domingo, 23 de octubre de 2005

La fiebre de la F1

Aprovechando que estaba en Asturias, me fui a la costera ciudad de Gijón. Fui a visitar a Cesar, gran amigo asturiano con quien me fui a Menorca y habla como Yoda. El tren que me llevó iba surcando Asturias entre pequeñas sierras e irregulares valles llenos de vacas, casitas rurales, pueblos perdidos en la montaña. Todo matizado por cientos de tonos de verdes.
En Gijón se estableció una saludable rutina diaria. Nos levantábamos tipo al mediodía, almorzábamos viendo Los Simpsons y luego César se iba a estudiar y yo salía a pasear por la ciudad. Por la tarde nos encontrábamos en algún bar, dábamos vueltas por allí, hablábamos de las vicisitudes de la vida. Al caer la noche alquilábamos una película y nos quedábamos hasta la tres, cuatro o cinco de la matina boludeando en casa. Así transcurrió la semana. El viernes hicimos la primera incursión en la noche Gijonesa, noche que se extendió hasta las ocho de la mañana del sábado.
Lo de Fernando Alonso pegó fuerte en el pueblo Asturiano. Yo justo estuve cuando le entregaban el premio Príncipe de Asturias. Todos llevan con orgullo la bandera de Asturias. Se hacen exposiciones de objetos que usó, como el casco que tenía los cuatro años cuando ganó su primer campeonato en la categoría infantil de karting. También contribuyó a que los asturianos desarrollaron cierta afición a la excesiva velocidad al volante. Todos se hicieron amantes de las carreras. Esta última razón es la que nos llevó a ser despertados el sábado a las diez, con tan sólo dos horas de sueño encima, por un amigo de Cesar que nos pasó a buscar para hacer 300km por una autopista de montaña e ir a un circuito de carrera a correr en karting. Qué bueno que estuvo. Obviamente no gané. Nunca gané nada en mi vida ¿Por qué voy a empezar ahora?. Lo que sí me divertí muchísimo.
Por la noche partimos hacia Luarca, pueblo natal de Cesar, donde viven sus padres. Estos tienen una pequeña granja, con veintitantas vacas lecheras que ordeñan dos veces al día. Eso los convierte en un pequeño tambo independiente que vende su leche a la Central Lechera Asturiana, empresa láctea fuerte en España. A pesar de que nuestra estadía en el pueblo fue muy breve, pude apreciar que es un pueblo de pescadores, lleno de tabernas en el puerto, que vive de esa actividad y de las granjas vecinas. Está ubicado en la desembocadura de un zigzagueante río en el mar, metido en un pozo entre acantilados. De hecho es como si el pueblo estuviese construido sobre el acantilado. Uno se aleja de forma horizontal unos cien metros del puerto y no puede evitar desplazarse otros cien metros en forma vertical. Todo surcado por escaleras que suben a la montaña pasando por los portales de la casa. Arriba de todo se encuentra el faro, la capilla y un hermoso cementerio donde todas las tumbas son de mármol. Dar un paseo por el cementerio, rodear el faro y bajar entre las casas es algo hermoso.
Asturias, con su mar Cantábrico, sus pueblecitos rurales y sus imponentes paisajes es un lugar de ensueño. Un lugar que recomiendo fervientemente que conozcan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario