Buenos Aires me fascina. Hace meses que la transito y no se me va ese sentimiento. Esta ciudad tiene ese no sé que, esa cosa rara, indescriptible que tanto la caracteriza. Hay que reconocer que ver y vivir en Buenos Aires después de dos años es algo shockeante. La ciudad está hermosa. Siempre lo fue, no por nada enamora a todos los turistas que la visitan. Pero creo que ahora está más hermosa que nunca. Buenos Aires está tan pero tan linda que uno empieza a sospechar que lo hacen para los extranjeros más que para los locales. Todos los parques y las plazas se están refaccionando, las fachadas de los edificios se están recuperando y los espacios públicos embelleciendo.
Metrópolis urbana, Buenos Aires no deja de tener su kaótico transito, su insana polución, su ruido estresante y su alienante ritmo de vida. Cuidad que nunca duerme, tiene todas las opciones de ocio, entretenimiento y arte que uno quiera, y más. Meca cultural, en el verano porteño no hay un día sin que en una plaza haya un espectáculo de teatro o danza, no hay una noche sin un concierto al aire libre, no hay un museo que no tenga sus puertas abiertas y estrene nuevas muestras, no hay una avenida sin que se vea en la pared de un edificio una gigantografía de alguna obra de un artista local, no hay un barrio donde no se esté filmando algo, no hay un bar a la noche que este vacío.
La reactivación económica en Buenos Aires llegó con todo, pero no llegó para todos. Por eso se ven cosas que hace diez años no se veían. No hay noche en la que al salir uno no vea un homeless, no hay tarde en la que no se encuentre varios cartoneros, con mujer e hijos, buscando en la basura algo para revender, no hay tren donde no haya un desfile interminable de niños pidiendo monedas, no hay semáforo donde no haya un limpiavidrios y personas inseguras que traban las puertas de su coche, no hay alguien que no conozca a alguien al cual trató de robarlo en la calle un niño de doce años.
Ahora cambió el color de la bandera política en la ciudad hacia un tono más de derecha, de sálvese quien pueda. Así es Buenos Aires, llena de contrastes. Hoy está más europea que nunca, siendo la capital de un país cada vez más tercermundista. Donde cada días es más grande la distancia entre los que viven Buenos Aires y los que sobreviven en Buenos Aires.
Metrópolis urbana, Buenos Aires no deja de tener su kaótico transito, su insana polución, su ruido estresante y su alienante ritmo de vida. Cuidad que nunca duerme, tiene todas las opciones de ocio, entretenimiento y arte que uno quiera, y más. Meca cultural, en el verano porteño no hay un día sin que en una plaza haya un espectáculo de teatro o danza, no hay una noche sin un concierto al aire libre, no hay un museo que no tenga sus puertas abiertas y estrene nuevas muestras, no hay una avenida sin que se vea en la pared de un edificio una gigantografía de alguna obra de un artista local, no hay un barrio donde no se esté filmando algo, no hay un bar a la noche que este vacío.
La reactivación económica en Buenos Aires llegó con todo, pero no llegó para todos. Por eso se ven cosas que hace diez años no se veían. No hay noche en la que al salir uno no vea un homeless, no hay tarde en la que no se encuentre varios cartoneros, con mujer e hijos, buscando en la basura algo para revender, no hay tren donde no haya un desfile interminable de niños pidiendo monedas, no hay semáforo donde no haya un limpiavidrios y personas inseguras que traban las puertas de su coche, no hay alguien que no conozca a alguien al cual trató de robarlo en la calle un niño de doce años.
Ahora cambió el color de la bandera política en la ciudad hacia un tono más de derecha, de sálvese quien pueda. Así es Buenos Aires, llena de contrastes. Hoy está más europea que nunca, siendo la capital de un país cada vez más tercermundista. Donde cada días es más grande la distancia entre los que viven Buenos Aires y los que sobreviven en Buenos Aires.
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