sábado, 11 de diciembre de 2004

Adeu Barcelona...

Estos últimos días en Barcelona fueron muy raros. Salí a recorrer la ciudad, que tiempo atrás me era completamente desconocida y ahora ya me es propia. Entonces me invadió una extraña sensación. Es raro sentir que uno pertenece a una ciudad que apenas conoce. Una ciudad que por unos meses fue su hogar. Caminar por sus rincones, sus plazas, sus calles, es como revivir las primeras impresiones de esos lugares, pero con la carga emocional y el recuerdo de los momentos que en ellos pasó. Es como si uno al tratar de impregnarse de los lugares de la ciudad, intentara impregnar la memoria y el alma con las sensaciones y las emociones vividas en esos lugares.
Al despedirse de los amigos que uno hizo y de la ciudad que lo cobijó, uno se da cuenta que, como dice la canción, que las personas no son de aquí ni son de allá, o al menos yo. Y es que me acabo de dar cuenta de una gran putada que tiene esto de viajar: en el corazón de uno se meten los amigos, los lugares, las vivencias del lugar donde uno está. Al irse de ese lugar es como si una parte del corazón se desgarrara.
Viajar es algo maravilloso, pero encierra un terrible mal. Cuando uno viaja se está condenando a que el corazón se le rompa en tantos pedazos como lugares y amigos uno haya hecho. Y ya nunca uno va a volver a tener todo el corazón entero.

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