Una duda: No les pasa a ustedes que llega el día veinte del mes y se sorprenden de cómo volaron los diecinueve días anteriores. Ni que hablar de ese viernes en el que uno se pregunta “Pero ¿Ayer no era lunes?. Ahora que está terminando julio no dicen “¿Cómo puede ser que ya paso más de medio año?”. Yo creo que nos pasa a todos, y pensando en ello llegué a la siguiente conclusión: los tiempos en estos días corren demasiado deprisa.
Cuando era un niño las cosas no eran así. No quiero caer en el cliché de “Todo tiempo pasado fue mejor” pero cuando yo era chico las semanas eran largas, los meses longevos y los años eternos. De un año a otro pasaban un montón de cosas, pasaban, más o menos, cerca de trecientos sesenta y cuatro días y cada uno con veinticuatro horas enteras. Hoy por hoy los días parecen minutos, los meses semanas y los años un suspiro.
Ahora estoy preparando una nueva partida y me encuentro con que tengo que hacer mil cosas en estos días malgastados que no rinden para nada. Es como si de repente el minúsculo agujerito del reloj de arena se agrandase. Siento que el tiempo pasa volando, arrastrando con su ráfaga los granitos de arena que se deslizan de mi mano. Yo me pregunto, estos ocho meses que estuve en Buenos Aires ¿En qué mierda se me fueron? Si parece que Navidad fue hace unas cuantas semanas.
Pero esto no me pasa sólo a mí, sino a todos, por eso pienso que, en realidad, es el flujo de los segundos lo que se aceleró. Yo creo que el tiempo, en estos tumultuosos y posmodernos días, también está apurado.
Será cuestión entonces de ser nosotros los que hagamos una pausa para meditar en qué merece ser invertido nuestro tiempo y de esa forma, quizás, lograr caminar sin apuros y que el tiempo se acomode a la marcha de nuestro paso.
Cuando era un niño las cosas no eran así. No quiero caer en el cliché de “Todo tiempo pasado fue mejor” pero cuando yo era chico las semanas eran largas, los meses longevos y los años eternos. De un año a otro pasaban un montón de cosas, pasaban, más o menos, cerca de trecientos sesenta y cuatro días y cada uno con veinticuatro horas enteras. Hoy por hoy los días parecen minutos, los meses semanas y los años un suspiro.
Ahora estoy preparando una nueva partida y me encuentro con que tengo que hacer mil cosas en estos días malgastados que no rinden para nada. Es como si de repente el minúsculo agujerito del reloj de arena se agrandase. Siento que el tiempo pasa volando, arrastrando con su ráfaga los granitos de arena que se deslizan de mi mano. Yo me pregunto, estos ocho meses que estuve en Buenos Aires ¿En qué mierda se me fueron? Si parece que Navidad fue hace unas cuantas semanas.
Pero esto no me pasa sólo a mí, sino a todos, por eso pienso que, en realidad, es el flujo de los segundos lo que se aceleró. Yo creo que el tiempo, en estos tumultuosos y posmodernos días, también está apurado.
Será cuestión entonces de ser nosotros los que hagamos una pausa para meditar en qué merece ser invertido nuestro tiempo y de esa forma, quizás, lograr caminar sin apuros y que el tiempo se acomode a la marcha de nuestro paso.
Leete Elogio a la lentitud.
ResponderEliminarSi te sirve de algo avisame asi tambien lo leo. Para no perder el tiempo digo...