lunes, 8 de marzo de 2010

Cabeza de tesoro

Yo no he ido nunca a Marte (aun) y sin embargo hay parajes en la Quebrada de Humahuaca que me suenan de otro mundo. Formaciones rocosas con extrañas protuberancias se suceden en medio de un árido paisaje. Los colores llaman poderosamente la atención, siendo el cerro de los siete colores la figura más emblemática. Colores que uno no está acostumbrado a ver en el paisaje, amarillos, naranjas, blancos, todo enmarcado en un marrón rojizo. Todo, la tierra, el río, los ranchos de adobe y mientras al costado se alzan montañas, parte de la Cordillera de los Andes, entre verdes y azules.
Este paisaje resulta tan extraño porque uno no lo ha visto nunca. La Quebrada de Humahuaca resuena en el imaginario social de mi generación gracias a una canción infantil de Maria Elena Walsh, pero no existen imágenes previas. Uno ha visto tantas veces el desierto del Sahara en películas, fotos o en televisión que cuando finalmente lo pisa se maravilla ante su magnificencia, pero no esta frente a un paisaje desconocido. Este lugar me deslumbró, porque en la era del conocimiento mediatizado mis retinas llegaron vírgenes ante estos paisajes. Por eso me resultaron de una belleza fuera de este mundo.

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