domingo, 20 de febrero de 2005

Vuelvo a partir

Unos se cree que las mató el tiempo y la ausencia
Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta
Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón, en un papel o en un cajón
Como un ladrón te acechan detrás de la puerta
Te tienen tan a su merced como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve...

J. M. Serrat
Una vez, tiempo atrás, mi Big Brother (bastante más humano que el de Orwell) me dijo una cosa que con el correr del último año y mi última estadía en Buenos Aires comprobé en carne propia. Esto es, ahora en mis palabras, más o menos así: Uno se puede preparar para extrañar a las personas, a los afectos, a los amigos, pero le es imposible prepararse para extrañar aquellas pequeñas cosas que uno ni sabe que va a extrañar.
Por ejemplo, uno puede prepararse para extrañar sanamente a su padre, pero no se prepara para extrañar sus mates o las tostadas quemadas que hace por la mañana. Se puede preparar para extrañar su tierra, pero le es imposible hacerlo para una tarde al sol en el patio de su casa.
A ver si me explico mejor: Uno se prepara para extrañar a entes abstractos. Uno se prepara para extrañar a “Los amigos”, pero “Los amigos” están con uno, lo que no está son las charlas que se mantiene con ellos, o el tiempo que se comparte juntos. “La vieja” siempre está, siempre. Lo que falta son sus milanesas de la rotiseria del Coto calentadas al horno con un poco de jamón, queso y salsa de tomate arriba.
Hay miles de detalles que uno no sabe que extraña hasta que vuelve. Por eso que una segunda partida es mucho más difícil que la primera, mucho más triste, porque uno es mucho más conciente de las cosas que va a dejar atrás, y que es imposible no extrañar.

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