. En la actualidad hay más de mil quinientas ruinas en un área de unos docientos kilómetros cuadrados. Sin embargo, la parte abierta el turista es mucho menor y sólo es lo que fue el centro del antiguo imperio Maya.
Me apersoné en Tikal un soleado día por la tarde, para poder ver el atardecer, que todo el mundo me decía que era magnifico. Grande fue mi sorpresa al encontrarme el parque cerrado, con miles de militares y varios helicópteros, porque justo se reunieron varios presidentes centroamericanos y se fueron a dar un paseo por Tikal.
No resignado, me fui por un senderito entre la selva hasta un gran árbol que tiene una escalera y un mirador en la punta. Desde allí pude ver una linda caída del sol, pero no entre las pirámides y templos mayas, como se ve desde las ruinas.
Por la noche colgué mi hamaca en un camping y me fui a cenar. A las nueve se corta la luz en todo el complejo, entonces me recosté largo rato mirando las estrellas. El cielo de Tikal es increíble, y dormir bajo las estrellas siempre es fenomenal.
Muy de madrugada me desperté, pagué tres veces lo que cuesta la entrada normal a las ruinas y con el guía nos adentramos como una hora en la selva hasta llegar al Templo del Amanecer. Como su nombre lo indica, es un gigantesco templo cuya cara está orientada hacia la salida del sol. El amanecer en Tikal es hermoso, o al menos eso se ve en las fotos si uno pone "tikal sunrise" en imágenes del Google. Quince minutos antes del amanecer se largó una tormenta que no permitía ver ni a veinte metros. Esa tormenta duró una hora, justo para cagarme la vida y la vista del amanecer. Después despejó, dejando un maravilloso día de sol. La excursión prosiguió hasta las once de la mañana, paseándonos entre las pirámides, los templos, los campos de pelota y las demás construcciones Mayas. El guía nos explicó con mucho detalle todo lo referente a esas construcciones y a la vida maya en general.
Cabe aclarar que Tikal fue abandonada por los mayas hace unos ochocientos años, nadie sabe bien por qué. En ese tiempo la selva hizo lo suyo y hoy en día todas las ruinas están enclavadas en el medio de grandes árboles, donde uno avista monos arañas, tucanes, monos grandes y malos, unos bichos parecidos a los osos hormigueros, y miles de diferentes aves tropicales. Como la entrada era para todo el día y el tour terminó temprano, me dediqué a volver sobre mis pasos. Tranquilamente y a mi ritmo recorrí otra vez las magnificas ruinas y aproveché para ir a lugares donde el guía no nos llevó.
Tikal, muestra de la majestuosidad del imperio Maya, es hoy un lugar encantador. Enclavado en medio de la densa selva tropical, la flora y la fauna ganaron terreno sobre la construcción y vida del hombre. Si alguno de ustedes va, les aconsejo que se tomen bastantes horas para recorrerlo, y si sacan fotos del atardecer o del amanecer, por favor envíenmelas, que yo no tengo.

Border line

El día arrancó mal. Cuando el despertador sonó a las 5:30 AM, junté todas mis cosas y me fui a la entrada del hostal, a las 6:00 AM, para esperar la camioneta que me llevaría hasta la frontera entre México y Guatemala.
Arrancó mal porque yo sabía que éramos seis los que tomaríamos esa camioneta y estaba sólo yo en la puerta del hostal. Con la linterna pude encontrar un reloj en la recepción y comprobar que eran las 3:00 AM y no las 6:00 AM, mi despertador seguía con la hora Cubana. La verdad es que no tengo mucha idea en qué día vivo y qué hora es. Cuando tengo hambre como, cuando tengo sueño duermo y así se pasan los días.
Tres horas más tarde, después de volver a mi habitación y dormir un poco más, me subía a la cómoda camioneta que me llevó a la frontera. La diferencia entre México y Guatemala se nota mucho. Del lado mexicano hay una pequeño edificio donde hice migraciones. Del lado de Guatemala tuve que cruzar a pie un kilómetro en medio de un mercado favela que se instaló en la frontera, construido con chapas y madera.
Después de cruzar dicho paraje, me monté a una PickUp 4x4 que se metió por algo que no llega a ser un camino en medio de la montaña, durante quince minutos, para llegar a la costa del río San Pedro. Allí pasé a una lancha que me llevó río arriba durante cuarenta minutos, para luego llegar a una choza en el medio de la selva. Esa era la oficina de migraciones guatemalteca, casi dos horas de la frontera y como 100 km dentro de Guatemala. Hecho el trámite retomé la lancha por otros cinco minutos hasta llegar a no se qué ciudad y allí tomé una camionetita para doce personas. Lo bueno era que en esa camioneta, cuando arrancó, éramos nueve. Lo malo, es que en las tres horas subsiguientes empezó a subir gente y terminamos siendo como veinte en el minúsculo vehículo.
Fue así como arribé a Flores, isla de no más de uno o dos kilometros cuadrados, ubicada en el Lago Peten Itza, muy cerca de la costa de Santa Elena. Flores es uno de los lugares más caros de Guatemala y aun así los precios ya se estaban acomodando más a mi bolsillo, no como en México. Con respecto al dinero, calculé tan bien el metálico que cuando alcancé la frontera no tenía más que unos pocos pesos mexicanos, que cambié por menos quetzales guatemaltecos. Tan poco efectivo tenía que tuve que regatear el precio en la posada más barata, porque no tenía ni para pagar la noche.
La isla es bonita, por la tarde di un paseo, crucé a Santa Elena a conseguir un cajero automático donde proveerme de cash, me instalé en un barcito cuyas mesas estaban en una plataforma de madera flotando sobre el lago. Luego llevé mi ropa a la lavandería ya que gracias a mis andanzas con los Zapatistas estaba demasiado sucia. Finalmente, una cena liviana y me fui a dormir bastante temprano.
El día, que arrancó mal y que fue físicamente muy incómodo en los transportes y por el agobiante calor, fue sin embargo una maravilla, con un hermoso paseo en lancha, una divertida excursión en 4x4 y para coronarlo, una cerveza bien fría mirando el atardecer en un barcito sobre el agua del Lago Peten Itza.