miércoles, 29 de octubre de 2008

Placeres y recreos al estilo europeo

Amsterdam es una ciudad de lo más bizarra. Desde el punto de vista geográfico se puede decir que está llena de canales. A diferencia de Venecia, donde la ciudad esta en medio del agua, en Amsterdam el agua esta en medio de la ciudad. Los canales están trazados de forma tal que si se miran desde el cielo (O con el Google Earth) se ve claramente que uno camina en una rara tela de araña. Llena de puentes y circulada por miles de bicicletas la ciudad tiene pequeñas maravillas. Una de ellas es la casa donde Ana Frank se ocultó de los Nazis y escribió su diario. Hoy esta trasformada en museo, logra ponerte la piel de gallina emocionándote hasta las lágrimas.
Pero Amsterdam es famosa por dos cosas. Una de ellas son los coffee shop. Como en cualquier bar o café la gente se sienta y ve el menú, pero en estos establecimientos la carta consiste en diferentes tipos de mariguana y hongos alucinógenos. Cada cual con la explicación de sus efectos y para que son idóneos, optando uno por consumirlos en el lugar o en la comodidad de su hogar. No se puede consumir drogas en la vía pública. Eso si, en los coffee shop, como en cualquier otro bar o restaurante, esta prohibido el consumo de tabaco, porque es malo para la salud. Solo se lo puede fumar en la vía pública.
Lo segundo por lo que es famosa Amsterdam es el barrio rojo. Al caer la noche abren los sex shop, los “Girls show alive”, las tiendas porno. Entrado ya el siglo XXI la gente esta acostumbrada a encontrar algún sex shop en la calle y ver dentro todo tipo de cosas raras. En Amsterdam llama la atención sin embargo que están uno tras otro tras otro, con sus escaparates vistosos. Dentro se pueden encontrar cosas tan raras que no sabe si se usan al derecho o al revés. Aparatos de las más diversas formas, colores, con lucecitas y bolitas dentro que giran de un lado para el otro. Instrumentos del tamaño de una botella de coca cola de dos litros y medio que hacen sentirse a uno poca cosa. Pero lo mejor del barrio rojo es ver a las prostitutas en las vidrieras. En la calle, en tanga, las putas se cagan de frío, me dijo un holandes. Tiene razón. Gordas, flacas, viejas, jóvenes, mas o menos atractivas las señoritas exhiben sus atributos a través de los escaparates y como cualquier otra mercancía venden sus servicios al transeúnte. Este golpea el cristal, arregla un precio y pasa al cuarto de atrás. Todo a la vista del turista, todo tan civilizado, tan europeo, tan organizado. Las chicas hasta tiene su propio sindicato.
Nunca me gusto derrochar el dinero pagando por algo que puedo conseguir gratis. Por eso no aproveché las delicias del barrio rojo. Por otro lado, a causa de una cirugía en la cabeza, mi neurólogo me prohibió ingerir cualquier sustancia que altere mi química cerebral. Debía ser el único turista en Amsterdam que no se fue de paseo por la nubes. No es algo que me importe o de lo que me lamente, ya que con sus canales, sus bares y sus museos me di cuenta de que esta es un hermosa ciudad. Me di cuenta de que Amsterdam, además de ser para alucinar, es alucinante.

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