Bolivia es un lugar de lo más loco. Es un error en la Matrix. No puede existir un lugar así. Si los paisajes del norte de Argentina son de otro planeta los de Bolivia son de otro universo. Simplemente indescriptibles.
Hacia el sur del país se encuentra la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa. En ella se encuentran las famosas lagunas de colores. Está la verde cuyo color dicen, se debe al arsénico que naturalmente tiene el agua. La laguna blanca, que uno jura que en lugar de agua esta hecha de leche. La colorada, llena de flamencos. La hedionda, que debe su nombre al alto contenido de azufre que se huele a varios cientos de metros. Rocas extrañas esparcidas en un árido paisaje que recuerdan los desiertos pintados por Dalí.
Pero no solo los paisajes son fuera de este universo, la lógica también. Situaciones que desafían lo que uno llamaría el común razonamiento, se suceden frecuentemente. Por ejemplo me ha pasado en un viaje de toda la noche, que el autobús paró en cierto punto para que el pasaje se baje y cene en un comedor a la vera de la ruta. Al descender del vehículo veo que el conductor abre la bodega, ese espacio reservado a las mochilas y maletas de los pasajeros. Dentro de la bodega había un colchón con varias mantas y un tipo durmiendo, como si estuviese en un cuarto de hotel. Es susodicho se levantó ,se desperezó y se sentó en el restaurante a cenar como si aquello fuese lo más normal del mundo. También me asombró que un día la movilidad se complicaba debido a un paro general nacional del transporte automotor de pasajeros. Yo me quede intrigado ante tal medida de fuerza contra el gobierno porque tres meses antes Evo ganó las elecciones con un amplio margen. Más tarde me enteré que, como durante el mes de enero hubo varios accidentes con muchos muertos en los cuales los conductores estaban en comprobable estado de ebriedad, el gobierno saco un decreto el cual establecía que si encontraban a un conductor de autobuses manejando borracho le quitaban la licencia para conducir de por vida. Ante tal despotismo gubernamental los conductores se alzaron en protesta defendiendo su derecho a beber y conducir.
Eso no es lo más raro, en Bolivia están orgullosos de poseer la ruta, que por su pésimo estado y peligrosidad, es la ruta del mundo donde más personas mueren al año. Por suerte desde hace algunos años existe una pavimentada alternativa. El atractivo morboso de la ruta original sigue siendo explotado turísticamente. Ingenuos visitantes, sin sentido de la autoconservación y probablemente con alguna falla cerebral, alquilan una bicicleta para recorrer los sesenta y dos kilómetros de esta ruta que arranca en los cuatro mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, en un clima frío y montañas nevadas, terminando a los mil doscientos metros sobre el nivel del mar, en uno subtropical y selvático. Lo que hace tan peligrosa esa ruta es que es de ripio, sin señalización, de tres metros de ancho que a un lado tiene la pared de la montaña y del otro precipicios de más de quinientos metros de altura, por los cuales se han caído centenares de autobuses llenos de personas. Los incautos turistas bajan a velocidades que llegan a los cincuenta kilómetros por hora derrapando en las curvas, golpeándose contra la montaña y en el caso de que calculen con un error de un metro alguna frenada, aventándose a las fauces de la montaña. Obviamente bajar por esa ruta fue una de las mejores experiencias que tuve en Bolibia.
En Potosí, lugar donde se produjo el mayor genocidio de la historia humana, las minas siguen funcionando y siendo el principal motor de la ciudad. Las condiciones de trabajo mejoraron mucho. Antes los esclavos vivían dentro de la mina y salían una vez cada dos semanas (probablemente los domingos para ir a misa). Hoy son trabajadores independientes que tienen asignados un pedazo de montaña. Trabajan de catorce a dieciocho horas diarias para vender lo que extraen al precio del libre mercado. Potosí es el único lugar del mundo, me informaron, donde la venta de dinamita en legal y libre. Fui al mercado y por módicos dos dólares compré un cartucho de dinamita, la respectiva mecha y un químico potenciador. Todo lo necesario para volar un buen pedazo de montaña (o utilizar en manifestaciones políticas). Los mineros en forma de rechazo a lo que fue la esclavitud, impuesta en parte gracias a la Fe Cristiana, adoran al Diablo. Dentro de la mina, en el inframundo, se suelen encontrar estatuas de Belsebú, hasta hay varias de tamaño natural, con el diablo desnudo y su miembro erecto, a la cual el minero siempre le deja tabaco, hojas de coca y whiski boliviano (bebida proveniente de la caña de azúcar con 96º de alcohol). Todos elementos que son fuente de energía dentro de la mina.
Las extrañezas de Bolivia son muchas y variadas. Es un país con dos capitales, La paz y Sucre. Se habla mucho de la pachamama y la ecología, pero en las afueras de todo pueblo se pueden ver cientos de bolsas de plástico adheridas a los arbustos. Bolsas que la gente tira en la calle y el viento las arrastra fuera del poblado hasta quedar prendidas de alguna planta. Se habla de la nueva latinoamérica unida, pero a los latinos les cobran como si fuesen europeos. Esta actitud viene incentivada desde el gobierno, que en los últimos tres años subió entre un quinientos y un ochocientos por ciento el costo de las entradas para extranjeros a la mayoría de los sitios arqueológicos y parques naturales.
Pero sin duda lo más extraño a mi parecer, es el salar de Uyuni. Kilómetros y kilómetros de sal se extienden en una gran planicie, y sobre el horizonte se pueden ver montañas y volcanes. La primera vez que me allegué al salar estaba con agua. Una capa de unos diez o quince centímetros que cubría todo el salar, agua proveniente de la lluvia, que lo convertía en un gigantesco espejo. Días después, con el salar ya seco, pude meterme con una 4x4 en sus entrañas. Resulta ser que mucho tiempo atrás, según me contaron, el salar era el fondo del mar. Un buen día los Andes crecieron, el mar se elevó y evaporó, quedando el salar. Pero hay una pequeña parte de “tierra” de no más de doscientos metros de largo que sobresale de la sal. Es la llamada isla Incahuasi. Desde lejos ya se aprecia su árida contextura, llena de cactus que rondan los mil años de edad. Al acercarme y tocar la isla me di cuenta que no era tierra ni roca de lo que estaba hecha. La isla es un arrecife de coral, muerto y fosilizado hace miles de años.
Subir a la cima de la isla, pararse sobre arrecife de coral en el cual crecen cactus y mirar, hasta donde llega la vista el desierto blanco es algo demasiado loco para que sea real. No puede existir tanta majestuosidad, tanta belleza. Es algo que no puede formar parte de este universo. El salar de Uyuni, quizás como muestra de toda Bolivia, es una falla en la creación divina.
Hacia el sur del país se encuentra la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa. En ella se encuentran las famosas lagunas de colores. Está la verde cuyo color dicen, se debe al arsénico que naturalmente tiene el agua. La laguna blanca, que uno jura que en lugar de agua esta hecha de leche. La colorada, llena de flamencos. La hedionda, que debe su nombre al alto contenido de azufre que se huele a varios cientos de metros. Rocas extrañas esparcidas en un árido paisaje que recuerdan los desiertos pintados por Dalí.
Pero no solo los paisajes son fuera de este universo, la lógica también. Situaciones que desafían lo que uno llamaría el común razonamiento, se suceden frecuentemente. Por ejemplo me ha pasado en un viaje de toda la noche, que el autobús paró en cierto punto para que el pasaje se baje y cene en un comedor a la vera de la ruta. Al descender del vehículo veo que el conductor abre la bodega, ese espacio reservado a las mochilas y maletas de los pasajeros. Dentro de la bodega había un colchón con varias mantas y un tipo durmiendo, como si estuviese en un cuarto de hotel. Es susodicho se levantó ,se desperezó y se sentó en el restaurante a cenar como si aquello fuese lo más normal del mundo. También me asombró que un día la movilidad se complicaba debido a un paro general nacional del transporte automotor de pasajeros. Yo me quede intrigado ante tal medida de fuerza contra el gobierno porque tres meses antes Evo ganó las elecciones con un amplio margen. Más tarde me enteré que, como durante el mes de enero hubo varios accidentes con muchos muertos en los cuales los conductores estaban en comprobable estado de ebriedad, el gobierno saco un decreto el cual establecía que si encontraban a un conductor de autobuses manejando borracho le quitaban la licencia para conducir de por vida. Ante tal despotismo gubernamental los conductores se alzaron en protesta defendiendo su derecho a beber y conducir.
Eso no es lo más raro, en Bolivia están orgullosos de poseer la ruta, que por su pésimo estado y peligrosidad, es la ruta del mundo donde más personas mueren al año. Por suerte desde hace algunos años existe una pavimentada alternativa. El atractivo morboso de la ruta original sigue siendo explotado turísticamente. Ingenuos visitantes, sin sentido de la autoconservación y probablemente con alguna falla cerebral, alquilan una bicicleta para recorrer los sesenta y dos kilómetros de esta ruta que arranca en los cuatro mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, en un clima frío y montañas nevadas, terminando a los mil doscientos metros sobre el nivel del mar, en uno subtropical y selvático. Lo que hace tan peligrosa esa ruta es que es de ripio, sin señalización, de tres metros de ancho que a un lado tiene la pared de la montaña y del otro precipicios de más de quinientos metros de altura, por los cuales se han caído centenares de autobuses llenos de personas. Los incautos turistas bajan a velocidades que llegan a los cincuenta kilómetros por hora derrapando en las curvas, golpeándose contra la montaña y en el caso de que calculen con un error de un metro alguna frenada, aventándose a las fauces de la montaña. Obviamente bajar por esa ruta fue una de las mejores experiencias que tuve en Bolibia.
En Potosí, lugar donde se produjo el mayor genocidio de la historia humana, las minas siguen funcionando y siendo el principal motor de la ciudad. Las condiciones de trabajo mejoraron mucho. Antes los esclavos vivían dentro de la mina y salían una vez cada dos semanas (probablemente los domingos para ir a misa). Hoy son trabajadores independientes que tienen asignados un pedazo de montaña. Trabajan de catorce a dieciocho horas diarias para vender lo que extraen al precio del libre mercado. Potosí es el único lugar del mundo, me informaron, donde la venta de dinamita en legal y libre. Fui al mercado y por módicos dos dólares compré un cartucho de dinamita, la respectiva mecha y un químico potenciador. Todo lo necesario para volar un buen pedazo de montaña (o utilizar en manifestaciones políticas). Los mineros en forma de rechazo a lo que fue la esclavitud, impuesta en parte gracias a la Fe Cristiana, adoran al Diablo. Dentro de la mina, en el inframundo, se suelen encontrar estatuas de Belsebú, hasta hay varias de tamaño natural, con el diablo desnudo y su miembro erecto, a la cual el minero siempre le deja tabaco, hojas de coca y whiski boliviano (bebida proveniente de la caña de azúcar con 96º de alcohol). Todos elementos que son fuente de energía dentro de la mina.
Las extrañezas de Bolivia son muchas y variadas. Es un país con dos capitales, La paz y Sucre. Se habla mucho de la pachamama y la ecología, pero en las afueras de todo pueblo se pueden ver cientos de bolsas de plástico adheridas a los arbustos. Bolsas que la gente tira en la calle y el viento las arrastra fuera del poblado hasta quedar prendidas de alguna planta. Se habla de la nueva latinoamérica unida, pero a los latinos les cobran como si fuesen europeos. Esta actitud viene incentivada desde el gobierno, que en los últimos tres años subió entre un quinientos y un ochocientos por ciento el costo de las entradas para extranjeros a la mayoría de los sitios arqueológicos y parques naturales.
Pero sin duda lo más extraño a mi parecer, es el salar de Uyuni. Kilómetros y kilómetros de sal se extienden en una gran planicie, y sobre el horizonte se pueden ver montañas y volcanes. La primera vez que me allegué al salar estaba con agua. Una capa de unos diez o quince centímetros que cubría todo el salar, agua proveniente de la lluvia, que lo convertía en un gigantesco espejo. Días después, con el salar ya seco, pude meterme con una 4x4 en sus entrañas. Resulta ser que mucho tiempo atrás, según me contaron, el salar era el fondo del mar. Un buen día los Andes crecieron, el mar se elevó y evaporó, quedando el salar. Pero hay una pequeña parte de “tierra” de no más de doscientos metros de largo que sobresale de la sal. Es la llamada isla Incahuasi. Desde lejos ya se aprecia su árida contextura, llena de cactus que rondan los mil años de edad. Al acercarme y tocar la isla me di cuenta que no era tierra ni roca de lo que estaba hecha. La isla es un arrecife de coral, muerto y fosilizado hace miles de años.
Subir a la cima de la isla, pararse sobre arrecife de coral en el cual crecen cactus y mirar, hasta donde llega la vista el desierto blanco es algo demasiado loco para que sea real. No puede existir tanta majestuosidad, tanta belleza. Es algo que no puede formar parte de este universo. El salar de Uyuni, quizás como muestra de toda Bolivia, es una falla en la creación divina.
bellìsima tu mirada de bolivia, pablo. me hizo sentir como si estuviese allì. beso.
ResponderEliminarPrecioso, he visto pasar por mi imaginación (como siempre gracias a tu magnifica narración)todos esos paisajes y lugares únicos. Me has dejado sin palabras. Y que bonito final como el de un buen libro con su protagonista en la cima del universo
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