Ya llegué a Barcelona. Partí de Ezeiza y después de una agitadísima escala en Madrid aterricé en Barcelona. Luego de estar volando en un amplio cielo azul, sobre un colchón de nubes que se extendía hasta el horizonte, el avión inicio el descenso. Una cosquilleante sensación de por momentos tener el estómago en los pulmones y por otros sentir que medís diez centímetros menos se apoderó de mi. Atravesé la capa de nubes con varias sacudidas. Del manto de bruma emergió la ciudad de Barcelona y el mar mediterráneo. Todo se fue agrandando hasta que esas finas líneas se convirtieron en anchas calles y el avión tocó tierra. Pronto advertí que el hermoso océano de nubes que se divisaba bajo mis pies desde el avión también se veía con los pies en la tierra, convertido en un horrible cielo nublado de un frió día de otoño en el cual amenazaba con llover. Al parecer el invierno en el hemisferio norte decidió quedarse a esperarme y mostrarme su cara unos cuantos días más. Crucé la puerta de salida del aeropuerto donde me esperaba mi amigo Estaban, doce meses más viejo desde la última vez que lo ví, diez kilos más flaco y con considerablemente menos pelo.
Después de los saludos y abrazos que la ocasión ameritaba nos encaminamos hacia el tren donde nos pusimos al día con el “pelado” de nuestras vidas, le sacamos el cuero a nuestros amigos en común, hablamos boludeses y cosas por el estilo. Lentamente el tren iba dejando las afueras de Barcelona para adentrarse en la ciudad. Nos bajamos en plaza Cataluña. Allí emprendimos una marcha de una quince cuadras (con mis 45 kilos de equipaje) primero por la Rambla, luego por el laberíntico barrio gótico para llegar al edificio donde está el departamento y muy fatigado descubrir que el mismo se ubica en un cuarto piso por escalera.
Hay muchas cosas que impresionan de Barcelona. Lo primero es la gente. Cuando habla en castellano parece que uno está metido en una película de Almodóvar. Escuchás a dos amigas hablar y tenés la sensación de que ambas están al borde de un ataque de nervios. Es muy gracioso como habla la gente acá. Mi amigo sin ir mas lejos llama nevera a la heladera, metro al subte, ordenador a la PC. Pero eso no es todo, acá la gente es más despreocupada sexualmente, con decir que mi amigo me comentó como si fuera lo más normal del mundo “hace dos semanas me cogí un resfriado”
Otra cosa que impresiona es el barrio gótico. La primera vez que uno entra piensa “si me meto acá me encuentran dentro de diez días tirado en una zanja y con el culo roto”, pero no. Entre un edificio y el que está en frente hay como máximo cinco metros y entre ellos están las dos minúsculas veredas y una calle por donde pasan autos. De vez en cuando mirás para arriba y te encontrás con una arcada techando la calle. Hay miles de calles de tres metros de ancho, donde no pasan autos y siempre a ambos lados se elevan edificios de cuatro o cinco pisos. Las viviendas no están en la planta baja, allí sólo hay las entradas al edificio y negocios. Uno va encajonado entre paredes antiguas y rostros marroquíes en ese laberinto en el cual es muy difícil ubicarse. Suena feo pero es muy hermoso.
Para seguir cronológicamente, luego de terminar de subir las dos valijas me tiré exhausto a lo que parecía ser un colchón sin sabanas debajo de un montón de ropa sucia, en donde trascurrieron apaciblemente seis segundos hasta que mi amigo me dijo “joder tío, que nos tenemos que ir a un bar acá cerca, que he quedado con una amigo a tomar unas cervezas” “¿Cervezas? – Respondí – son las dos de la tarde” Como si alguna vez me hubiese importado el horario para tomar cerveza. “que son las siete tío, levántate y anda”. Como Lázaro obedecí y nos fuimos a un bar cercano a tomar una cervezas con esta gente. Al rato esta gente se va y Esteban dice “ven, acompáñame”. Fuimos caminando por el barrio gótico hasta llegar a una plaza rodeada toda por edificios y con solo una pequeña calle como vía de acceso donde se encontraba una fuente y una vieja iglesia. Dos cosas me llamaron la atención en ese lugar, el silencio, no se oían autos, gente, nada excepto las palomas en el agua, y el frente de la iglesia lleno de balazos, fruto de que fue usado como paredón de fusilamiento en la época del franquismo.
Después, en casa, nos pusimos a armar una computadora con retazos de cosas encontradas en la calle (es decir basura). Es increíble las cosas que tira la gente. En mi corta estadía vi una cama, un sofá cama, un bafle en perfectas condiciones, una cocina, una heladera, un changuito de supermercado (ya apropiado por mí) y un silloncito.
Extenuado por el maratónico día que arrancó en Buenos Aires y terminó 36 horas después en Barcelona, me fui a dormir.
PD: para los físicos, ingenieros y amantes de los Simpsons: es verdad, acá arriba el agua gira al revés.
Después de los saludos y abrazos que la ocasión ameritaba nos encaminamos hacia el tren donde nos pusimos al día con el “pelado” de nuestras vidas, le sacamos el cuero a nuestros amigos en común, hablamos boludeses y cosas por el estilo. Lentamente el tren iba dejando las afueras de Barcelona para adentrarse en la ciudad. Nos bajamos en plaza Cataluña. Allí emprendimos una marcha de una quince cuadras (con mis 45 kilos de equipaje) primero por la Rambla, luego por el laberíntico barrio gótico para llegar al edificio donde está el departamento y muy fatigado descubrir que el mismo se ubica en un cuarto piso por escalera.
Hay muchas cosas que impresionan de Barcelona. Lo primero es la gente. Cuando habla en castellano parece que uno está metido en una película de Almodóvar. Escuchás a dos amigas hablar y tenés la sensación de que ambas están al borde de un ataque de nervios. Es muy gracioso como habla la gente acá. Mi amigo sin ir mas lejos llama nevera a la heladera, metro al subte, ordenador a la PC. Pero eso no es todo, acá la gente es más despreocupada sexualmente, con decir que mi amigo me comentó como si fuera lo más normal del mundo “hace dos semanas me cogí un resfriado”
Otra cosa que impresiona es el barrio gótico. La primera vez que uno entra piensa “si me meto acá me encuentran dentro de diez días tirado en una zanja y con el culo roto”, pero no. Entre un edificio y el que está en frente hay como máximo cinco metros y entre ellos están las dos minúsculas veredas y una calle por donde pasan autos. De vez en cuando mirás para arriba y te encontrás con una arcada techando la calle. Hay miles de calles de tres metros de ancho, donde no pasan autos y siempre a ambos lados se elevan edificios de cuatro o cinco pisos. Las viviendas no están en la planta baja, allí sólo hay las entradas al edificio y negocios. Uno va encajonado entre paredes antiguas y rostros marroquíes en ese laberinto en el cual es muy difícil ubicarse. Suena feo pero es muy hermoso.
Para seguir cronológicamente, luego de terminar de subir las dos valijas me tiré exhausto a lo que parecía ser un colchón sin sabanas debajo de un montón de ropa sucia, en donde trascurrieron apaciblemente seis segundos hasta que mi amigo me dijo “joder tío, que nos tenemos que ir a un bar acá cerca, que he quedado con una amigo a tomar unas cervezas” “¿Cervezas? – Respondí – son las dos de la tarde” Como si alguna vez me hubiese importado el horario para tomar cerveza. “que son las siete tío, levántate y anda”. Como Lázaro obedecí y nos fuimos a un bar cercano a tomar una cervezas con esta gente. Al rato esta gente se va y Esteban dice “ven, acompáñame”. Fuimos caminando por el barrio gótico hasta llegar a una plaza rodeada toda por edificios y con solo una pequeña calle como vía de acceso donde se encontraba una fuente y una vieja iglesia. Dos cosas me llamaron la atención en ese lugar, el silencio, no se oían autos, gente, nada excepto las palomas en el agua, y el frente de la iglesia lleno de balazos, fruto de que fue usado como paredón de fusilamiento en la época del franquismo.
Después, en casa, nos pusimos a armar una computadora con retazos de cosas encontradas en la calle (es decir basura). Es increíble las cosas que tira la gente. En mi corta estadía vi una cama, un sofá cama, un bafle en perfectas condiciones, una cocina, una heladera, un changuito de supermercado (ya apropiado por mí) y un silloncito.
Extenuado por el maratónico día que arrancó en Buenos Aires y terminó 36 horas después en Barcelona, me fui a dormir.
PD: para los físicos, ingenieros y amantes de los Simpsons: es verdad, acá arriba el agua gira al revés.
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