miércoles, 30 de junio de 2004

Mentiras Graciosas

La noche de Sant Joan tuve un pequeño incidente. Por el mismo terminé con el labio partido y el ojo morado. En definitiva terminé con la cara rota y sin un buen motivo para merecerlo. Como el alquiler hay que pagarlo igual y en el Pizza Hut donde trabajo de camarero pasan de todo, yo trabajaba con ese aspecto. La historia real es muy larga para contarla, y se torna aburrida si siempre contás lo mismo. Por eso me puse a improvisar incoherentes respuestas cada vez que alguien me preguntaba que me pasó en la cara. No me acuerdo de todas las que inventé, pero dejo acá un pequeño dossier de las que más me gustaron:
  • No se me abrió el paracaídas
  • El león que tengo en casa hoy se levanto juguetón
  • Problemas con el KamaSutra
  • Es que con la otra mesa me equivoqué al tomar la orden.
  • Me lo hizo mi mujer... pero hizo bien por que me lo merecía.
  • ¿Oyó hablar del realismo de los nuevos videos juegos? Ayer yo me compré uno de boxeo
  • Me paso programando la video casetera.... es que es muy cabrona.
  • Accidente en pancha
  • Si le digo la verdad... le miento
  • Es el premio al mejor empleado del mes.
  • ¿Sabe usted señora qué es el sadomasoquismo?

domingo, 27 de junio de 2004

Me cago en Sant Joan

El 24 de junio es la fiesta popular de Sant Joan. Mucha idea de lo que se festeja no tengo, pero para sumarme a las costumbres locales después de trabajar con un grupo de compañeros nos fuimos a la playa donde se concentran todos los festejos. En la playa hay muchos barcitos al estilo publicidad de Gancia. Algunos se congregan alrededor de estos bares, se ponen a bailar en la playa y a tirar petardos como locos. Otros se acercan más a la costa donde la música no suena tan fuerte y se sientan en la arena para charlar o cantar al son de alguna guitarra o tambor.
No estando de ánimo como para bailar nos sentamos a la vera del Mediterráneo a hablar de boludeces. Así fue trascurriendo el tiempo, hasta que en un momento la cerveza hizo su efecto en mi vejiga y me tuve que retirar al baño. Lo bizarro ocurrió cuando volvía. Tratando de identificar a mi grupo en la oscuridad me fui paseando entre distintos grupitos, cuando veo en la arena un petardo encendido. Aturdido ya de tanto petardo me tape los oídos con las manos y proseguí mi camino. Una vez que el petardo explotó salpicando de arena a su alrededor me saqué los dedos de las orejas y, como había identificado a mi grupo, fui a su encuentro. Faltando tan sólo unos metros para llegar siento una mano que me agarra el hombro y me tira fuerte hacia atrás, hasta darme vuelta. Me encontré frente a frente con el dueño de esa mano que me dice “Tu te crees gracioso por andar tirando petardos por allí” “¿Cómo?” Dije. Resultado: Mexicano hijo de su chingada madre 2, Pablito 0. Dos goles me metió. ¿Puse goles?. Fue un error de tipeo, quise poner dos golpes. En respuesta a mi pregunta recibí un cabezazo en los labios (suerte que mi agresor era petiso) y un excelente puñetazo en el ojo izquierdo, que me hizo caer planchado al suelo.
Luego de media hora tirado en el suelo, con la compañía de mis compañeros de trabajo y con una bolsa de hielo en la cara que me cedió un amable Pakistaní vende cervezas, me levante y me fui a casa. Recién me di cuenta de que había sangrado cuando agarré las llaves para abrir la puerta y vi mi mano con una mancha roja. Para colmo no había luz en casa y con una vela me fui al baño a mirarme la cara (o lo que quedaba de ella). El ojo roto, los labios ensangrentados, la luz de la vela, era todo muy decadente y muy cinematográfico. Me hizo acordar de la escena de Terminator 1 donde Schwarzeneger se saca el ojo en un baño de un hotel de mala muerte. En mi delirio etílico yo trate de razonar con el mexicano, sin entender que era imposible. En mi baño también me acorde de una línea de diálogo de la película: “La máquina no tiene compasión, no tiene remordimiento, no se puede razonar con ella”.
El día siguiente era feriado y estaba todo cerrado. Tuve que esperar otro día para poder ir al médico, que me recetó ajo y agua… Ajoderse y aguantarse, además de unas pastillas anti-inflamatorias y una gotas de un antibiótico para el ojo. Yo creía que el hecho de que te peguen era malo y doloroso, pero ir a los médicos es peor.
Sabido es por todo el mundo que el consultorio de un dentista es un moderno cuarto de tortura. Pero si lo del dentista fue malo, lo del oftalmólogo fue peor. Me puso el mentón en un aparato raro y con un telescopio tamaño espacial empezó a mirarme el ojo mientras decía “Ahh... Mmm... Mirá arriba… a la izquierda… no a TU izquierda” Mierda, veinticuatro años y todavía no se cuál es la izquierda y cuál la derecha. “¿Eres alérgico a algún medicamento?” Cagamos, cuando un medico te preguntan eso es porque te están por dar una pichicata de la gran puta. “Por que está todo bien, no hay ningún problema, pero por las dudas te voy a hacer un fondo de ojo, ya que viniste”. Eso si que es una tortura. Me metió unas gotitas en los ojos que hicieron que mi pupila creciera hasta tener el diámetro de una grande de anchoas y prendió una luz que más que luz era como un sable láser Yedi entrando por mi ojo.
Yo siempre fui un poco vampiro y la luz me molesta. Después de esa experiencia no sólo me molesta la luz, sino que además la odio, al igual que odio a todos los oftalmólogos de este mundo (exceptuando aquellos oftalmólogos que ahora están leyendo esto).
Finalmente la sesión de tortura terminó y volví a mi casa sin ver mucho por dónde. Veía todo con una sobredosis de luz, alto contraste y con un efecto fumé. No efecto “me fumé” alguna porquería (mal pensados) sino efecto fumé, que es cuando se ven las cosas media borrosas.
“La venganza es un plato que se sirve mejor frío” dice un antiguo proverbio Klingon. Nunca entendí que significa, si alguien lo hace por favor háganmelo saber. Lo que sí se es que si algún día me cruzo con el mexicano hijo de una gran puta le parto un palo en la cabeza.

martes, 22 de junio de 2004

Las Artes oscuras Vs. Arquímedes

Siguiendo con mi no rutina de trabajos inestables conseguí mi segundo laburo. En Barcelona, ese fin de semana, se corría el mundial de motos. Esta vez me tocaba trabajar en un puestito ambulante dentro del autódromo.
Lo que más me llamó la atención fue la actitud del que seria nuestro jefe, que a los cinco minutos nos dijo “Oídme…. vosotros tomáis y comáis todo lo que queráis, sin problema, sin estrés, que yo este curro lo tengo más que nada para no estresarme, para desconectarme un poco y ver la carrera… Acá estamos para disfrutar del espectáculo y no para hacernos mala sangre”.

Tres conclusiones saqué ese día:
1º El decadente estado sanitario de los lugares donde se venden panchos y todas esas porquerías.
2º Que si sigo trabajando en el rubro gastronómico voy a engordar mucho, dado que no tengo límite físico para comer.
3º Que soy un maestro en el arte de servir cerveza tirada.

Pero sin duda lo mejor de todo fue presenciar la siguiente situación: no teniendo heladeras, las bebidas se enfriaban en unos contenedores muy parecidos a bañaderas, pero de plástico. Se estaban acabando las aguas minerales y los dos flacos que trabajaban conmigo en la barra se proponen reponerlas. El hielo, ahora devenido en agua, llenaba casi todo el contenedor. Pero como el contenedor estaba inclinado, debido a un desnivel en el suelo, el agua estaba del lado izquierdo a dos mililitros de rebalsar, mientras que del lado derecho le faltaban unos cinco centímetros. Al introducir la primer botella, casualmente muy cerca del borde izquierdo, el nivel del agua subió tal como lo formuló Arquímedes hace 2500 años (cuando gritó Eureka). La subida del nivel del agua ocasionó un pequeño desborde del lado izquierdo. “Joder tío, que se cae el agua” dijo uno. El otro se quedó unos largos segundos mirando el contenedor y meditando. Al cabo de un rato halló una maravillosa solución y sentenció: “Pongamos las botellas del lado derecho, que esta mas vacío”.
Mis oídos no podrían creer lo que oían, al parecer este ser (que no me atrevo a llamar pensante) creía que mágicamente solamente subiría el nivel del agua de una mitad del contenedor, al estilo la película “El abismo”. Grande fue el asombro del gallego al introducir juntas cuatro botellas del lado derecho y ver que el agua se rebalsaba del lado izquierdo, atribuyendo sin duda este fenómeno a una obra de brujería.
Luego de pensar un rato bien largo cómo proceder, decidieron que lo mejor era poner las botellas en otro contenedor que no estaba tan lleno, no sea cosa de darle oportunidad a las artes oscuras de hacer de nuevo de las suyas.

lunes, 14 de junio de 2004

Mi primer trabajo en el viejo continente.

Y tenía que llegar. Luego de un mes sabático se hacia imperioso empezar a trabajar y así lo hice. El trabajo era de vendedor de latitas de coca cola y cerveza en un concierto. Un día antes nos juntaron a todos para darnos una charla y al terminar el coordinador dice “El evento es en el palacio san jousdorshusoth, el concierto de daniensoudn biseojsbvj, ¿Vale?”
Siempre tuve la curiosa cualidad de lograr que los nombres propios se me borren de la memoria diez segundos después que me los dicen. Con suerte recuerdo alguna letra y el resto las invento según disponga mi imaginación. A veces recuerdo dos o tres letras, pero siempre invierto el orden o las mezclo. Ya estoy acostumbrado después de toda una vida de dislexia. “Entendido” respondí, sin tener idea de que carajo había dicho el catalán. “Vale, les dejo el mapa del palacio, los veo mañana a las 18:50 allí ¿Vale?”
El día del concierto partí con tiempo de sobra. Agarré las llaves de la bici, el dichoso mapa y partí hacia plaza España, lugar de donde me tomaba el bondi. A mitad de camino entre mi casa y la parada me di cuenta que no tenía dinero para el colectivo. Ya no me quedaba tiempo para volver al depto y emprender otra vez el viaje, así que sólo quedaba seguir adelante, aunque no tenía idea de dónde era “adelante”. Sólo tenía tres datos: un concierto, en un palacio, y el lugar donde me tomaba el bondi. Llegué a la parada y para mi sorpresa tres colectivos paraban allí. Haciendo uso de mi memoria numérica, que funciona un poco mejor que la alfabética y confiando un poco en el azar, elegí uno para preguntar por su recorrido. Ahora sabía que el (supuesto) bondi subía al monte Montjuic. Metí la mano en el bolsillo para sacar el mapa y lo único que encontré fue un agujero, seguramente la vía de escape del puto mapa. “Piensa McFly, piensa” me dije. Agarré la bici y pedaleé hasta la base del cerro, donde la até y encaré por la escalera mecánica que subía. Pregunté a un basurero, a tres puestos ambulantes, a seis viejitas transeúntes y a una infinidad de pre adolescentes. “Mira, estoy buscando el palacio ese, donde hoy toca el tío ese” “Ah, el palacio san jodjertsdefvsadfg” o “El concierto de danienkdjfpdñmdñlfki” empezaban la mayoría de las respuestas, seguidas por alguna indicación geográfica. Así fue como llegué a la puerta principal del palacio San Jordi. Haciendo esta vez uso de mi memoria visual, que para compensar a las otras dos funciona admirablemente, visualicé el mapa en mi mente y me dirigí a la puerta de acceso al personal. Llegué a la 18:48, dos minutos antes de mi hora. Estaba esperando el coordinador, unos minutos después nos acreditamos y entramos al palacio.
Una vez dentro me dieron el uniforme, las latas y me mandaron a unas tribunas. Deberían haberme visto, pantalón blanco, remera roja y negro, gorra azul. Así vestido, todo tímido como soy, completando el cuadro con unos cuántos granos en la cara. Era el estereotipo de adolescente yanqui vendedor de fast food, excepto porque lo de la adolescencia terminó hace años. Para colmo el concierto resulto ser de David Bisbal. Yo no lo conozco, pero es una mezcla de Ricky Martin y Luis Miguel. Mezcla mal hecha, con pinta de cantante de cumbia grasa. Todo musculoso, con pelo largo, rizado y teñido de rubio, con la camisa con los tres botones superiores sin abrochar …en fin. Es él que canta ese sacrílego tema que reza “Ave María: si te tuviera nunca te dejaría, Ave María: si te alcanzara nunca te soltaría, Ave María: si te agarrara como te garch….”
Por un segundo y medio me mire a mí mismo y por primera vez en este viaje pensé “¿Qué carajo hago acá? ¿QUE PORONGA ESTOY HACIENDO?. En Argentina tengo un buen trabajo, de lo que me gusta hacer y muy bien remunerado. El aeropuerto queda unos 30 kilómetros hacia…. allá, al sur, tiro estas latas y este uniforme a la mierda y me vuelvo. Vuelvo a mi ciudad, vuelvo con mi familia, vuelvo a mi casa, vuelvo con mis amigos, si empiezo a correr en unas 5 horitas llego al aeropuerto”.
Por suerte sólo fue un segundo y medio. Después respiré hondo, recordé las razones que me trajeron hasta acá y empecé a susurrar “coca, cerveza, bien fría” Al principio con cierta timidez, pero al cabo de un rato gané confianza y terminé gritando “Lloren chicas lloren, acá están las cocas y las cervezas”
Así transcurrió mi primer jornada laboral en el viejo continente. Que El Señor no me hizo para trabajar es una revelación que tuve siendo aún un niño. Por suerte este tipo de trabajos son irregulares, porque si llego a tener que trabajar en una oficina con un horario fijo me muero de aburrimiento.