– ¿Te gusto Londres? – me pregunto un colega hace unos días
– Si - respondí
– ¿Es lindo?
– No
Me puse a recordad los siete días que estuve en Londres. No es una ciudad bella, es atractiva, pero sobretodo es un lugar extraño.
Extraño es el paisaje urbano. Los suburbios con esas cuadras interminables de casitas iguales, blancas o con ladrillo a la vista. Grandes parques o pequeñas zonas verdes por todos lados. Los teléfonos públicos rojos, al igual que esos autobuses de dos pisos. Claro que ya no son los míticos que uno siempre ve en la tele, hace tres años los reemplazaron por otros más modernos, también de dos pisos. Al parecer los antiguos, los de la década del cincuenta, no tenían acceso para silla de ruedas y el hecho de que la parte trasera fuera abierta, sin puerta, hacía que cada tanto algún apurado por subir al autobús en movimiento se cayera y lo atropellara vehículo que venia atrás. Es cierto que se salvan tres o cuatro vidas al año, pero Londres perdió mucho al sacar de circulación los viejos autobuses. Por suerte quedan dos líneas que aún los conservan, como atracción turística.
Extrañas costumbres, como la comer en los trasportes públicos. No es que mascan un chicle o se comen un alfajor, se clavan dos hamburguesas como si nada y después tiran la basura al suelo. Por seguridad no hay cubos de basura en los andenes del subterráneo y la gente se acostumbro a tirar todo al suelo. En la vía pública hay más (aun que no muchos) lugares donde tirar la basura, con lo cual no se ve tanto, pero si se huele. En el centro de Londres se respira una atmósfera de comida chatarra. Otra cosa extraña es que un ochenta por ciento de los negocios en la zona céntrica son cadenas de comida rápida. Cientos de cadenas con cientos de locales que componen un red de miles de lugares donde comer al paso. Da la impresión de que en el ritmo de vida londinense no hay tiempo para comer. A la hora del almuerzo se ven a miles de personas comiendo mientras caminan, o se sientan en un parque nunca más de tres minutos y después siguen todos apurados.
Extraños sucesos ocurrieron justo cuando yo fui a Londres. Esa semana entraba en vigencia la prohibición de tomar bebidas alcohólicas en los trasportes públicos. Como gesto de protesta ciudadana se organizó una borrachera colectiva en una línea del “underground” que es circular. Miles de personas se pusieron a dar vueltas bajo los cimientos de Londres a la vez que se embebían hasta más no poder. Trate de asistir a tal fenómeno socio cultural pero la policía astutamente cerró los accesos a esa línea una hora antes de lo habitual.
Extraño evento me sucedió un día mientras estaba sentado en la esquina de un parque viendo los autos pasar. Justo enfrente mío había un policía con el típico casco sombrero raro que llevan en Londres haciéndose entender por señas para dirigir el tránsito. De algún lado a este tipo lo conozco, pensé. Enseguida supe de donde me sonaba y mi mente hizo una especie extraña de flash back a esas noches de mi infancia frente al televisor. El policía era igual el viejito petiso y pelado de los skech mudos de Benny Hill. Yo, que soy un fiel admirador del extraño humor ingles, nunca pensé que tal condición me trajera problemas, pero si. El tema idiomático no es tan complicado, el verdadero problema para entablar comunicación está en que los londinenses hablan igual que los Monty Python. Por lo cual tuve que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que dicen y no reírse por como lo dicen. Casi me tiene que internar en un neuropsiquiátrico cuando en mitad de la calle me empecé a destornillar de risa al oír un inglés diciendo “Nobody expects the Spanish Inquisition!"
Extraña es la oferta culinaria. En toda urbe cosmopolita moderna hay una gran variedad gastronómica oriunda de todo el mundo. Pero Londres esta fuera de escala. En un mercado del Candem hay un minúsculo patio de comidas y en menos de diez metros uno encuentra locales de comida oriental, indonesa, china, de Marruecos, asiática, japonesa, tailandesa e india. Esta superposición de opciones gastronómicas me llevo a encontrar la palabra que mejor describe a Londres: Colage. Londres es un extraño colage de arquitecturas, de comida, de etnias, y de sub culturas urbanas a una escala gigantesca.
Extraño, sobre todas las cosas, es que en Londres todas estas personas conviven en armonía. Un típico señor inglés puede estar sentado al lado de un punk en el autobús y está todo bien. Nadie mira a nadie con desprecio o con miedo. Existe una ley no escrita en Londres “Todo el mundo es libre de vestir, peinarse y actuar como quiera que será tratado con respeto y dignidad mientras él trate con respeto y dignidad a los demás” Da la impresión que no existen esos juicios (o prejuicios) tan típicos que la gente tiene cuando va por la calle Si te veo en una calle oscura me cruzo a la acera de enfrente ó Que cara de boludo te hace ese peinado.
Extraño colage de frikys, señoritos ingleses, góticos, oficinistas y punkys es la ciudad. Este salpiqué de comida chatarra de todo el mundo, de edificios de todas las épocas, de gente de todo el planeta. Estas pinceladas de extraños eventos que quizás no terminan de cuajar de una forma bella pero si armoniosa gracias al absoluto respetó por el prójimo lo que convierte a Londres en una ciudad muy atractiva.
– Si - respondí
– ¿Es lindo?
– No
Me puse a recordad los siete días que estuve en Londres. No es una ciudad bella, es atractiva, pero sobretodo es un lugar extraño.
Extraño es el paisaje urbano. Los suburbios con esas cuadras interminables de casitas iguales, blancas o con ladrillo a la vista. Grandes parques o pequeñas zonas verdes por todos lados. Los teléfonos públicos rojos, al igual que esos autobuses de dos pisos. Claro que ya no son los míticos que uno siempre ve en la tele, hace tres años los reemplazaron por otros más modernos, también de dos pisos. Al parecer los antiguos, los de la década del cincuenta, no tenían acceso para silla de ruedas y el hecho de que la parte trasera fuera abierta, sin puerta, hacía que cada tanto algún apurado por subir al autobús en movimiento se cayera y lo atropellara vehículo que venia atrás. Es cierto que se salvan tres o cuatro vidas al año, pero Londres perdió mucho al sacar de circulación los viejos autobuses. Por suerte quedan dos líneas que aún los conservan, como atracción turística.
Extrañas costumbres, como la comer en los trasportes públicos. No es que mascan un chicle o se comen un alfajor, se clavan dos hamburguesas como si nada y después tiran la basura al suelo. Por seguridad no hay cubos de basura en los andenes del subterráneo y la gente se acostumbro a tirar todo al suelo. En la vía pública hay más (aun que no muchos) lugares donde tirar la basura, con lo cual no se ve tanto, pero si se huele. En el centro de Londres se respira una atmósfera de comida chatarra. Otra cosa extraña es que un ochenta por ciento de los negocios en la zona céntrica son cadenas de comida rápida. Cientos de cadenas con cientos de locales que componen un red de miles de lugares donde comer al paso. Da la impresión de que en el ritmo de vida londinense no hay tiempo para comer. A la hora del almuerzo se ven a miles de personas comiendo mientras caminan, o se sientan en un parque nunca más de tres minutos y después siguen todos apurados.
Extraños sucesos ocurrieron justo cuando yo fui a Londres. Esa semana entraba en vigencia la prohibición de tomar bebidas alcohólicas en los trasportes públicos. Como gesto de protesta ciudadana se organizó una borrachera colectiva en una línea del “underground” que es circular. Miles de personas se pusieron a dar vueltas bajo los cimientos de Londres a la vez que se embebían hasta más no poder. Trate de asistir a tal fenómeno socio cultural pero la policía astutamente cerró los accesos a esa línea una hora antes de lo habitual.
Extraño evento me sucedió un día mientras estaba sentado en la esquina de un parque viendo los autos pasar. Justo enfrente mío había un policía con el típico casco sombrero raro que llevan en Londres haciéndose entender por señas para dirigir el tránsito. De algún lado a este tipo lo conozco, pensé. Enseguida supe de donde me sonaba y mi mente hizo una especie extraña de flash back a esas noches de mi infancia frente al televisor. El policía era igual el viejito petiso y pelado de los skech mudos de Benny Hill. Yo, que soy un fiel admirador del extraño humor ingles, nunca pensé que tal condición me trajera problemas, pero si. El tema idiomático no es tan complicado, el verdadero problema para entablar comunicación está en que los londinenses hablan igual que los Monty Python. Por lo cual tuve que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que dicen y no reírse por como lo dicen. Casi me tiene que internar en un neuropsiquiátrico cuando en mitad de la calle me empecé a destornillar de risa al oír un inglés diciendo “Nobody expects the Spanish Inquisition!"
Extraña es la oferta culinaria. En toda urbe cosmopolita moderna hay una gran variedad gastronómica oriunda de todo el mundo. Pero Londres esta fuera de escala. En un mercado del Candem hay un minúsculo patio de comidas y en menos de diez metros uno encuentra locales de comida oriental, indonesa, china, de Marruecos, asiática, japonesa, tailandesa e india. Esta superposición de opciones gastronómicas me llevo a encontrar la palabra que mejor describe a Londres: Colage. Londres es un extraño colage de arquitecturas, de comida, de etnias, y de sub culturas urbanas a una escala gigantesca.
Extraño, sobre todas las cosas, es que en Londres todas estas personas conviven en armonía. Un típico señor inglés puede estar sentado al lado de un punk en el autobús y está todo bien. Nadie mira a nadie con desprecio o con miedo. Existe una ley no escrita en Londres “Todo el mundo es libre de vestir, peinarse y actuar como quiera que será tratado con respeto y dignidad mientras él trate con respeto y dignidad a los demás” Da la impresión que no existen esos juicios (o prejuicios) tan típicos que la gente tiene cuando va por la calle Si te veo en una calle oscura me cruzo a la acera de enfrente ó Que cara de boludo te hace ese peinado.
Extraño colage de frikys, señoritos ingleses, góticos, oficinistas y punkys es la ciudad. Este salpiqué de comida chatarra de todo el mundo, de edificios de todas las épocas, de gente de todo el planeta. Estas pinceladas de extraños eventos que quizás no terminan de cuajar de una forma bella pero si armoniosa gracias al absoluto respetó por el prójimo lo que convierte a Londres en una ciudad muy atractiva.
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