Yo no lo sabia. Menorca tiene varias ruinas arqueológicas bastantes antiguas. Hay unas a unos tres kilómetros en las afueras de Mahon. Dichas ruinas son los restos de una civilización que vivió en el mil quinientos antes de Cristo. Realmente increíble, unas construcciones muy raras que servían de refugio y vigilancia, mientras a unos metros se encuentran unas pierdas inmensas en forma de T que eran el lugar de las ceremonias religiosas. Hay otras en las afueras de la Ciudadella, éstas un poco más lejos como para ir a pie. Nosotros tardamos una hora en bicicleta. Estas ruinas son una gran tumba colectiva, si uno la mira desde un lado se asemeja a una pequeña pirámide y desde otro se asemeja al casco de un barco dado vuelta. Mas de cien cadáveres de tres mil quinientos años guardados en su interior. Vaya a saber Dios dónde los tiraron cuando la vaciaron para que uno pueda entrar y sacarse unas fotos.
Tiempo atrás tuve un blog. Uno intimo, para que mis allegados sepan de mis andanzas a la distancia. Comenzó al irme a Europa y terminó al volver a Buenos Aires. De nostálgico que soy, acá lo recupero del olvido.
viernes, 26 de agosto de 2005
jueves, 25 de agosto de 2005
Y la playa... ¿Dónde está?
Llevaba tres días en la isla de Menorca y no había visto ni una puta playa. Ustedes pensarán que me volví loco. Dirán que era obvio, que un día le iba a pasar. No es así. En esta isla casi no hay playa. La gran mayoría de la costa es de roca y acantilado. Las únicas playas son aquellas que se encuentran en la punta de alguna entrada del mar. Una playa de no más de veinte metros de largo, rodeada de unos acantilados que le hacen de escollera, estando a unos doscientos metros de mar abierto.
Una anécdota: Un día, un menorquín nos recomienda ir a una playa muy bella, a unos tres kilómetros de donde estábamos. Nos pusimos la mochila al hombro y bajo el sol empezamos a caminar. Caminar, caminar y caminar. Resultó ser que tal playa era inexistente, sí había una entrada del mar, unas decenas de barcos estacionados por allí, unos acantilados y algunas casas. Había una bajada al mar entre las rocas y se podía nadar. Pero nada de arena. El lugar era hermoso, valió la pena ir, pero no había arena.
¿A qué mierda llaman estos menorquines playa?
Una anécdota: Un día, un menorquín nos recomienda ir a una playa muy bella, a unos tres kilómetros de donde estábamos. Nos pusimos la mochila al hombro y bajo el sol empezamos a caminar. Caminar, caminar y caminar. Resultó ser que tal playa era inexistente, sí había una entrada del mar, unas decenas de barcos estacionados por allí, unos acantilados y algunas casas. Había una bajada al mar entre las rocas y se podía nadar. Pero nada de arena. El lugar era hermoso, valió la pena ir, pero no había arena.
¿A qué mierda llaman estos menorquines playa?
Etiquetas:
De viajes
martes, 23 de agosto de 2005
Yo la tengo más grande que vos
Los menorquines tienen un problema, todo lo miden en “lo más grande del mundo”. Creo que el vivir en la isla de Menorca y al lado de la isla de Mallorca les creó un complejo sobre el tamaño de las cosas. El órgano a tubo de la Iglesia, es el órgano más grande del mundo. El puerto de Mahón es él más grande del mundo. Sus caballos se tienen en dos patas más tiempo que cualquier caballo del mundo.
Con respecto al órgano de la iglesia hay una historia interesante. Se dice que este órgano no iba para Menorca. Fue mandado a hacer (y pagado) por otros. Lo trasportaban en barco y este naufragó cerca de la isla. Lo único que pudieron salvar fue, obviamente, el órgano. Los Menorquines se lo quedaron porque interpretaron el naufragio de la siguiente manera: “El naufragio es una señal de Dios. El órgano más grande del mundo ha de quedarse en Menorca, porque así lo quiere Dios”. En fin, el órgano está bien, muy bien, pero el órgano a tubos que yo mismo vi en un monasterio benedictino en Chile es mucho más grande.
Con respecto al órgano de la iglesia hay una historia interesante. Se dice que este órgano no iba para Menorca. Fue mandado a hacer (y pagado) por otros. Lo trasportaban en barco y este naufragó cerca de la isla. Lo único que pudieron salvar fue, obviamente, el órgano. Los Menorquines se lo quedaron porque interpretaron el naufragio de la siguiente manera: “El naufragio es una señal de Dios. El órgano más grande del mundo ha de quedarse en Menorca, porque así lo quiere Dios”. En fin, el órgano está bien, muy bien, pero el órgano a tubos que yo mismo vi en un monasterio benedictino en Chile es mucho más grande.
Etiquetas:
La vida y otras yerbas
Manbru se fue a la guerra...
¿Quién no escuchó esa canción alguna vez?. Bueno, en mi estadía en Menorca yo encontré la génesis de la misma.
A unos cuantos kilómetros de Mahon existe un fuerte construido por los Ingleses en el siglo XVII, cuando la isla era de ellos. Aunque “construido” no es la palabra correcta. El fuerte fue picado en la pierda. Es un fuerte subterráneo que está hundido en la montaña. La entrada es como la de unas catacumbas. Un pasillo circular rodea todo lo que vendría a ser el fuerte en sí mismo. Arriba, sobre la superficie, sólo hay una elevación donde se encontraban los cañones que apuntaban al mar. Muy lindo. El tema es que los ingleses hicieron este fuerte y lo nombraron como comandante. De mucho no les sirvió por que los franceses tomaron la isla, aunque unos años después volvieron los ingleses, para finalmente ser conquistada por los españoles, que la conservan hoy día. Pero el nombre del fuerte nunca se cambió, se llama Malborough. Este nombre no sólo inspiró a una conocida marca de cigarrillos, sino que inspiró a los franceses que en broma inmortalizaron al comandante como Mambrú. Y ese Mambrú se fue a la guerra y no volvió más. Con tanta inspiración que Mambrú trajo los soldados franceses hicieron una canción, mitad de amor, mitad burlándose de la derrota Inglesa, en honor.
A unos cuantos kilómetros de Mahon existe un fuerte construido por los Ingleses en el siglo XVII, cuando la isla era de ellos. Aunque “construido” no es la palabra correcta. El fuerte fue picado en la pierda. Es un fuerte subterráneo que está hundido en la montaña. La entrada es como la de unas catacumbas. Un pasillo circular rodea todo lo que vendría a ser el fuerte en sí mismo. Arriba, sobre la superficie, sólo hay una elevación donde se encontraban los cañones que apuntaban al mar. Muy lindo. El tema es que los ingleses hicieron este fuerte y lo nombraron como comandante. De mucho no les sirvió por que los franceses tomaron la isla, aunque unos años después volvieron los ingleses, para finalmente ser conquistada por los españoles, que la conservan hoy día. Pero el nombre del fuerte nunca se cambió, se llama Malborough. Este nombre no sólo inspiró a una conocida marca de cigarrillos, sino que inspiró a los franceses que en broma inmortalizaron al comandante como Mambrú. Y ese Mambrú se fue a la guerra y no volvió más. Con tanta inspiración que Mambrú trajo los soldados franceses hicieron una canción, mitad de amor, mitad burlándose de la derrota Inglesa, en honor.
Etiquetas:
La vida y otras yerbas
sábado, 20 de agosto de 2005
Estoy enamorado
Ella es fina, elegante, aventurera, acogedora. Se llama “Viento” y es un velero increíble. Doble mástil, cinco velas negras, quince metros de eslora, madera lustrada y timón a lo pirata. La conocí en Menorca, en mi ultimo viaje, anclada en el puerto de la Ciudadella. No pude despegarme del puerto. Por la noche disfruté una opípara cena en un restorán allí mismo, a metros de “mi” barca y luego fui de bares en la misma zona. Lástima que sea de otro. Así son todas, cuando uno demuestra interés, se van.
Pero en realidad lo mío no era amor hacia ella, es la obsesión que tengo por lo que ella representa. Siempre tuve, vaya a saber Dios por qué, una secreta afición a los barcos y a navegar, sobretodo a vela. En lo más profundo de mi corazón siempre añore vivir la vida de pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo, el viejo truhán capitán de un barco que lleve por bandera un par de tibias y una calavera.
Desde chiquito ya me fascinaban las historias de piratas. Tenía figuritas y me veía todas las películas que podía. Claro que la mayoría de las películas las pasaban los sábados a la tarde, horario típico de película berreta que nadie ve. Por eso estoy indignado. Toda una vida siendo fanático filibustero, ahora sacan “Piratas del Caribe” y hay miles de “fans” de los barcos a vela. A mi la película me encanta. Pero no es justo que uno se pase toda la infancia jugando a los piratas, construyendo un gigantesco barco a vela en el patio de su casa y ahora cualquiera por dos horas en el cine ya sea “fanático”.
Pero así es el amor, injusto y caprichoso.
Pero en realidad lo mío no era amor hacia ella, es la obsesión que tengo por lo que ella representa. Siempre tuve, vaya a saber Dios por qué, una secreta afición a los barcos y a navegar, sobretodo a vela. En lo más profundo de mi corazón siempre añore vivir la vida de pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo, el viejo truhán capitán de un barco que lleve por bandera un par de tibias y una calavera.
Desde chiquito ya me fascinaban las historias de piratas. Tenía figuritas y me veía todas las películas que podía. Claro que la mayoría de las películas las pasaban los sábados a la tarde, horario típico de película berreta que nadie ve. Por eso estoy indignado. Toda una vida siendo fanático filibustero, ahora sacan “Piratas del Caribe” y hay miles de “fans” de los barcos a vela. A mi la película me encanta. Pero no es justo que uno se pase toda la infancia jugando a los piratas, construyendo un gigantesco barco a vela en el patio de su casa y ahora cualquiera por dos horas en el cine ya sea “fanático”.
Pero así es el amor, injusto y caprichoso.
Etiquetas:
De viajes,
La vida y otras yerbas
martes, 16 de agosto de 2005
Dulces Sueños
Siempre me gustó dormir bajo las estrellas. En mi último viaje a Menorca lo pude hacer durante una semana seguida. Con mi compañero de viaje, Cesar, cada tarde decidíamos donde tirar los sacos de dormir y bajo un cielo despejado, cobijados por las miles de estrellas del firmamento, hacer noche.
Cada noche era en un lugar diferente. Cada mañana una nueva sorpresa. La primer noche, en la playa de seis metros cuadrados donde nos acostamos los dos y nos levantamos cinco. Una pareja de hippies, y otro tipo más, se fueron sumado a nuestro “hotel” durante la noche.
En la segunda noche nos alejamos de la costa y fuimos a una fiesta en un pueblo. Terminamos haciendo noche en las afueras del mismo, en medio de un monte de árboles. Por la experiencia de la primera noche ya sabíamos que el sol del alba era impiadoso. Cesar, haciendo uso de sus dotes de astrónomo, miró a los cielos y dijo “La osa mayor aquella es, por consiguiente el sol por allá salir ha de.” La gente de los pueblos de Asturias habla como Yoda, el enanito verde de Las Guerras de las Galaxias. Es imposible no reírse al oírlo hablar a Cesar. En función de sus conclusiones acampamos a lo que sería la sombra de un muro. A las seis de la mañana el puto sol salió por cualquier lado menos por donde predijo Cesar. Esta vez no se sumó nadie a nuestro campamento. Sin embargo despertamos rodeados de cornudas cabras que nos miraban como quien ve a extraterrestres. Además mostraban especial apetito para con mi mochila.
Digno de mención fue aquel mágico atardecer, todo naranja, tomando unas cervezas en la terraza de un bar, mirando como una suave lluvia caía sobre el mar. Era un momento Kodak, para una postal, que sólo fue arruinado cuando caí en la cuenta de que la dulce lluvia era una flor de tormenta eléctrica y nosotros dormíamos al aire libre. En este tipo de situaciones uno tiene varias soluciones. La solución clásica: dormir en un cajero. La eclesiástica: en una iglesia. La okupa: en una casa vacía. La homeless: bajo algún alero. La viajero: estación de tren o bus. La desesperada: pedir asilo en la comisaria.
En cualquier lugar del mundo una de éstas tenia que funcionar. En esta playa no había comisaria, ni iglesia ni estación de bus ni nada. Únicamente playa, restaurantes en la costa y varios complejos hoteleros. Las casas, todas llenas al ser mes de verano. Luego de ver caer los rayos en el mar y una vez que la tormenta aflojó, nos dedicamos a caminar por la ciudad a ver que podíamos hacer. Encontramos un supermercado abandonado con un perfecto alero. Pero lo mejor fue encontrar la puerta de supermercado abierta. Allí nos instalamos hasta que los haces de luz de una misteriosa linterna nos ahuyentaron. Un poco hartos nos fuimos a dormir a la playa y que fuese lo que Dios quisiese. Y Dios quiso que no llueva más.
La rutina de despertarse era siempre la misma. El sol empezaba a joder desde las seis de la mañana y eso que nos ocultamos bajo lo que según Cesar seguro sería la sombra. A la tercera madrugada empecé a desconfiar de los dotes de astrónomo de Cesar. El asador sol de la una del mediodía nos obligaba a reincorporarnos al mundo de los vivos, y si habíamos hecho noche en una playa, nos dábamos un refrescante chapuzón marino para despabilarnos.
Es que dormir al aire libre es muy desestresante. En los días de verano me subo a la terraza de casa y duermo bajo el cielo de Barcelona. Obviamente el firmamento Menorquín es mucho más imponente. Pero en Barcelona siempre sale alguna que otra estrella, que me cobija y me desea dulces sueños.
Cada noche era en un lugar diferente. Cada mañana una nueva sorpresa. La primer noche, en la playa de seis metros cuadrados donde nos acostamos los dos y nos levantamos cinco. Una pareja de hippies, y otro tipo más, se fueron sumado a nuestro “hotel” durante la noche.
En la segunda noche nos alejamos de la costa y fuimos a una fiesta en un pueblo. Terminamos haciendo noche en las afueras del mismo, en medio de un monte de árboles. Por la experiencia de la primera noche ya sabíamos que el sol del alba era impiadoso. Cesar, haciendo uso de sus dotes de astrónomo, miró a los cielos y dijo “La osa mayor aquella es, por consiguiente el sol por allá salir ha de.” La gente de los pueblos de Asturias habla como Yoda, el enanito verde de Las Guerras de las Galaxias. Es imposible no reírse al oírlo hablar a Cesar. En función de sus conclusiones acampamos a lo que sería la sombra de un muro. A las seis de la mañana el puto sol salió por cualquier lado menos por donde predijo Cesar. Esta vez no se sumó nadie a nuestro campamento. Sin embargo despertamos rodeados de cornudas cabras que nos miraban como quien ve a extraterrestres. Además mostraban especial apetito para con mi mochila.
Digno de mención fue aquel mágico atardecer, todo naranja, tomando unas cervezas en la terraza de un bar, mirando como una suave lluvia caía sobre el mar. Era un momento Kodak, para una postal, que sólo fue arruinado cuando caí en la cuenta de que la dulce lluvia era una flor de tormenta eléctrica y nosotros dormíamos al aire libre. En este tipo de situaciones uno tiene varias soluciones. La solución clásica: dormir en un cajero. La eclesiástica: en una iglesia. La okupa: en una casa vacía. La homeless: bajo algún alero. La viajero: estación de tren o bus. La desesperada: pedir asilo en la comisaria.
En cualquier lugar del mundo una de éstas tenia que funcionar. En esta playa no había comisaria, ni iglesia ni estación de bus ni nada. Únicamente playa, restaurantes en la costa y varios complejos hoteleros. Las casas, todas llenas al ser mes de verano. Luego de ver caer los rayos en el mar y una vez que la tormenta aflojó, nos dedicamos a caminar por la ciudad a ver que podíamos hacer. Encontramos un supermercado abandonado con un perfecto alero. Pero lo mejor fue encontrar la puerta de supermercado abierta. Allí nos instalamos hasta que los haces de luz de una misteriosa linterna nos ahuyentaron. Un poco hartos nos fuimos a dormir a la playa y que fuese lo que Dios quisiese. Y Dios quiso que no llueva más.
La rutina de despertarse era siempre la misma. El sol empezaba a joder desde las seis de la mañana y eso que nos ocultamos bajo lo que según Cesar seguro sería la sombra. A la tercera madrugada empecé a desconfiar de los dotes de astrónomo de Cesar. El asador sol de la una del mediodía nos obligaba a reincorporarnos al mundo de los vivos, y si habíamos hecho noche en una playa, nos dábamos un refrescante chapuzón marino para despabilarnos.
Es que dormir al aire libre es muy desestresante. En los días de verano me subo a la terraza de casa y duermo bajo el cielo de Barcelona. Obviamente el firmamento Menorquín es mucho más imponente. Pero en Barcelona siempre sale alguna que otra estrella, que me cobija y me desea dulces sueños.
Etiquetas:
De viajes,
La vida y otras yerbas
domingo, 14 de agosto de 2005
La isla Bonita
Cuando yo era chico no sabia una mierda de inglés (ahora tampoco es que sepa mucho). Por eso me gustaba mucho el tema “La isla bonita”. Era el único tema que yo más o menos podía entender dado que tenía alguna que otra palabra en castellano. El tema hablaba de una paradisiaca y maravillosa isla en España. Y para esa isla me fui a pasar unos días.
Con Cesar, un amigo asturiano, un buen día de agosto llegamos al Puerto de Mahón, en la Isla de Menorca. Mahon es una ciudad linda, pero sin mucho más que eso. Lo impresionante es verla desde el mar. El barco se va adentrando en la isla por un canal de varios kilómetros y al final del canal se levanta imponente, sobre la ladera del barranco, la ciudad de Mahón.
Una vez que bajamos del barco y después de un buen desayuno nos dimos a la tarea de pasear por la ciudad. Encontramos la catedral, en donde nos deleitamos con un mini concierto de J.S. Bach en un órgano a tubos. Por la noche partimos a un pueblo cercano, Cala Fonts, lugar que nos recomendaron para irnos de bares y lugar de veraneo de poderosos millonarios. Para allá fuimos, dos crotos, con la mochila al hombro. Tomamos unas cervezas y preguntamos en el lugar más V.I.P. de la isla dónde había una playa para poder dormir.
La rutina diaria consistía en despertarnos cuando el sol calentaba ya demasiado, aprovisionamos de fruta, nuestra principal fuente de comida, y pasear por diferentes lugares de la isla, que es bastante chica, pero su infraestructura de transportes es sin embargo muy mala. Por las noches íbamos de bar en bar tomando cerveza, nuestra principal fuente de bebida y de madrugada buscábamos un lugar donde tirar los sacos y dormir.
Fue así como llegamos a la otra ciudad importante de Menorca: Ciudadella. Es increíble, una típica ciudad mediterránea con varios siglos de historia, con sus callejuelas, sus casas antiquísimas, sus fortificaciones y su puerto. Nos pasamos todo el día paseando por la ciudad y por la noche, cena en el puerto y más bares.
En uno de esos bares Cesar le invita una cerveza a un borracho que estaba allí. Ese borracho es el típico tonto de la clase que no tiene amigos. No tiene amigos, pero resultó ser que tenia el bar, era el dueño. A partir de esa cerveza el resto de la noche invitó la casa. Lástima que en la invitación no viniese incluida la camarera.
En Menorca es mejor no depender del transporte público, así que alquilar una bicicleta e ir a los lugares cercanos no es una mala opción. Eso hicimos y nos fuimos a lo que nos aseguraron seria una playa espectacular. Lo era. El agua de mar en Menorca es increíblemente transparente. Con más de 4 metros de profundidad se ven las rocas del fondo con una claridad impecable.
La última noche de nuestro viaje estábamos en Ciudadella y nuestro barco zarpaba desde Mahón. Dos caminos se extendían bajo nuestros pies: partir para Mahón en él ultimo bus de la noche o bien partir en el primero de la mañana siguiente. Partir en él ultimo bus de la noche implicaba que teníamos que dejar la bonita Cuidadella antes de lo querido. Partir en el primero de la mañana era una hazaña imposible porque nos teníamos que despertar a las siete. Así que decidimos hacer la más prudente: quedarnos en Ciudadella despiertos toda la noche y partir en el primer bus de la mañana. Como la noche iba a ser larga y el presupuesto corto, decidimos volver al bar donde Cesar se hizo amigo del dueño, donde una vez que agotamos todo nuestro efectivo, la hermosa camarera nos siguió sirviendo. Allí nos encontró la madrugada, y luego el sol. A la hora señalada partimos hacia la parada de bus, de allí a Mahón, al puerto, al barco y a Barcelona.
Menorca es alucinante, con sus fiestas populares, sus puertos y sus barcos, sus playas y su fuerte escondido. Ya me dedicare más tiempo a escribir sobre cada una de esas cosas. El viaje fue increíble. Los lugares hermosos, las fiestas buenísimas, la compañía de Cesar sin duda fue ideal para este viaje y espero que para muchos otros. Y la isla, aunque después me enteré que Madonna pensó en otra cuando compuso su tema, es sin duda La Isla Bonita.
Con Cesar, un amigo asturiano, un buen día de agosto llegamos al Puerto de Mahón, en la Isla de Menorca. Mahon es una ciudad linda, pero sin mucho más que eso. Lo impresionante es verla desde el mar. El barco se va adentrando en la isla por un canal de varios kilómetros y al final del canal se levanta imponente, sobre la ladera del barranco, la ciudad de Mahón.
Una vez que bajamos del barco y después de un buen desayuno nos dimos a la tarea de pasear por la ciudad. Encontramos la catedral, en donde nos deleitamos con un mini concierto de J.S. Bach en un órgano a tubos. Por la noche partimos a un pueblo cercano, Cala Fonts, lugar que nos recomendaron para irnos de bares y lugar de veraneo de poderosos millonarios. Para allá fuimos, dos crotos, con la mochila al hombro. Tomamos unas cervezas y preguntamos en el lugar más V.I.P. de la isla dónde había una playa para poder dormir.
La rutina diaria consistía en despertarnos cuando el sol calentaba ya demasiado, aprovisionamos de fruta, nuestra principal fuente de comida, y pasear por diferentes lugares de la isla, que es bastante chica, pero su infraestructura de transportes es sin embargo muy mala. Por las noches íbamos de bar en bar tomando cerveza, nuestra principal fuente de bebida y de madrugada buscábamos un lugar donde tirar los sacos y dormir.
Fue así como llegamos a la otra ciudad importante de Menorca: Ciudadella. Es increíble, una típica ciudad mediterránea con varios siglos de historia, con sus callejuelas, sus casas antiquísimas, sus fortificaciones y su puerto. Nos pasamos todo el día paseando por la ciudad y por la noche, cena en el puerto y más bares.
En uno de esos bares Cesar le invita una cerveza a un borracho que estaba allí. Ese borracho es el típico tonto de la clase que no tiene amigos. No tiene amigos, pero resultó ser que tenia el bar, era el dueño. A partir de esa cerveza el resto de la noche invitó la casa. Lástima que en la invitación no viniese incluida la camarera.
En Menorca es mejor no depender del transporte público, así que alquilar una bicicleta e ir a los lugares cercanos no es una mala opción. Eso hicimos y nos fuimos a lo que nos aseguraron seria una playa espectacular. Lo era. El agua de mar en Menorca es increíblemente transparente. Con más de 4 metros de profundidad se ven las rocas del fondo con una claridad impecable.
La última noche de nuestro viaje estábamos en Ciudadella y nuestro barco zarpaba desde Mahón. Dos caminos se extendían bajo nuestros pies: partir para Mahón en él ultimo bus de la noche o bien partir en el primero de la mañana siguiente. Partir en él ultimo bus de la noche implicaba que teníamos que dejar la bonita Cuidadella antes de lo querido. Partir en el primero de la mañana era una hazaña imposible porque nos teníamos que despertar a las siete. Así que decidimos hacer la más prudente: quedarnos en Ciudadella despiertos toda la noche y partir en el primer bus de la mañana. Como la noche iba a ser larga y el presupuesto corto, decidimos volver al bar donde Cesar se hizo amigo del dueño, donde una vez que agotamos todo nuestro efectivo, la hermosa camarera nos siguió sirviendo. Allí nos encontró la madrugada, y luego el sol. A la hora señalada partimos hacia la parada de bus, de allí a Mahón, al puerto, al barco y a Barcelona.
Menorca es alucinante, con sus fiestas populares, sus puertos y sus barcos, sus playas y su fuerte escondido. Ya me dedicare más tiempo a escribir sobre cada una de esas cosas. El viaje fue increíble. Los lugares hermosos, las fiestas buenísimas, la compañía de Cesar sin duda fue ideal para este viaje y espero que para muchos otros. Y la isla, aunque después me enteré que Madonna pensó en otra cuando compuso su tema, es sin duda La Isla Bonita.
Etiquetas:
De viajes