Después de un largo viaje en bus desde Tulum, me apersoné en San Cristobal de las Casas, Chiapas, Mexico. El objetivo de este largo viaje era llegar a esa ciudad para el 31 de Octubre, Halloween. Me encontré en el hostal con gente que había conocido en otras latitudes y habíamos combinado llegar todos para esa fecha a San Cristobal. Después me dirigí al supermercado a comprar una gran bolsa de caramelos surtidos.
Al finalizar la tarde se empezaron a ver un montón de niños disfrazados de monstruos, fantasmas y cosas similares. Estos niños, en grupo, se te acercaban, entonaban una especie de villancico y luego extendían la mano en busca de sus merecidos dulces, que yo generosamente repartía.
Me había pasado toda la vida viendo esto en la TV o pelis yanquis y nunca lo había vivido. Es divertido ver cómo la calle principal de la ciudad de infesta de niños que entran a cada negocio, local o casa cantando a la vez que, los más golosos, se van comiendo los caramelos ya obtenidos. Sin embargo esta tradición de disfrazar a los niños es una importación cultural que hizo México de su big brother del norte. El auténtico festejo mexicano ocurre el día dos de noviembre, Día de los Muertos.
Temprano ese día me encaminé hacia el cementerio. Es algo increíble. Las dos cuadras anteriores estaban llenas de puestos ambulantes de tacos, quesadillas, muñecos de peluche, cerveza y mil cosas más. La atmósfera que se respiraba era como la de la entrada de un parque de atracciones. A las familias se las veía contentas, entrando al cementerio. No es para menos, porque dentro había una fiesta.
Arquitectónicamente el cementerio es un lujo. No existe ninguna regla sobre la construcción de las ermitas, las tumbas o los nichos. Cada quien hace lo que quiere. Te podés encontrar nichos súper modernos, otros más clásicos, alguno de diseño y hasta uno que parece obra de Gaudí. Las tumbas están hechas de cemento, encontrás típicas rectangulares al ras del suelo pero también hay algunas con unas cosas muy raras arriba. Todas pintadas de verde, rojo, azul, turquesa, amarillo, y demás colores llamativos. La antigua tradición cambió un poco y en la actualidad el festejo consiste en ir al mediodía para comer sobre la tumba del muerto. Es por eso que algunas tumbas están más altas, así ofician de mesa. Los nichos más pudientes hasta incluyen en su diseño unos bancos donde los familiares se puedan sentar cómodamente.
Y la gente come. Algunos se llevan su picnic, otros compran algo en los puestos de comida rápida que se instalan para la ocasión dentro del cementerio. Y la gente se divierte. Los niños juegan a la escondida entre las tumbas, las viejas se ponen a chismorrear, a veces se acuerdan de algún difunto y dicen "Qué bueno era". Los jóvenes se emborrachan. Las mujeres se van a comprar algún helado al tipo que pasa gritando como en la playa o capaz compran algún globo de rara forma a los más pequeños. Alguno dice "al finadito le gustaba tal canción" y llaman a uno de los múltiples grupos de mariachis para que la cante al lado de la tumba. Mientras los familiares brindan a la buena salud del muerto (no es joda).
En Buenos Aires no se celebra el día de los muertos, apenas halloween hace pocos años y lo único que se hace es poner en los bares unas telarañas y dos calabazas de plástico. Pero me dijo un alemán que en su país es un día muy triste, de luto, en el cual las familias van de negro al cementerio, llevan flores y rezan, algunos hasta lloran.
Nada más lejos de lo que pasa en Mexico. No hay luto, no hay formalidades. Es increíble esa actitud mexicana, ver la muerte como algo más de la vida, otra cosa inevitable. Claro que los entristece cuando alguien se muere, pero no están tristes el dos de noviembre. Ese día vuelven a estar juntos todos, los vivos y los muertos. Compartiendo la comida, la música, la tarde, la sobremesa en familia, los tequilas. Están juntos, compartiendo la vida.
Al finalizar la tarde se empezaron a ver un montón de niños disfrazados de monstruos, fantasmas y cosas similares. Estos niños, en grupo, se te acercaban, entonaban una especie de villancico y luego extendían la mano en busca de sus merecidos dulces, que yo generosamente repartía.
Me había pasado toda la vida viendo esto en la TV o pelis yanquis y nunca lo había vivido. Es divertido ver cómo la calle principal de la ciudad de infesta de niños que entran a cada negocio, local o casa cantando a la vez que, los más golosos, se van comiendo los caramelos ya obtenidos. Sin embargo esta tradición de disfrazar a los niños es una importación cultural que hizo México de su big brother del norte. El auténtico festejo mexicano ocurre el día dos de noviembre, Día de los Muertos.
Temprano ese día me encaminé hacia el cementerio. Es algo increíble. Las dos cuadras anteriores estaban llenas de puestos ambulantes de tacos, quesadillas, muñecos de peluche, cerveza y mil cosas más. La atmósfera que se respiraba era como la de la entrada de un parque de atracciones. A las familias se las veía contentas, entrando al cementerio. No es para menos, porque dentro había una fiesta.
Arquitectónicamente el cementerio es un lujo. No existe ninguna regla sobre la construcción de las ermitas, las tumbas o los nichos. Cada quien hace lo que quiere. Te podés encontrar nichos súper modernos, otros más clásicos, alguno de diseño y hasta uno que parece obra de Gaudí. Las tumbas están hechas de cemento, encontrás típicas rectangulares al ras del suelo pero también hay algunas con unas cosas muy raras arriba. Todas pintadas de verde, rojo, azul, turquesa, amarillo, y demás colores llamativos. La antigua tradición cambió un poco y en la actualidad el festejo consiste en ir al mediodía para comer sobre la tumba del muerto. Es por eso que algunas tumbas están más altas, así ofician de mesa. Los nichos más pudientes hasta incluyen en su diseño unos bancos donde los familiares se puedan sentar cómodamente.
Y la gente come. Algunos se llevan su picnic, otros compran algo en los puestos de comida rápida que se instalan para la ocasión dentro del cementerio. Y la gente se divierte. Los niños juegan a la escondida entre las tumbas, las viejas se ponen a chismorrear, a veces se acuerdan de algún difunto y dicen "Qué bueno era". Los jóvenes se emborrachan. Las mujeres se van a comprar algún helado al tipo que pasa gritando como en la playa o capaz compran algún globo de rara forma a los más pequeños. Alguno dice "al finadito le gustaba tal canción" y llaman a uno de los múltiples grupos de mariachis para que la cante al lado de la tumba. Mientras los familiares brindan a la buena salud del muerto (no es joda).
En Buenos Aires no se celebra el día de los muertos, apenas halloween hace pocos años y lo único que se hace es poner en los bares unas telarañas y dos calabazas de plástico. Pero me dijo un alemán que en su país es un día muy triste, de luto, en el cual las familias van de negro al cementerio, llevan flores y rezan, algunos hasta lloran.
Nada más lejos de lo que pasa en Mexico. No hay luto, no hay formalidades. Es increíble esa actitud mexicana, ver la muerte como algo más de la vida, otra cosa inevitable. Claro que los entristece cuando alguien se muere, pero no están tristes el dos de noviembre. Ese día vuelven a estar juntos todos, los vivos y los muertos. Compartiendo la comida, la música, la tarde, la sobremesa en familia, los tequilas. Están juntos, compartiendo la vida.
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