lunes, 20 de noviembre de 2006

Palenque

Llovía torrencialmente cuando arribé a la ciudad de Palenque. A unos ocho kilómetros se encuentra una de las ruinas mayas más importantes, así que preferí alejarme de la ciudad e ir a un hostal cercano a las ruinas. Asi es como llegué a El Panchán.
Las ruinas son realmente bellas. Grandes pirámides que se recortan contra la selva y pequeñas edificaciones a la vera de un río que no hace otra cosa que llenarse de cascadas. Todo ambientado por el sonido de los monos que no se sabe si gritan porque se están matando o apareando (o ambas cosas).
Pero lo realmente bueno es El Panchán. Esto es una zona de cinco hectáreas de densa selva al borde del Parque Nacional, donde están las ruinas. En dicha zona se encuentran dos o tres restaurantes y varios albergues donde por unos cuantos pesos mexicanos uno puede tener una cama o por menos pesos colgar su hamaca y así pasar la noche entre los sonidos de la selva.
Este lugar tiene un extraño magnetismo, el cual hace que los viajeros se queden durante días o incluso semanas. Muchos músicos se quedan un tiempo largo porque si uno toca en uno de los restaurantes por las noches tiene casa y cena gratis.
Durante el día no hay mucho que hacer en medio de la selva. Tardes de relax en la hamaca, con la compaña de un buen libro o de los hongos ceremoniales aborigenes. Por la noche, música en vivo y cerveza. La primera noche que allí pasé transcurrió tan rápido que el amanecer me encontró con dulce compañía en medio de la selva. La segunda, a causa de que no dormí la primera, pasó igual de rápido cuando me acosté por minutos minutos y me levanté diez horas después.
Pero el magnetismo del lugar no logró atrapar a esta alma inquieta y pronto partí para otros rumbos. Pocos, pero intensos e inolvidables, los días que pasé en El Panchan, Palenque. Cita obligada para todos los que se paseen por el sur de México.

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