Después de unos años esquivándola, finalmente Roberto Fontanarrosa se encontró con la muerte. El Negro Fontanarrosa fue, a mi juicio, el humorista que mejor pudo interpretar y plasmar en su obra ese extraño ser que es la identidad nacional argentina. Su trabajo ha sido de lo más diverso y a la vez coherente. Colaborador creativo del grupo Les Luthiers, escritor y humorista gráfico, desbordaba ingenio en cada cosa que hacía.
Tuve ocasión de conocerlo hace ya varios años cuando lo entreviste para un programa de TV que nunca salió al aire. Me llamó poderosamente la atención la sencillez de tal genio creativo. Su chispa, su inteligencia, su porte sereno y rostro serio son de público conocimiento, pero me impactó su humildad. El mismo, me confesó, se consideraba un mal dibujante. Sabida es la historia que cuando creó a Inodoro Pereyra decidió que sea un gaucho para ambientarlo en la pampa, cuya única escenografía es una raya horizontal que viene a ser el horizonte. Cuando la enfermedad le imposibilito dibujar, el advirtió a sus lectores que no se sorprendan al notar que la calidad de sus trazos mejoraba, pues otro dibujante ilustraría sus guiones.
Amante del fútbol y de las malas palabras, gran parte de sus cuentos están plagados de ambos. Con su historieta Boogie el Aceitoso no sólo ridiculizó la violencia por medio de la parodia, sino que hizo una sátira a la política internacional de los años 70. Pero mi personaje preferido es Inodoro Pereyra, el renegau, que ya está inscripto como un ícono en la cultura popular argentina. A más de un adolescente de mi generación, cuando se le preguntaba “¿Cómo estas?”, adoptaba como propia la clásica muletilla “Mal, pero acostumbrado” para su respuesta.
Y ahora ya no está. El amargo sabor de sentir que nos fue arrebatado antes de tiempo, que con sus sesenta y dos años aún era un joven con mucho para dar. La tristeza de no encontrarnos en la segunda hoja del diario o en la última de la revista del domingo con el clásico y rutinario espacio del humor inteligente y reflexivo. Con su muerte nos deja en el peor de los vacíos, el de la página el blanco.
En su humildad él afirmo que no le interesaba recibir grandes premios, sino que su mayor satisfacción es que alguien se le acercase y le diga “Me cagué de risa con tu libro”. A modo de homenaje y para paliar la tristeza de su ausencia transcribo algunas frases que cada vez que las leo no puedo parar de reírme, para que estés donde estés Negro sepas que yo me cago de la risa con tu obra.
Tuve ocasión de conocerlo hace ya varios años cuando lo entreviste para un programa de TV que nunca salió al aire. Me llamó poderosamente la atención la sencillez de tal genio creativo. Su chispa, su inteligencia, su porte sereno y rostro serio son de público conocimiento, pero me impactó su humildad. El mismo, me confesó, se consideraba un mal dibujante. Sabida es la historia que cuando creó a Inodoro Pereyra decidió que sea un gaucho para ambientarlo en la pampa, cuya única escenografía es una raya horizontal que viene a ser el horizonte. Cuando la enfermedad le imposibilito dibujar, el advirtió a sus lectores que no se sorprendan al notar que la calidad de sus trazos mejoraba, pues otro dibujante ilustraría sus guiones.
Amante del fútbol y de las malas palabras, gran parte de sus cuentos están plagados de ambos. Con su historieta Boogie el Aceitoso no sólo ridiculizó la violencia por medio de la parodia, sino que hizo una sátira a la política internacional de los años 70. Pero mi personaje preferido es Inodoro Pereyra, el renegau, que ya está inscripto como un ícono en la cultura popular argentina. A más de un adolescente de mi generación, cuando se le preguntaba “¿Cómo estas?”, adoptaba como propia la clásica muletilla “Mal, pero acostumbrado” para su respuesta.
Y ahora ya no está. El amargo sabor de sentir que nos fue arrebatado antes de tiempo, que con sus sesenta y dos años aún era un joven con mucho para dar. La tristeza de no encontrarnos en la segunda hoja del diario o en la última de la revista del domingo con el clásico y rutinario espacio del humor inteligente y reflexivo. Con su muerte nos deja en el peor de los vacíos, el de la página el blanco.
En su humildad él afirmo que no le interesaba recibir grandes premios, sino que su mayor satisfacción es que alguien se le acercase y le diga “Me cagué de risa con tu libro”. A modo de homenaje y para paliar la tristeza de su ausencia transcribo algunas frases que cada vez que las leo no puedo parar de reírme, para que estés donde estés Negro sepas que yo me cago de la risa con tu obra.
- Vago no, quizá algo tímido para el esjuerzo.
- Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus problemas y divorciado de sus riquezas.
- - ¿Y usted cómo se gana la vida? - ¿Ganar? ¡De casualidá estoy sacando un empate!
- La historia lo juzgará. Pero tiene el mejor de los abogados: el olvido.
- Eso de "hasta que la muerte los separe" es una incitación al asesinato.
- Endijpué de tantos años, si tengo que elegir otra vez, la elijo a la Eulogia con los ojos cerrados. Porque si los abro elijo a otra.
- Soy crítico meteorológico, señor. La tormenta de anoche. Floja iluminación de los relámpagos, yuvia repetida, escenografía pobre y pésimo sonido de los truenos en otro fiasco de esta puesta en escena de Tata Dios.
- Yo no quiero ser irrespetuoso, Eulogia, pero lo que ha hecho Tata Dios con usté es abuso de autoridá.
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