miércoles, 15 de diciembre de 2004

Mi Buenos Aires querido...

Otra vez me tocó transitar el mismo camino que hace siete meses, pero esta vez en sentido inverso: De Barcelona a Madrid y de allí, tras cinco horas de espera en el aeropuerto, a Buenos Aires. Otras trece horas metido dentro del avión y entonces la pude ver: Emergiendo a la costa del Río de la Plata, a la ciudad de Buenos Aires. La reserva ecológica. La costanera. Aeroparque. La cancha de River (toda ciudad tiene defectos). Más allá se divisaba la General Paz y la Panamericana, para luego virar hacia la izquierda y enfilar para Ezeiza.
Un aterrizaje bastante suave, como para compensar todas las turbulencias del viaje. Una caminata de dos mil metros dentro del aeropuerto, desde una terminal hasta la otra. Pagar un peso y medio al ladrón que alquila los carritos para llevar el equipaje y esperar a que por la cinta llegue mi valija. Esperar, esperar y esperar durante treinta minutos. Tiempo que a uno le lleva resignarse y aceptar que le perdieron el equipaje.
Al salir por la puerta del aeropuerto me reencontré con mi familia. Qué loco ver a mi hermano con barba. La alegría del abrazo con mi viejo. Las lágrimas que se le escapaban a mi vieja. Volver a casa fue muy raro. Asfaltaron la cuadra, cosa que en la vida pensé que sucedería... Encontrar a las perras, rompebolas como siempre. El jardín verde, florido. Llegar a mi cuarto, a mi cama, para descubrir que mi hermano lo transformó en su sala de ensayo y ni siquiera me quiero imaginar para qué usó mi cama.
Estar de vuelta en la Argentina es raro. Por un lado uno tiene la impresión de que nada cambió, de que todo sigue igual, de que metieron al país en un freezer y durante siete meses estuvo congelado. Lo que pasa es que son tantas las emociones que se tienen cuando viaja y son tan intensas que emocionalmente para mí pasaron como siete años y no siete meses. Pero por otro lado cada pequeño cambio se ve magnificado, y hasta resulta increíble, como que tal famoso se murió, tal vecino se mudó, que tal político está preso y que a tal otro lo largaron.
Pero si hay algo bueno de este país es el folclore urbano. Cada segundo en la calle, cada pequeño encuentro con lo más argentino lo disfrutaba de una manera increíble, cada detalle de nuestra idiosincrasia. Ya sea que pasen tren bondis y ninguno te pare. O el auto que no arranca y hay que empujar. Viajar como ganado en el tren y no saber si es que algún degenerado te está manoseando, algún chorro afanando o simplemente estan todos juntos y revueltos en el vagón donde no entra ni un alfiler más. El bondiman gritando “para el fondo que hay lugar” o cagándose a puteadas con algún pasajero. Las cosas más típicas de esta ciudad, como la calle Godoy Cruz llena de trabas. Los teléfonos que en realidad son tragamonedas encubiertos. En fin, seguiré disfrutando de todas estas cosas y de muchas más durante las semanas que esté por estos pagos tan surrealistas que conforman Argentina.

sábado, 11 de diciembre de 2004

Adeu Barcelona...

Estos últimos días en Barcelona fueron muy raros. Salí a recorrer la ciudad, que tiempo atrás me era completamente desconocida y ahora ya me es propia. Entonces me invadió una extraña sensación. Es raro sentir que uno pertenece a una ciudad que apenas conoce. Una ciudad que por unos meses fue su hogar. Caminar por sus rincones, sus plazas, sus calles, es como revivir las primeras impresiones de esos lugares, pero con la carga emocional y el recuerdo de los momentos que en ellos pasó. Es como si uno al tratar de impregnarse de los lugares de la ciudad, intentara impregnar la memoria y el alma con las sensaciones y las emociones vividas en esos lugares.
Al despedirse de los amigos que uno hizo y de la ciudad que lo cobijó, uno se da cuenta que, como dice la canción, que las personas no son de aquí ni son de allá, o al menos yo. Y es que me acabo de dar cuenta de una gran putada que tiene esto de viajar: en el corazón de uno se meten los amigos, los lugares, las vivencias del lugar donde uno está. Al irse de ese lugar es como si una parte del corazón se desgarrara.
Viajar es algo maravilloso, pero encierra un terrible mal. Cuando uno viaja se está condenando a que el corazón se le rompa en tantos pedazos como lugares y amigos uno haya hecho. Y ya nunca uno va a volver a tener todo el corazón entero.

jueves, 2 de diciembre de 2004

Así se escribe la historia

Cuando yo era niño mi bisabuela me cantaba una nana para dormir que decía “La mora grande, la mora con dientes verdes”. Yo creía que la mora era como un grillo pero gigante. Creía esto porque es por todo niño sabido que los grillos tienen los dientes verdes (excepto Pepe Grillo, a quien Disney le pagó la ortodoncia para salir en la película de Pinocho).
Pero al ir creciendo me di cuenta que La Mora era el femenino de el moro, forma despectiva de nombrar a los Arabes en España. Mi bisabuela, que de niña supo ser Española, había crecido escuchando esa canción y terribles historias de lo malo que fueron los Moros en sus ocho siglos de ocupación en España y lo bien que hicieron los cristianos en echarlos.
Esa es la historia que yo mismo creí hasta que viajé a Toledo. Cuando uno se pone a hablar con los comerciantes suelen decir “Hace mil años esto era un ejemplo, Cristianos, Musulmanes y Judíos vivían juntos y nadie imponía nada a nadie” Y cuando les preguntás que pasó después, te dicen “Y bueno, los cristianos se hicieron del poder y se fue toda la convivencia pacífica al carajo”.
Dicen que la historia la escriben los que ganan, y es cierto. Yo siempre creí que los Moros invadieron y conquistaron el reino de España. Muchos siglos después los Españoles los echaron y recuperaron su tierra. Pero allá me enteré de otra historia. En toda la tierra que hoy es España, después de la caída del impero romano, no quedo nada más que unas tribus nómadas que vagaban por ahí, más algún que otro reino, ninguno era lo que se llama España. Fueron los Moros los que construyeron las ciudades, fueron ellos los que trajeron la civilización a estas tierras. Prueba de ello es La Alhambra, ultimo bastión de los Moros en España. Dicen que cuando el último Rey musulmán la tuvo que dejar se puso a llorar, y su madre les dijo estas palabras de consuelo “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”
Yo me pregunto, si la Historia la escriben los que ganan ¿Quién escribirá nuestra historia?. Estará escrita en un ingles que tiene como principal adjetivo la palabra “Fuck”. En tal caso nosotros seremos los nuevos monstruos infantiles por no tener el “pensamiento homogéneo”. Quizá la Historia se escriba en extraños dibujitos chinos y a los niños los asusten con el terrible hombre de los ojos redondos. O quizá esté escrita con esas estéticas letras arabes, y el terror infantil sea el hombre blanco que arrancaba de las entrañas de la tierra el oro negro y a su paso sembraba muerte, destrucción y miseria.

La verdad no importa en qué idioma este escrita la Historia. Porque gane quien gane, nosotros siempre perdemos.