Cuando fui a Cuba descubrí algo curioso: La gente cree más en las mentiras, por extrañas que sean, que en la verdad. En aquella ocasión viaje con una amiga gallega y antes de viajar ambos estábamos un poco expectantes. Sabíamos de los “afectuoso” que son los cubanos con los turistas. Pero al cabo de unas noches vimos que en interés que despertábamos en los cubanos del sexo opuesto era tendiendo a nulo. Nosotros decíamos la verdad, que éramos amigos y nada más. Pero a pesar de ello un dejo de duda se vislumbraba en los ojos de los cubanos, que no se creían que un hombre y una mujer pueden viajar como amigos sin que haya algún tipo de relación sexual.
Para poder compenetrarnos de lleno con todos los aspectos de la cultura cubana tuvimos que inventar una mentira: Decíamos que éramos hermanos. Que tuviésemos una diferencia de menos de nueve meses de edad era un problema que se podía zanjar mintiendo sobre la edad de alguno. Que yo hablase en un argentino muy reconocible y ella en un castellano muy agallegado podría haber supuesto un problema.
Después de pensar un rato creamos una gran mentira, sobre un padre en común, marino mercante con familia en ambos continentes. Gigantesca fábula que incluía historias de cuando éramos adolescentes viajando de un lado al otro del Atlántico a conocer a la “otra” familia y muchas otras cosas. Nadie, ni una persona, dudó que aquello fuese cierto. Con el nuevo rótulo de hermanos comprobamos como los/las cubanos/nas se aproximaban más y pudimos hacer el apropiado intercambio cultural con los caribeños.
Hoy, que vuelvo a viajar en la compaña de una amiga, en el sentido más estricto de la palabra, hemos inventado otra mentira. Esta radica en que somos primos e incluye pelea de nuestros padres por temas de herencia y cosas por el estilo. Veremos que aceptación tiene esta historia. Ojala sea mucha, porque si tenemos en cuenta que Europa es un lugar muy caro, mientras más noches consigamos una cama gratis mejor.
Para poder compenetrarnos de lleno con todos los aspectos de la cultura cubana tuvimos que inventar una mentira: Decíamos que éramos hermanos. Que tuviésemos una diferencia de menos de nueve meses de edad era un problema que se podía zanjar mintiendo sobre la edad de alguno. Que yo hablase en un argentino muy reconocible y ella en un castellano muy agallegado podría haber supuesto un problema.
Después de pensar un rato creamos una gran mentira, sobre un padre en común, marino mercante con familia en ambos continentes. Gigantesca fábula que incluía historias de cuando éramos adolescentes viajando de un lado al otro del Atlántico a conocer a la “otra” familia y muchas otras cosas. Nadie, ni una persona, dudó que aquello fuese cierto. Con el nuevo rótulo de hermanos comprobamos como los/las cubanos/nas se aproximaban más y pudimos hacer el apropiado intercambio cultural con los caribeños.
Hoy, que vuelvo a viajar en la compaña de una amiga, en el sentido más estricto de la palabra, hemos inventado otra mentira. Esta radica en que somos primos e incluye pelea de nuestros padres por temas de herencia y cosas por el estilo. Veremos que aceptación tiene esta historia. Ojala sea mucha, porque si tenemos en cuenta que Europa es un lugar muy caro, mientras más noches consigamos una cama gratis mejor.
Iep, Pablo! Ara em fas dubtar... Quina mentida ens has explicat als catalans? ;-). Apa, que et continui provant el viatge.
ResponderEliminarRoger...
Está claro que eres un cuentista... ¡Abrazos!
ResponderEliminar..billetera mata galan.
ResponderEliminarEres un cuentista, ahora solo te falta recopitar todas tus historias en un libro y lo titulas HISTORIAS DE MENTIRAS
ResponderEliminarUn abrazo
Cristina