Poco sabía yo de lo que fue Yugoslavia, más allá de algo que estudie en geografía y algunas películas de Kusturika. En mi nebuloso imaginario de este lugar había edificios derrumbados, cerdos comiéndose coches y ciudades bordeando la pobreza. La realidad resultó ser muy diferente.
Llegamos a lo que fue su capital, Belgrado, hoy día capital de Serbia. Me sorprendió ver una ciudad moderna y en buen estado, de calles amplias, parques y muchas avenidas. Esta ciudad está ubicada en la confluencia de dos ríos, en lo alto de un cerro hay un antiguo fuerte militar que vigila la costa. Hoy día es un bonito parque donde los vecinos van a pasear, sacar al perro o hacer algo de gimnasia. Al lado del fuerte hay una gran exhibición de maquinaria bélica, que por suerte ya no funciona. En esta ciudad yo quería ir al Museo de Nicolás Tesla. Éste fue un científico que estudió, entre otras cosas, la forma de trasmitir energía sin cables y fue el primero en desarrollar el concepto de Wireless creando un barco en miniatura que él podía manejar desde más de cien metros de distancia, sin cables. Pero quizás su invento más conocido sea la bola de vidrio que tira rayitos de electricidad. Ir a su museo debería ser muy divertido, si no fuera porque está en reformas y son pocas las cosas que con las que se pueden jugar en él.
Sarajevo, actual capital de Bosnia, me produjo un flashback con Marruecos. Construida al costado de un río, en un valle pequeño entre dos lomas, la ciudad desborda de ambiente árabe. La parte antigua son todos negocios donde la gente te invita a entrar “sin compromiso”. Los comerciantes se sientan en la puerta de la tienda bebiendo en vasos pequeños café (En Marruecos era té, pero el ritual es el mismo). La alfarería manual y el trabajo artesanal sobre el metal se ve en cada negocio. Las Mezquitas que cinco veces al día llaman a orar por altoparlantes. Al subir una de las lomas uno se cruza con el cementerio. Como muchos en Europa del este el cementerio no tiene pared ni nada que lo separe de la calle o acera. Se destacaba por lo blanco de todas sus lápidas, ya sean musulmanas, católicas o judías. Todas están hechas del mismo mármol impoluto y brillante.
Zagreb, capital de Croacia es en cambio una ciudad católica, como lo demuestra su imponente catedral. Lo que más me gusto de esta ciudad son los muchos espacios verdes que tiene. Al salir de la estación de tren uno se encuentra con una gran plaza con árboles y al otro lado de la plaza un museo y otra plaza. De hecho todo el camino desde la estación hasta el centro está enmarcado por plazas y museos. En el centro, aparte de la catedral, hay un mercado al aire libre de fruta y verdura todas las mañanas.
Resulta difícil imaginar cómo todos los lugares, de culturas diferentes e idiomas diferentes antes fueran un solo país. Hoy la gente parece ser feliz, ya que considera que una forma de expresión de la diversidad cultural es tener su propio estado. Yo me manifiesto a favor de la diversidad cultural y de sus muchas forma de expresión. La moneda de un país es una de éstas formas, pero a nivel práctico hay que reconocer que una moneda única es muy útil. No sólo por no tener que cambiar dinero en cada nueva ciudad, sino por no tener que pensar cuanto cuestan las cosas. Por más que sea un pequeño instante de tiempo el que uno tarda en hacer la conversión de los precios desde la moneda local a la que uno esta acostumbrado a pensar, resulta tedioso tener que, en cada frontera, re adecuar la calculadora mental. Por eso llegar a Ljubljana, volver a entrar a la zona del euro, donde se puede ver la lista de precios y no se pierde esa fracción de segundo que uno tarda en hacer la conversión para saber si un producto es caro o barato es un descanso mental.
Ésta ciudad, que además de tener euro y poseer un nombre impronunciable para un hispanohablante, resulta ser la capital de Eslovenia. Tiene una extraña fijación con los dragones. Los hay en un puente sobre el río, los hay en las fachadas de los edificios, incluso hasta en los basureros hay caricaturas de un dragón enseñándole al ciudadano a reciclar. Alguna explicación ha de tener, quizás alguna vieja leyenda o mito popular, pero nadie me lo supo explicar. Lo que si nos dijeron es que el hostal donde nos alojábamos antiguamente era una prisión. En lo alto de un monte la ciudad tiene un pequeño castillo con muy buenas vistas.
Pero hay algo en común que tienen todos estos países independientes, más allá de un pasado común. Es ese deseo de paz entre ellos. Esas ganas de entrar y ser parte de otra unión, no la que creó un dictador al final de la segunda guerra, sino la más democrática actual Europa Unida.
Llegamos a lo que fue su capital, Belgrado, hoy día capital de Serbia. Me sorprendió ver una ciudad moderna y en buen estado, de calles amplias, parques y muchas avenidas. Esta ciudad está ubicada en la confluencia de dos ríos, en lo alto de un cerro hay un antiguo fuerte militar que vigila la costa. Hoy día es un bonito parque donde los vecinos van a pasear, sacar al perro o hacer algo de gimnasia. Al lado del fuerte hay una gran exhibición de maquinaria bélica, que por suerte ya no funciona. En esta ciudad yo quería ir al Museo de Nicolás Tesla. Éste fue un científico que estudió, entre otras cosas, la forma de trasmitir energía sin cables y fue el primero en desarrollar el concepto de Wireless creando un barco en miniatura que él podía manejar desde más de cien metros de distancia, sin cables. Pero quizás su invento más conocido sea la bola de vidrio que tira rayitos de electricidad. Ir a su museo debería ser muy divertido, si no fuera porque está en reformas y son pocas las cosas que con las que se pueden jugar en él.
Sarajevo, actual capital de Bosnia, me produjo un flashback con Marruecos. Construida al costado de un río, en un valle pequeño entre dos lomas, la ciudad desborda de ambiente árabe. La parte antigua son todos negocios donde la gente te invita a entrar “sin compromiso”. Los comerciantes se sientan en la puerta de la tienda bebiendo en vasos pequeños café (En Marruecos era té, pero el ritual es el mismo). La alfarería manual y el trabajo artesanal sobre el metal se ve en cada negocio. Las Mezquitas que cinco veces al día llaman a orar por altoparlantes. Al subir una de las lomas uno se cruza con el cementerio. Como muchos en Europa del este el cementerio no tiene pared ni nada que lo separe de la calle o acera. Se destacaba por lo blanco de todas sus lápidas, ya sean musulmanas, católicas o judías. Todas están hechas del mismo mármol impoluto y brillante.
Zagreb, capital de Croacia es en cambio una ciudad católica, como lo demuestra su imponente catedral. Lo que más me gusto de esta ciudad son los muchos espacios verdes que tiene. Al salir de la estación de tren uno se encuentra con una gran plaza con árboles y al otro lado de la plaza un museo y otra plaza. De hecho todo el camino desde la estación hasta el centro está enmarcado por plazas y museos. En el centro, aparte de la catedral, hay un mercado al aire libre de fruta y verdura todas las mañanas.
Resulta difícil imaginar cómo todos los lugares, de culturas diferentes e idiomas diferentes antes fueran un solo país. Hoy la gente parece ser feliz, ya que considera que una forma de expresión de la diversidad cultural es tener su propio estado. Yo me manifiesto a favor de la diversidad cultural y de sus muchas forma de expresión. La moneda de un país es una de éstas formas, pero a nivel práctico hay que reconocer que una moneda única es muy útil. No sólo por no tener que cambiar dinero en cada nueva ciudad, sino por no tener que pensar cuanto cuestan las cosas. Por más que sea un pequeño instante de tiempo el que uno tarda en hacer la conversión de los precios desde la moneda local a la que uno esta acostumbrado a pensar, resulta tedioso tener que, en cada frontera, re adecuar la calculadora mental. Por eso llegar a Ljubljana, volver a entrar a la zona del euro, donde se puede ver la lista de precios y no se pierde esa fracción de segundo que uno tarda en hacer la conversión para saber si un producto es caro o barato es un descanso mental.
Ésta ciudad, que además de tener euro y poseer un nombre impronunciable para un hispanohablante, resulta ser la capital de Eslovenia. Tiene una extraña fijación con los dragones. Los hay en un puente sobre el río, los hay en las fachadas de los edificios, incluso hasta en los basureros hay caricaturas de un dragón enseñándole al ciudadano a reciclar. Alguna explicación ha de tener, quizás alguna vieja leyenda o mito popular, pero nadie me lo supo explicar. Lo que si nos dijeron es que el hostal donde nos alojábamos antiguamente era una prisión. En lo alto de un monte la ciudad tiene un pequeño castillo con muy buenas vistas.
Pero hay algo en común que tienen todos estos países independientes, más allá de un pasado común. Es ese deseo de paz entre ellos. Esas ganas de entrar y ser parte de otra unión, no la que creó un dictador al final de la segunda guerra, sino la más democrática actual Europa Unida.
Me han gustado mucho las fotos de Sarajevo, es verdad que tiene muchas cosa estilo arabe, esas callecitas estrechas con puestos y objetos en la misma calle.
ResponderEliminarLo del euro tienes razón, a mi me costaría un montón ¡imaginate todavía pienso en pesetas!
Esta es una conversación entre mi marido y yo:
ResponderEliminar- mirá mi amor, este es mi amigo Pablo que viaja por todo el mundo!!
- Que bueno!!... que, tiene mucha plata?
- (Yo respondiendo con obviedad) Nooo... al rato... bueno, no sé...
- y que hace?
- Lo mismo que yo, publicidad, cine, creo... no sé.
Me quedo cuestionándome un buen rato y me pregunto, cómo carajos hacés para pasartela tan bien!!!. (no es que te envidie, que va!!)
Te mando besos!!
Ana
cierto. què muisulmana parece sarajevo y què catòlica zagreb. besos.
ResponderEliminarHace un par de años estuve frente a esa misma fuente en zagreb sacando fotos (muy divertidas) que (ojala) te mostrare algun dia... ver esas imagenes en algun catalogo de alguna agencia de viajes es otra cosa que imaginaros a vosotros estando alla. Y no digas que os habeis perdido el hostal "Omladinski"!
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