viernes, 28 de mayo de 2010

Cerrando las puertas

Pocos días antes de cumplir veinticuatro años me fui a vivir a Barcelona. Corría el año 2004 y me mudé con la intención de cumplir un sueño extraño, un deseo que tenía desde que era chiquito: Vivir en Europa. Para transmitir mi alegría, para estar cerca o simplemente para no sentirme tan solo es que solía escribir mails, contándoles a mis allegados las aventuras y desventuras por tierras catalanas.
En el años 2006 decidí tomarme unos meses de vacaciones y hacer un viaje por Centro América. Entonces una persona que me quería mucho, me dijo, que mis mails eran un poco largos y que se le acumulaban sin leer en la bandeja de entrada. Me sugirió que no mande más mails y que en su lugar arme un blog. Yo no tenía ni idea lo que era un blog, pero igual abrí uno , íntimo y privado para mi círculo de gente más cercano. Fue así como nació Nuevos Horizontes.
Después del viaje continuó la vida y vinieron otros viajes, y continué narrando anécdotas y vivencias. Con el tiempo, y gracias a un puñado de amigos que atesoró los mails que yo había mandadoantes antes de que  supiese siquiera qué era un blog, incluí esos textos en Nuevos Horizontes, en orden cronológico.
Ahora estoy a horas de cumplir treinta años. Aquella locura que me llevó, hace seis años, a vivir en Barcelona y después en Londres, llegó a su fin. Y también llegó a su fin Nuevos Horizontes. No quiere decir esto que se acabaron los viajes. Mucho menos la escritura. Todo lo contrario. Ahora que me he establecido en Buenos Aires, me voy a tomar varios meses sabáticos para reencontrarme con familiares, salir con amigos y recorrer la ciudad. Pero sobretodo a escribir.
Se cierran las puertas del blog y seguramente se abrirán otras ventanas del navegador, con otro blog orientado exclusivamente a la ficción y quizá algo dedicado a fusión entre el texto y la programación web. Da nostalgia abandonar mi blog, o mejor dicho da nostalgia cerrar lo que el blog representa, mi vida en Europa y todos mis veinte años. Lo único que queda, antes de cerrar las puertas, es agradecer. Así que gracias. Gracias por estar, en los mails, en los comentarios y en mi corazón estos seis años. Por estar cerca aunque nos separen miles de kilómetros y por no dejarme estar solo.
Gracias por ser parte de la función.

jueves, 13 de mayo de 2010

Resistiré

Primero de Mayo.
En el estacionamiento recuperado por estudiantes de la facultad de Ciencias Sociales se realizaba la FLIA. Esto no no es la abreviatura de familia, sino de la Feria del Libro Independiente y Alternativa. Si bien hace varios años que se viene haciendo esta es la primera vez que me encuentro en Buenos Aires los días que se realiza.
Cada autor elije un lugarcito, arma una mesa, despliega su material y charla con la gente que pasa. Se ve de todo. Desde libros prolijamente editados a fotocopias engrapadas, desde panfletos hippies hasta fanzines anarkos. Colectivos de artistas, editoriales alternativas, grupo de amigos que tenían ganas de publicar algo o autores solitarios se reúnen, comparten, intercambian y truecan. Todo bajo la consigna de mostrar lo que uno hace y estar abierto a lo que otros hagan. A un costado estaba el “Patio de comidas” dos caballetes y un tabla donde gente que tenia ganas de cocinar algo en su casa lo llevaba y vendía. Más atrás se podía conseguir un gran vaso de cerveza. Al otro costado se reunieron los artesanos, exhibiendo sus creaciones a los paseantes. Al fondo un micrófono por donde desfilaron recitados de poesía, música y humor. Bajo un generoso sol otoñal ese sábado deambulé por la FLIA, comprando algunas cositas, mirando otras, encontrándome con amigos.
En la Sociedad Rural Argentina se realizaba la Feria del Libro. La oficial, la que reúne a las grandes editoriales de Sur América y el mundo. A la noche ese mismo día finalmente entré a la Feria del Libro oficial. A pesar de ser la medianoche había bastante gente en la Feria. Recordé porque hace años que dejé de ir:
- Mucha gente
- Los mismos precios que en una gran librería donde me siento más cómodo sin toda esa gente
- Hay que pagar para entrar a comprar

Me llamó la atención que ese sábado estuviese abierta hasta tan tarde, en lugar de estar hasta las 22:00hs. como es habitual. Además por la tarde la entrada era gratuita, lo cual no es habitual. Le pregunté a uno de seguridad el por qué de estas cosas y con cara extrañada me dijo algo como “Porque hoy es el Día de la Ciudad en la Feria del Libro” Escuchado eso, a los quince minutos de entrar en la Feria del Libro, me fui.
Me parece bien que exista la Feria del Libro. Se que ni en Europa hay un evento editorial tan grande y que convoque tanta gente. Pero no hay que perder de vista que el espacio más chico que uno puede alquilar para poner un stand cuesta más de mil quinientos dólares. Es una Feria de grandes cadenas de librerías, de editoriales poderosas y de multimedios. Hasta acá no hay problema. Sabemos lo que es la Feria. Pero que sea utilizada por el gobierno de Buenos Aires para vaciar el verdadero significado del Primero de Mayo y rellenarlo con eso del Día de la Ciudad en la Feria del Libro para mi fue demasiado. Creo que tiene que existir tal día, pero bien podría haber sido el sábado siguiente. El Primero de Mayo es el día del trabajador. Es el día que se honra la resistencia de un grupo de trabajadores unidos frente a los poderes políticos y económicos de su tiempo. De nuestro tiempo.
En un país donde cada vez hay menos espacio de opinión, donde cada vez se oyen menos voces, es excelente que exista la FLIA. Que exista un espacio auto gestionado de resistencia, usando las armas que más me gustan: El libro como fusil y la palabra como bandera.

viernes, 23 de abril de 2010

Entre rosas y libros

Cuenta una antigua leyenda que un Dragón asolaba a una poblado de religión indecorosa. Una princesa fue ofrecida en sacrifico para tranquilizar a la bestia. Cuando la princesa caminaba hacia su destino de snack mañanero se cruzó con un caballero cristiano. Este noble hidalgo mató al Dragón. La sangre de la bestia se transformo milagrosamente en una rosa roja que fue entregada a la princesa. En honor a este caballero se construyo una iglesia y la ciudad se convirtió a la noble religión católica apostólica romana. Gracias a su proeza dicho caballero fue hecho santo.
Hay quienes creen que en realidad no mató a un Dragón sino a cientos de musulmanes. Hay quienes creen que este caballero se llamaba Jordí y que la matanza del Dragón tuvo lugar en tierras catalanas. Por eso Sant Jordí es el patrono de Catalunya y su día, el 23 de abril, es festivo y no laborable.
Por otro lado cuentan que el día 23 de abril del año 1616 fallecían tanto Miguel de Cervantes como William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega.
La matanza del Dragón y el homenaje a estos grandes escritores se entremezcló en una curiosa tradición catalana: Cada 23 de abril los hombres han de regalar una rosa a las mujeres. Estas, al recibir la rosa, deben corresponder regalando un libro.
Cuando vivía en Barcelona los 23 de abril solía pasear por La Rambla, ese ancho bulevar peatonal y arbolado que cruza el centro de la ciudad. Ese día en la capital catalana se hace una celebración al libro. Talleres literarios, editores independientes y grandes cadenas de librerías ponen una mesita en La Rambla, al mejor estilo feria artesanal. La gente pasa, se encuentra, huelen rosas y compran libros. Realmente es una hermosa tradición.
Algún ortodoxo dirá que Cervantes murió el 22 de abril y no el 23, día que fue enterrado. Que Shakespeare murió el 3 de de mayo de nuestro calendario, aunque como en Inglaterra todavía usaban el calendario juliano ese día lo llamaban 23 de abril. Y mejor no hablar de las no siempre bien intencionadas resoluciones de la UNESCO. Todo eso es irrelevante. A mi me gustan los libros. Y la fiesta. Yo, ahora paseando por los arrabales porteños, festejo igual.

martes, 6 de abril de 2010

Error Divino

Bolivia es un lugar de lo más loco. Es un error en la Matrix. No puede existir un lugar así. Si los paisajes del norte de Argentina son de otro planeta los de Bolivia son de otro universo. Simplemente indescriptibles.
Hacia el sur del país se encuentra la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa. En ella se encuentran las famosas lagunas de colores. Está la verde cuyo color dicen, se debe al arsénico que naturalmente tiene el agua. La laguna blanca, que uno jura que en lugar de agua esta hecha de leche. La colorada, llena de flamencos. La hedionda, que debe su nombre al alto contenido de azufre que se huele a varios cientos de metros. Rocas extrañas esparcidas en un árido paisaje que recuerdan los desiertos pintados por Dalí.
Pero no solo los paisajes son fuera de este universo, la lógica también. Situaciones que desafían lo que uno llamaría el común razonamiento, se suceden frecuentemente. Por ejemplo me ha pasado en un viaje de toda la noche, que el autobús paró en cierto punto para que el pasaje se baje y cene en un comedor a la vera de la ruta. Al descender del vehículo veo que el conductor abre la bodega, ese espacio reservado a las mochilas y maletas de los pasajeros. Dentro de la bodega había un colchón con varias mantas y un tipo durmiendo, como si estuviese en un cuarto de hotel. Es susodicho se levantó ,se desperezó y se sentó en el restaurante a cenar como si aquello fuese lo más normal del mundo. También me asombró que un día la movilidad se complicaba debido a un paro general nacional del transporte automotor de pasajeros. Yo me quede intrigado ante tal medida de fuerza contra el gobierno porque tres meses antes Evo ganó las elecciones con un amplio margen. Más tarde me enteré que, como durante el mes de enero hubo varios accidentes con muchos muertos en los cuales los conductores estaban en comprobable estado de ebriedad, el gobierno saco un decreto el cual establecía que si encontraban a un conductor de autobuses manejando borracho le quitaban la licencia para conducir de por vida. Ante tal despotismo gubernamental los conductores se alzaron en protesta defendiendo su derecho a beber y conducir.
Eso no es lo más raro, en Bolivia están orgullosos de poseer la ruta, que por su pésimo estado y peligrosidad, es la ruta del mundo donde más personas mueren al año. Por suerte desde hace algunos años existe una pavimentada alternativa. El atractivo morboso de la ruta original sigue siendo explotado turísticamente. Ingenuos visitantes, sin sentido de la autoconservación y probablemente con alguna falla cerebral, alquilan una bicicleta para recorrer los sesenta y dos kilómetros de esta ruta que arranca en los cuatro mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, en un clima frío y montañas nevadas, terminando a los mil doscientos metros sobre el nivel del mar, en uno subtropical y selvático. Lo que hace tan peligrosa esa ruta es que es de ripio, sin señalización, de tres metros de ancho que a un lado tiene la pared de la montaña y del otro precipicios de más de quinientos metros de altura, por los cuales se han caído centenares de autobuses llenos de personas. Los incautos turistas bajan a velocidades que llegan a los cincuenta kilómetros por hora derrapando en las curvas, golpeándose contra la montaña y en el caso de que calculen con un error de un metro alguna frenada, aventándose a las fauces de la montaña. Obviamente bajar por esa ruta fue una de las mejores experiencias que tuve en Bolibia.
En Potosí, lugar donde se produjo el mayor genocidio de la historia humana, las minas siguen funcionando y siendo el principal motor de la ciudad. Las condiciones de trabajo mejoraron mucho. Antes los esclavos vivían dentro de la mina y salían una vez cada dos semanas (probablemente los domingos para ir a misa). Hoy son trabajadores independientes que tienen asignados un pedazo de montaña. Trabajan de catorce a dieciocho horas diarias para vender lo que extraen al precio del libre mercado. Potosí es el único lugar del mundo, me informaron, donde la venta de dinamita en legal y libre. Fui al mercado y por módicos dos dólares compré un cartucho de dinamita, la respectiva mecha y un químico potenciador. Todo lo necesario para volar un buen pedazo de montaña (o utilizar en manifestaciones políticas). Los mineros en forma de rechazo a lo que fue la esclavitud, impuesta en parte gracias a la Fe Cristiana, adoran al Diablo. Dentro de la mina, en el inframundo, se suelen encontrar estatuas de Belsebú, hasta hay varias de tamaño natural, con el diablo desnudo y su miembro erecto, a la cual el minero siempre le deja tabaco, hojas de coca y whiski boliviano (bebida proveniente de la caña de azúcar con 96º de alcohol). Todos elementos que son fuente de energía dentro de la mina.
Las extrañezas de Bolivia son muchas y variadas. Es un país con dos capitales, La paz y Sucre. Se habla mucho de la pachamama y la ecología, pero en las afueras de todo pueblo se pueden ver cientos de bolsas de plástico adheridas a los arbustos. Bolsas que la gente tira en la calle y el viento las arrastra fuera del poblado hasta quedar prendidas de alguna planta. Se habla de la nueva latinoamérica unida, pero a los latinos les cobran como si fuesen europeos. Esta actitud viene incentivada desde el gobierno, que en los últimos tres años subió entre un quinientos y un ochocientos por ciento el costo de las entradas para extranjeros a la mayoría de los sitios arqueológicos y parques naturales.
Pero sin duda lo más extraño a mi parecer, es el salar de Uyuni. Kilómetros y kilómetros de sal se extienden en una gran planicie, y sobre el horizonte se pueden ver montañas y volcanes. La primera vez que me allegué al salar estaba con agua. Una capa de unos diez o quince centímetros que cubría todo el salar, agua proveniente de la lluvia, que lo convertía en un gigantesco espejo. Días después, con el salar ya seco, pude meterme con una 4x4 en sus entrañas. Resulta ser que mucho tiempo atrás, según me contaron, el salar era el fondo del mar. Un buen día los Andes crecieron, el mar se elevó y evaporó, quedando el salar. Pero hay una pequeña parte de “tierra” de no más de doscientos metros de largo que sobresale de la sal. Es la llamada isla Incahuasi. Desde lejos ya se aprecia su árida contextura, llena de cactus que rondan los mil años de edad. Al acercarme y tocar la isla me di cuenta que no era tierra ni roca de lo que estaba hecha. La isla es un arrecife de coral, muerto y fosilizado hace miles de años.
Subir a la cima de la isla, pararse sobre arrecife de coral en el cual crecen cactus y mirar, hasta donde llega la vista el desierto blanco es algo demasiado loco para que sea real. No puede existir tanta majestuosidad, tanta belleza. Es algo que no puede formar parte de este universo. El salar de Uyuni, quizás como muestra de toda Bolivia, es una falla en la creación divina.

lunes, 15 de marzo de 2010

Folclore Boliviano

Parte del folclore de viajar en Sudamérica es la precariedad del transporte. Sabiendo que la infraestructura en carreteras al sur de Bolivia tiende a ser nula el tren surgió como la opción preferida. Llegamos a Villazón al caer la tarde para enterarnos que el tren había partido ese mismo día a la siesta. Volvía a salir tres días más tarde. Villazón es el pueblo fronterizo Boliviano que linda con La Quiaca Argentina y se lo recorre en dos horas. Esperar tres días al próximo tren no era una idea atractiva y resurgió la idea de viajar en bus. El problema era que hasta la mañana siguiente no había. Hicimos noche en una pensión barata donde nos refugiamos de una fuerte tormenta que cayó.
Temprano al día siguiente en la terminal de autobuses del pueblo (que es una cuadra donde estacionan los bondis y hay gente en la calle que te vende pasajes) nos enteramos que salía un bus en treinta minutos. Compramos pasaje, fuimos corriendo hasta la pensión a buscar las mochilas, y retornamos a la terminal justa antes de la salida del Bus. Esperamos unos cuarenta minutos porque el autobús estaba atrasado. Finalmente subimos y esperamos a que arranque. Y esperamos. Y esperamos. Como a la media hora de estar sentados en el vehículo modelo '80 sube un policía de tráfico. Dice que no apuremos al chofer porque, debido a la tormenta de la noche anterior, hay un problema en la ruta pero que ya lo están arreglando. Un rato más tarde la señora que estaba sentada en el asiento de adelante se bajó a buscar información y al volver dice que ya estábamos por salir, que el río derrumbó un puente pero que ya lo están arreglando. Con mi nulo conocimiento de ingeniería civil deduje que un puente que se lo lleva el río no se arregla en unas horas. Sediento de información me bajé del bus y encaré a una policía de trafico. Me he cruzado en varias ocasiones con una habilidad de los bolivianos para, cuando quieren, hablar de forma ambigua y brindar información para nada precisa. Mi conversación con la oficial de tráfico fue mas o menos así:
- Los buses no están saliendo ¿Verdad? - Dije
- Si, sarasa sarlanga - Un sonido ininteligible pronuncio la oficial
- Perdón ¿Cómo dice? - En ese momento la oficial descubrió que yo no era gringo y que hablaba perfecto castellano
- Sí, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
- ¿Un problema? ¿Un choque o algo así?
- No, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
-¿Que problema?
- Sí, es que hay un problema en la ruta pero ya en un rato se arregla porque están trabajando desde tempranito
- Claro pero ¿Qué problema la puta madre? ¿Cayó un meteorito en la ruta? ¿Un dinosaurio se come a los autos? ¿Qué carajo pasa? - Todo eso pensé, más opte por decir - ¿Un rato cuanto? ¿Media hora? ¿Una hora? ¿Cinco horas?
- Sino al rato tal vez
- Ok. gracias - Dije fascinado por la capacidad de decir nada de nada.

Me puse a esperar, al fin y al cabo estoy de vacaciones y no tengo nada mejor que hacer. Tipo media mañana la policía dio permiso para salir, el bus arrancó, yo me acomodé en mi asiento y veinte minutos después, a unos cinco kilómetros de Villazón por alguna razón el Bus se frenó tras una fila de autos, camiones y otros autobuses. El puente estaba caído.
Me baje a observar con atención y descubrí que el río en ese momento no era más que un arroyo con apenas un hilo de agua. El problema es que corre por una quebrada de unos cinco metros de profundidad por unos ocho de ancho. De un lado de la quebrada una topadora había hecho una larga rampa descendente de forma de crear un vado en el arroyo. Del otro la topadora esta iniciando la construcción de la rampa ascendente que nos permitiría cruzar la quebrada y continuar con nuestro camino.
Nuevamente con mi nulo conocimiento de ingeniería civil me puse a pensar: si la topadora estuvo desde tempranito (y cuando los bolivianos dicen tempranito es muy temprano) hasta media mañana para hacer un lado del vado estaría tiempo similar para hacer el otro. En eso meditaba cuando observe que del otro lado había varios buses, autos y camiones que recorrían la ruta en sentido inverso y quedaron varados en la otra orilla. Los pasajeros de esos buses se bajaban, agarraban sus pertenencias, cruzaban la quebrada por una especie de camino peatonal formado por unos caños de desagüe y de este lado se tomaban un taxi para hacer los cinco kilómetros que a ellos les quedaban. Esos autobuses se quedarían pronto sin pasajeros y, al no poder cruzar emprenderían la vuelta. Vuelta de ellos que era mi ida. Como quien no quiere la cosa crucé la quebrada por los caños, vi que un autobús estaba vacío y dando la vuelta.
- ¿Vas para Tupiza? - Pregunte
- Claro

Le pedí que me espere, volví a buscar mi mochila y a Fernando, mi compañero de viaje y juntos subimos al Bus que emprendió la marcha por la ruta. Ruta es una forma generosa de llamar a un camino de tierra y ripio que ondula por el desértico altiplano boliviano por el cual para recorrer los noventa y dos kilómetros que separan Villazón de Tupiza se tarda, cuando no se cae un puente, tres horas y media.
Lástima que no alcanzamos el tren, pensé, y al rato vemos a once personas a la vera de la ruta haciendo señas para que pare el bus. Al subirse no pude evitar preguntar que carajo hacen en el medio de la nada.
- Uff... nos tomamos el tren ayer, pero en lugar de salir a las 15:30 salió a la noche. Hicimos treinta quilómetros y paró. Se quedó toda la noche parado porque en una parte el terraplén donde van las vías se derrumbó. Hoy a la mañana decidimos caminar por la vía. Caminamos cuatro horas bajo el rayo del sol y hace un rato vimos un camión pasar por el camino y distinguimos lo que era el camino, bajamos hasta acá y esperamos a que pase el primer bus.

Que bonito es el folclore transportil en sudamérica.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cabeza de tesoro

Yo no he ido nunca a Marte (aun) y sin embargo hay parajes en la Quebrada de Humahuaca que me suenan de otro mundo. Formaciones rocosas con extrañas protuberancias se suceden en medio de un árido paisaje. Los colores llaman poderosamente la atención, siendo el cerro de los siete colores la figura más emblemática. Colores que uno no está acostumbrado a ver en el paisaje, amarillos, naranjas, blancos, todo enmarcado en un marrón rojizo. Todo, la tierra, el río, los ranchos de adobe y mientras al costado se alzan montañas, parte de la Cordillera de los Andes, entre verdes y azules.
Este paisaje resulta tan extraño porque uno no lo ha visto nunca. La Quebrada de Humahuaca resuena en el imaginario social de mi generación gracias a una canción infantil de Maria Elena Walsh, pero no existen imágenes previas. Uno ha visto tantas veces el desierto del Sahara en películas, fotos o en televisión que cuando finalmente lo pisa se maravilla ante su magnificencia, pero no esta frente a un paisaje desconocido. Este lugar me deslumbró, porque en la era del conocimiento mediatizado mis retinas llegaron vírgenes ante estos paisajes. Por eso me resultaron de una belleza fuera de este mundo.

sábado, 6 de marzo de 2010

Alone at home

Finalmente llegó. En mi vida he realizado una especie de zapping hogareño. Viví con mis padres, juntos y separados. Viví con extraños, con conocidos, con amigos. Con gente que hablaba mi idioma y gente que no. Personas de mi generación y otras un poco más grande. Viví en mi país y en otros. Conviví con gente muy buena onda y con ecologistas locos que querían acuchillarme. Viví de okupa, pagando poco y también pagando mucho. Viví en lugares viejos que se caían a pedazos y en edificios modernos. Habitaciones luminosas y oscuras. Silenciosas y ruidosas. Pero nunca viví solo. Hasta ahora.
Uno de los motivos que me trajeron de vuelta a Buenos Aires era vivir solo. Cuando llegué a la capital porteña me instalé transitoriamente en la casa de un amigo. Finalmente, después de los viajes pertinentes de fin de año para ver a la familia y un trabajo en publicidad que se me cruzó, en febrero se dieron las condiciones para empezar con el proyecto de vivir solo. Se dieron una seguidilla de arreglos, picar pared, cambiar cables, preparar cemento, lijar, elegir colores y pintar. Amigos, hermanos, primos ayudaron con su refuerzo físico y sus ideas decorativas, las cuales fueron gentilmente rechazadas. Después llegó la mudanza, que se realizó en sendos viajes con el coche de mi madre desde distintos puntos de la ciudad donde tenía repartida mis pertenencias, para coronarla con el traslado de un sommier de dos plazas atado en el techo del vehículo.
Hacia fines de la primer semana de febrero me mudé y dormí, un sábado a la noche, por primera vez en mi casa. Iluso de mi creí que el simple hecho de pernoctar era igual a estar instalado. La verdad es que a medida que pasaban los días se empezó a crear una lista de cosas para hacer en el departamento. Que colocar lámparas en toda la casa. Que agrandar los muebles de la cocina. Que instalar Internet. Que cambiar el espejo del baño. Que diseñar, comprar la madera, armar el escritorio de la compu y mi lugar de trabajo empotrado en el espacio donde había un ropero. Que elegir donde poner los muebles. Que ver que muebles poner. Lo curioso es que cada vez que tachaba una cosa ya hecha se agregaban otras dos por hacer. Tanto fue así que la realización de estas cosas demandaba la totalidad de mi tiempo libre, que es mucho (osea es todo mi tiempo menos el que duermo y el que paso con amigos). A parte, debido a una ingenua fe de mi parte hacia el género humano que me hacían creer que cuando en la carpintería, por poner uno de muchos posibles ejemplos, me decían “Sus maderas estarán listas en veinticuatro horas” yo lo creía, mientras que en realidad tardaban cuatro días. Así la puesta a punto de mi hábitat empezó a consumirme no solo mi tiempo, sino mi energía y hasta mi buen humor. No es para menos, me dijo un amigo, ya que después de la muerte de un familiar querido y la ruptura de la pareja una mudanza es la tercer causa de estrés más común en la sociedad actual.
Por toda esta energía gastada en la vivienda sumado a un constante mal descanso causado por una agitada vida social es que he decidido hacer una pausa y tomarme unas merecidas vacaciones. Hacia el norte parto rumbo al vecino país de Bolivia, donde permaneceré algunas semanas antes de volver a Buenos Aires y continuar armando mi lugarcito en el mundo, pero esta vez con las pilas recargadas y mucho más relajado. Después de todo armar el propio espacio es una actividad muy desafiante y entretenida.