jueves, 12 de julio de 2007

Nieve en Buenos Aires

Mi estadía en Argentina estuvo marcada por una serie de extraños sucesos. El más bizarro de todos fue este: nevó en Buenos Aires. Mi bisabuela, que en paz descanse, nació en 1908 y recordaba que cuando ella era una niña había nevado en Buenos Aires. Ella decía que desde que la historia es historia, o sea desde que Colon descubrió América, esa era la única vez que tal hecho acontecía en esta ciudad. Hace unos días volvió a nevar en Buenos Aires y nos recagamos bien de frío.
Nevó en Buenos Aires y como no podía ser de otra manera yo no estaba en Buenos Aires. A veces creo que el Altísimo tiene un sentido del humor un tanto perverso. Aprovechando el fin de semana largo me fui a visitar a mi primo a Mar del Plata, ciudad en la que cada tanto nieva. Cuando yo estuve hizo unos días fríos, pero, obviamente, sin una gota de nieve.
Volviendo ya del viaje, en la ruta, me enteré de este particular hecho climático. Un SMS de mi hermano que decía ver caer la nieve frente a sus ojos. Adjudiqué la razón de dicho SMS a sustancias alucinógenas que creí que fueron ingeridas por mi hermano y no a un fenómeno climatológico. Pero pronto muchos otros SMS de diferentes autores me llegaron portando la misma noticia: nieva en Buenos Aires.
Mi escepticismo empezaba a flaquear. Entonces a cien kilómetros de Buenos Aires, en plena ruta, nos agarró la tormenta de nieve. Cabe aclarar que en mi vida jamás vi nevar. Sí vi la nieve, pero eran nieves eternas en cerros de la Patagonia. Lo que nunca hasta el otro día ví es la nieve caer del cielo. Es un espectáculo magnífico, el campo todo blanco, los carteles de la ruta escarchados, los copos cayendo suavemente sobre el parabrisas, los pinos igualitos a los de la Navidad yanki. Un tanto paranoide recordando al Eternauta, yo estaba renuente a tocar la nieve; pero finalmente la curiosidad pudo más. Frenamos el auto a un costado de la ruta y nos detuvimos a contemplar como un frío blanco caía del cielo y cubría todo con su belleza.
Ya en Buenos Aires pude ver la nieve acumularse en las calles, en los balcones, sobre el techo de los autos. Con esa mágica y conmovedora imagen de la ciudad volví al calor de mi hogar. Entonces me puse a pensar en cuantos hay que no tiene un techo, un abrigo o un plato caliente. Cuantos que no pudieron calentar su casa debido a la ineficacia de quienes nos gobiernan para evitar una crisis energética más que anunciada.
La nieve, con su magia inherente, no es más que otra señal del cambio climático en el planeta. Planeta que cada vez está más inhóspito y va de a poco –sospecho- perfeccionando algún oculto sistema para deshacerse de aquello que más lo daña, nuestra especie.

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