El 24 de junio es la fiesta popular de Sant Joan. Mucha idea de lo que se festeja no tengo, pero para sumarme a las costumbres locales después de trabajar con un grupo de compañeros nos fuimos a la playa donde se concentran todos los festejos. En la playa hay muchos barcitos al estilo publicidad de Gancia. Algunos se congregan alrededor de estos bares, se ponen a bailar en la playa y a tirar petardos como locos. Otros se acercan más a la costa donde la música no suena tan fuerte y se sientan en la arena para charlar o cantar al son de alguna guitarra o tambor.
No estando de ánimo como para bailar nos sentamos a la vera del Mediterráneo a hablar de boludeces. Así fue trascurriendo el tiempo, hasta que en un momento la cerveza hizo su efecto en mi vejiga y me tuve que retirar al baño. Lo bizarro ocurrió cuando volvía. Tratando de identificar a mi grupo en la oscuridad me fui paseando entre distintos grupitos, cuando veo en la arena un petardo encendido. Aturdido ya de tanto petardo me tape los oídos con las manos y proseguí mi camino. Una vez que el petardo explotó salpicando de arena a su alrededor me saqué los dedos de las orejas y, como había identificado a mi grupo, fui a su encuentro. Faltando tan sólo unos metros para llegar siento una mano que me agarra el hombro y me tira fuerte hacia atrás, hasta darme vuelta. Me encontré frente a frente con el dueño de esa mano que me dice “Tu te crees gracioso por andar tirando petardos por allí” “¿Cómo?” Dije. Resultado: Mexicano hijo de su chingada madre 2, Pablito 0. Dos goles me metió. ¿Puse goles?. Fue un error de tipeo, quise poner dos golpes. En respuesta a mi pregunta recibí un cabezazo en los labios (suerte que mi agresor era petiso) y un excelente puñetazo en el ojo izquierdo, que me hizo caer planchado al suelo.
Luego de media hora tirado en el suelo, con la compañía de mis compañeros de trabajo y con una bolsa de hielo en la cara que me cedió un amable Pakistaní vende cervezas, me levante y me fui a casa. Recién me di cuenta de que había sangrado cuando agarré las llaves para abrir la puerta y vi mi mano con una mancha roja. Para colmo no había luz en casa y con una vela me fui al baño a mirarme la cara (o lo que quedaba de ella). El ojo roto, los labios ensangrentados, la luz de la vela, era todo muy decadente y muy cinematográfico. Me hizo acordar de la escena de Terminator 1 donde Schwarzeneger se saca el ojo en un baño de un hotel de mala muerte. En mi delirio etílico yo trate de razonar con el mexicano, sin entender que era imposible. En mi baño también me acorde de una línea de diálogo de la película: “La máquina no tiene compasión, no tiene remordimiento, no se puede razonar con ella”.
El día siguiente era feriado y estaba todo cerrado. Tuve que esperar otro día para poder ir al médico, que me recetó ajo y agua… Ajoderse y aguantarse, además de unas pastillas anti-inflamatorias y una gotas de un antibiótico para el ojo. Yo creía que el hecho de que te peguen era malo y doloroso, pero ir a los médicos es peor.
Sabido es por todo el mundo que el consultorio de un dentista es un moderno cuarto de tortura. Pero si lo del dentista fue malo, lo del oftalmólogo fue peor. Me puso el mentón en un aparato raro y con un telescopio tamaño espacial empezó a mirarme el ojo mientras decía “Ahh... Mmm... Mirá arriba… a la izquierda… no a TU izquierda” Mierda, veinticuatro años y todavía no se cuál es la izquierda y cuál la derecha. “¿Eres alérgico a algún medicamento?” Cagamos, cuando un medico te preguntan eso es porque te están por dar una pichicata de la gran puta. “Por que está todo bien, no hay ningún problema, pero por las dudas te voy a hacer un fondo de ojo, ya que viniste”. Eso si que es una tortura. Me metió unas gotitas en los ojos que hicieron que mi pupila creciera hasta tener el diámetro de una grande de anchoas y prendió una luz que más que luz era como un sable láser Yedi entrando por mi ojo.
Yo siempre fui un poco vampiro y la luz me molesta. Después de esa experiencia no sólo me molesta la luz, sino que además la odio, al igual que odio a todos los oftalmólogos de este mundo (exceptuando aquellos oftalmólogos que ahora están leyendo esto).
Finalmente la sesión de tortura terminó y volví a mi casa sin ver mucho por dónde. Veía todo con una sobredosis de luz, alto contraste y con un efecto fumé. No efecto “me fumé” alguna porquería (mal pensados) sino efecto fumé, que es cuando se ven las cosas media borrosas.
“La venganza es un plato que se sirve mejor frío” dice un antiguo proverbio Klingon. Nunca entendí que significa, si alguien lo hace por favor háganmelo saber. Lo que sí se es que si algún día me cruzo con el mexicano hijo de una gran puta le parto un palo en la cabeza.
No estando de ánimo como para bailar nos sentamos a la vera del Mediterráneo a hablar de boludeces. Así fue trascurriendo el tiempo, hasta que en un momento la cerveza hizo su efecto en mi vejiga y me tuve que retirar al baño. Lo bizarro ocurrió cuando volvía. Tratando de identificar a mi grupo en la oscuridad me fui paseando entre distintos grupitos, cuando veo en la arena un petardo encendido. Aturdido ya de tanto petardo me tape los oídos con las manos y proseguí mi camino. Una vez que el petardo explotó salpicando de arena a su alrededor me saqué los dedos de las orejas y, como había identificado a mi grupo, fui a su encuentro. Faltando tan sólo unos metros para llegar siento una mano que me agarra el hombro y me tira fuerte hacia atrás, hasta darme vuelta. Me encontré frente a frente con el dueño de esa mano que me dice “Tu te crees gracioso por andar tirando petardos por allí” “¿Cómo?” Dije. Resultado: Mexicano hijo de su chingada madre 2, Pablito 0. Dos goles me metió. ¿Puse goles?. Fue un error de tipeo, quise poner dos golpes. En respuesta a mi pregunta recibí un cabezazo en los labios (suerte que mi agresor era petiso) y un excelente puñetazo en el ojo izquierdo, que me hizo caer planchado al suelo.
Luego de media hora tirado en el suelo, con la compañía de mis compañeros de trabajo y con una bolsa de hielo en la cara que me cedió un amable Pakistaní vende cervezas, me levante y me fui a casa. Recién me di cuenta de que había sangrado cuando agarré las llaves para abrir la puerta y vi mi mano con una mancha roja. Para colmo no había luz en casa y con una vela me fui al baño a mirarme la cara (o lo que quedaba de ella). El ojo roto, los labios ensangrentados, la luz de la vela, era todo muy decadente y muy cinematográfico. Me hizo acordar de la escena de Terminator 1 donde Schwarzeneger se saca el ojo en un baño de un hotel de mala muerte. En mi delirio etílico yo trate de razonar con el mexicano, sin entender que era imposible. En mi baño también me acorde de una línea de diálogo de la película: “La máquina no tiene compasión, no tiene remordimiento, no se puede razonar con ella”.
El día siguiente era feriado y estaba todo cerrado. Tuve que esperar otro día para poder ir al médico, que me recetó ajo y agua… Ajoderse y aguantarse, además de unas pastillas anti-inflamatorias y una gotas de un antibiótico para el ojo. Yo creía que el hecho de que te peguen era malo y doloroso, pero ir a los médicos es peor.
Sabido es por todo el mundo que el consultorio de un dentista es un moderno cuarto de tortura. Pero si lo del dentista fue malo, lo del oftalmólogo fue peor. Me puso el mentón en un aparato raro y con un telescopio tamaño espacial empezó a mirarme el ojo mientras decía “Ahh... Mmm... Mirá arriba… a la izquierda… no a TU izquierda” Mierda, veinticuatro años y todavía no se cuál es la izquierda y cuál la derecha. “¿Eres alérgico a algún medicamento?” Cagamos, cuando un medico te preguntan eso es porque te están por dar una pichicata de la gran puta. “Por que está todo bien, no hay ningún problema, pero por las dudas te voy a hacer un fondo de ojo, ya que viniste”. Eso si que es una tortura. Me metió unas gotitas en los ojos que hicieron que mi pupila creciera hasta tener el diámetro de una grande de anchoas y prendió una luz que más que luz era como un sable láser Yedi entrando por mi ojo.
Yo siempre fui un poco vampiro y la luz me molesta. Después de esa experiencia no sólo me molesta la luz, sino que además la odio, al igual que odio a todos los oftalmólogos de este mundo (exceptuando aquellos oftalmólogos que ahora están leyendo esto).
Finalmente la sesión de tortura terminó y volví a mi casa sin ver mucho por dónde. Veía todo con una sobredosis de luz, alto contraste y con un efecto fumé. No efecto “me fumé” alguna porquería (mal pensados) sino efecto fumé, que es cuando se ven las cosas media borrosas.
“La venganza es un plato que se sirve mejor frío” dice un antiguo proverbio Klingon. Nunca entendí que significa, si alguien lo hace por favor háganmelo saber. Lo que sí se es que si algún día me cruzo con el mexicano hijo de una gran puta le parto un palo en la cabeza.
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