sábado, 16 de diciembre de 2006

El primero te lo regalan

Luego de cruzar el lago Atitlán en una lancha, llegué a San Pedro la Laguna. Cuenta la leyenda que muchos hippies en los 60's se fueron a vivir a orillas de ese lago. Fueron a un pueblo con el nombre de Panajachel, pero que con el tiempo todo el mundo lo empezó a llamar gringotenango. En los últimos diez años este lugar se volvió muy turístico y muchos hippies se mudaron al pueblo que está del otro lado del Lago, que es justamente San Pedro la Laguna.
Yo no lo sabía cuando llegué, pero resulta que ese pueblito en el medio de la nada es un lugar de reviente. Apenas uno llega se te acercan varias personas ofreciéndote paseos a caballo, tours en cayacs, caminatas por los volcanes. Esto ocurre en todos las pueblos medianamente turísticos. Lo raro de San Pedro es que en el mismo tono de voz, te ofrecen marihuana, cocaína y demás drogas duras, como quien vende fruta en el mercado.
Extraña mezcla entre aborígenes locales, hippies de sesenta y cinco años y jóvenes de diferentes partes del mundo deambulan en este poblado. El mismo muta según la hora del día. Por la mañana la mayoría en la calle es aborigen, con algunos viejos hippies con sus artesanías, y muy pocos jóvenes, a quienes se los ve con la cara despejada y serenos.
Hacia las dos de la tarde los aborigenes huyen y las calles se empiezan a poblar de blancos jóvenes con cara de mal dormir y movimientos demasiado nerviosos para ese lugar. Por la noche, la mitad de los extranjeros se va a un bar a tomar algo y la otra mitad se va a un bar a trabajar, ya que es lo que más abunda. Para la media noche todo cierra y la gente vuelve a sus posadas para continuar tomando hasta que sale el sol. Y cuando digo tomando no me refiero a bebidas.
Recomendado por un italiano, me apersoné en un Hostal a las dos de la tarde y golpeé la puerta. Me abrió un huésped, al cual había interrumpido en su siesta fumeta en una hamaca. Era la única persona que había en el hostal. Ni dueño, ni encargado, ni nadie. Este huésped me dijo que me metiera en alguna habitación libre y que cierre la puerta con mi candado. Ese era todo el check in necesario. Si bien el hostal es el más barato en el que estuve en todo mi viaje por Centroamérica, fui yo quien tuve que limpiar mi habitación, hacer la cama y hasta comprar papel higiénico para el baño.
Al encargado no lo vi hasta la mañana siguiente y primero quiso venderme hierba y después cobrarme la habitación. Como atravesar un océano e ir al medio de una montaña para pasarme el día tirado en una hamaca entre cuatro paredes metiéndome mierda no es la idea de mi viaje, me dediqué esos días a hacer montañismo. El lago se encuentra a mil seiscientos metros sobre el nivel del mar, enclavado en medio de tres diferentes volcanes y unas cuántas montañas. El volcán más alto de la región es el San Pedro y son como cinco horas de caminata. Como la entrada cuesta más de lo que estaba dispuesto a pagar, me adentré por otro sendero al volcán, hasta que tres horas más tarde estaba perdido en la montaña. Bajé otra vez a la ruta e intenté por otro sendero, pero una hora más tarde nuevamente estaba perdido en medio de la selva. Pero como la tercera es la vencida, encontré esta vez un sendero que a unos quinientos metros de empezar se juntaba con el sendero principal. Por el mismo de adentré hasta la cima, pero en el camino me crucé con un policía que, al ver que no tenia ticket de entrada, me ofreció "arreglar" el problema sin necesidad me ponerme una carísima multa. Ventajas de la policía Latinoamericana.
En fin, San Pedro es un lugar donde la gente llega y se queda y se queda y se queda... y no precisamente para observar las inmensas maravillas naturales que ofrece. Yo sin embargo, enfocando mi viaje desde otro lado, me alcanzó estar en este pueblo unos días y seguí mi camino para otros parajes.

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