lunes, 16 de abril de 2007

Problemas de Comunicación

La Biblia dice que los hombres, ebrios de poder, quisieron construir la torre más alta del mundo para alcanzar los cielos. Entonces se pusieron a construir la torre de Babel. A Dios, que en el antiguo testamento era un ser irascible e impiadoso, realmente le dio por las pelotas la soberbia de los hombres. Los castigó imponiéndoles diferentes lenguas, haciendo así casi imposible la comunicación y, por ende, la construcción de la mítica torre.
Un poco más cerca en el tiempo, cuando llegué a Latino América, me alegré de volver a encontrarme con el verdadero significado de algunos vocablos de nuestra querida lengua castellana. Sucede que en España, coger no significa "coger", en el sentido argentino del término. En España coger significa agarrar, tomar. En los dos años que viví en Barcelona nunca me pude acostumbrar. Pasados los primeros seis meses ya no me reía como un idiota cada vez que escuchaba "coger". Al año ya no me sonrojaba como un niño de cinco años al decir sus primeras malas palabras. Pero en mi cabeza sonaba una carcajada cada oportunidad que alguien pronunciaba esa palabra. Lo que pasa es que la usan en los más extraños contextos. Cómo no te vas a reír si alguien te dice "El otro día vi una gata en la calle, estaba sola y con frío y la cogí". Ni que hablar de una vez que una amiga, bajando la peligrosa escalera de mi terraza, pierde el equilibro y me empieza a gritar desesperada "Cogeme... cogeme un poquito".
Al llegar a Buenos Aires creí que esta maldición bíblica se había terminado. Me equivoque, el rencoroso Dios del antiguo testamento no la hizo acabar. Y hablando de "acabar", en España correrse no significa desplazarse de un lugar a otro. No señor. Es aquí donde voy a dirigir una dura crítica al léxico Argentino: el vocablo acabar implica que se terminó, que es el final. Esto no tiene porque ser necesariamente cierto, ya que es muy estimulante y altamente divertido continuar con la acción luego de dicho momento. Es por eso que en mi vocabulario reemplacé el término argentino "acabar" por su sinónimo español "correrse".
Nuevamente me equivoqué. Imagínenme a mi, con el significado que le asigno a esa palabra, escuchando en un Chiken Bus Gatemalteco al cobrador de boletos gritando a viva voz "A ver la señora del fondo si se corre, que va a viajar mucho más cómoda" o "Los jóvenes de la izquierda a ver si se corren de una vez" o "Permiso que necesito espacio para correrme y así cobrar el pasaje más relajado". Sin poder evitarlo, cada vez que escuchaba un comentario de estas características, se me escapaba una estúpida risa y mi rostro se ponía como un tomate.
Maldición bíblica de un antiguo Dios que nos dificultó la comunicación verbal, dejándonos en la desnuda necesidad de crear un lenguaje universal con nuestros cuerpos.

Nota de Autor: Aprovecho la ocasión para aclarar que no soy un pervertido, ni un degenerado, ni un mal pensado.