viernes, 29 de agosto de 2008

Comenzar con el pie derecho

El viaje empezó como se debe empezar un viaje: Complicado. A mi me llevaba hasta la estación de tren un colega en coche, pero debido a la suma de muchos pequeños retrasos llegué justo a tiempo. Peor fue el caso de Natalia que se olvidó el portadocumentos, con los documentos dentro. Pero finalmente después de correr como locos, de meter en el camarote las dos mochilas, más dos valijas, más tres bolsos, más una mochila de mano, más tres bolsitas, más un cuadro y de despedirnos de aquellos que nos acompañaron a la estación, partimos rumbo Milán. Las razones para llevar todo ese equipaje son dos:
1. Al abandonar la ciudad de Barcelona decidimos también abandonar parte de nuestras pertenencias en ella. Pero aquellas cosas que no queremos abandonar ni llevar de viaje se quedan guardadas en la casa del hermano de Natalia cerca de Milán.
2. Natalia, a pesar de su inclinación sexual, sigue siendo una minita.
Por suerte el camarote era para cuatro personas pero solo viajábamos nosotros dos. Al rato del viaje vino la azafata a abrirnos la cama y otro rato después nos tiramos a dormir. Media hora antes de llegar la misma azafata nos despertó. En Milán descargamos todas nuestras pertenencias en el anden donde nos encontramos con el hermano de Natalia que nos vino a buscar.
Cuando salíamos de la estación se me acercó un italiano con un perro mugroso y me dijo algo que no entendí. Yo creyendo que esta persona era un punki / mendigo / taxista / vendedor de pelotudeces lo espante de una manera no muy amable. Fue entonces cuando sacó una placa de policía. Al darme vuelta veo que otro policía de civil y cinco uniformados estaban rodeando a Natalia y a su hermano. La policía es igual en todo el mundo: Prepotente, arrogante y rompe bolas. Por suerte la policía italiana no es corrupta a nivel ciudadano (sino mucho mas arriba) con lo cual no había riesgo de que nos pidan una "contribución" ni tampoco que se excedan demasiado en los malos tratos físicos. Dijeron algo como que el perro había olido sustancias ilegales y que iban a pasar a revisar todo nuestro equipaje. Amablemente nos escoltaron hasta su oficina donde procedieron a llamar a una oficial mujer para que revise a Natalia y empezaron a inspeccionar mi riñonera, prestando especial atención a los preservativos (como buen ex boyscaut yo estoy siempre listo). Repetidas veces nos advirtieron de que si teníamos algo lo cominicásemos y solo tendríamos una multa. En cambio si nosotros lo negábamos y ellos encontraban algo iba a ser mucho peor. Repetidas veces nosotros les dijimos que no teníamos nada y que procedan al revisar todo, pero rápido porque si seguíamos hablando el tiempo pasaba y no queríamos estar todo el día en la estación. Si los italianos no se destacan por hablar bajo los policías italianos menos. Y tanto Natalia como su hermano no se pueden describir como personas de suaves trato y caracter. Ambos poseen sangre italiana. Con lo cual entre grito va grito viene los policías se convencieron de nuestra inocencia. O quizá simplemente no tenían ganas de pasarse cuatro horas desarmando todo nuestro equipaje. Después de diez minutos de circo nos dejaron partir.
Así comenzó nuestro viaje. Veremos que otras aventuras nos deparan y, esperemos, no tengamos muchos más encuentros con la ley.

jueves, 21 de agosto de 2008

El hada Madrina

Siempre fui una persona muy curiosa y creó que eso lo herede de mi Madrina. Recuerdo que durante mi adolescencia ella siempre tenía una pregunta en la boca: ¿Cómo te fue este año en la escuela? ¿Por qué no te cortas ese pelo de delincuente? ¿Acaso no sabes lo que es lavar la ropa? ¿A qué hora llegaste anoche?
En el verano que yo termine la primaria y tenia que decidir que tipo de secundario cursar para de esta forma sacar el máximo provecho a lo que seria mi vida laboral adulta mi Madrina me pregunto:
- ¿Qué querés hacer cuando seas grande?
- Viajar por Europa - dije yo siendo un borrego.
No se por que dije eso ni se de donde surgía ese deseo, pero allí estaba. El hada Madrina de los cuentos pregunta cual es tu deseo y simplemente agitando su varita mágica se convierten en realidad. En el mundo real materializar este sueño me costó esfuerzo, determinación, trabajo, voluntad, superar mis propios miedos y limitaciones. Pero fue mi Madrina en el mundo real la que me hizo descubrir mi deseo y no solo eso, ella fue y es un ejemplo a la hora de tener un propósito y entregarse de lleno para conseguirlo. Hoy, década y media después de aquella charla, cierro los ojos y dejo que una voz surja en mi cabeza ¿Qué querés hacer? Yo trato de responder de corazón y que ese deseo sea el que guíe mis pasos.
Ahora comienza este gran viaje, con el cual soñé desde niño. Voy con la compañía de Natalia, una gran amiga. Mientras desmonto mi habitación y me vuelvo a quedar sin un solo espacio mío, sin nada que se asemeje a una casa me entra una especie de inseguridad que me dice que estoy loco, que me deje de joder, que siente cabeza. Pero vuelvo a cerrar los ojos, pienso que el mundo es mi hogar y que, como canta mi Madrina cuando esta feliz, la vida la vivo a mi manera.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Colage

– ¿Te gusto Londres? – me pregunto un colega hace unos días
– Si - respondí
– ¿Es lindo?
– No
Me puse a recordad los siete días que estuve en Londres. No es una ciudad bella, es atractiva, pero sobretodo es un lugar extraño.
Extraño es el paisaje urbano. Los suburbios con esas cuadras interminables de casitas iguales, blancas o con ladrillo a la vista. Grandes parques o pequeñas zonas verdes por todos lados. Los teléfonos públicos rojos, al igual que esos autobuses de dos pisos. Claro que ya no son los míticos que uno siempre ve en la tele, hace tres años los reemplazaron por otros más modernos, también de dos pisos. Al parecer los antiguos, los de la década del cincuenta, no tenían acceso para silla de ruedas y el hecho de que la parte trasera fuera abierta, sin puerta, hacía que cada tanto algún apurado por subir al autobús en movimiento se cayera y lo atropellara vehículo que venia atrás. Es cierto que se salvan tres o cuatro vidas al año, pero Londres perdió mucho al sacar de circulación los viejos autobuses. Por suerte quedan dos líneas que aún los conservan, como atracción turística.
Extrañas costumbres, como la comer en los trasportes públicos. No es que mascan un chicle o se comen un alfajor, se clavan dos hamburguesas como si nada y después tiran la basura al suelo. Por seguridad no hay cubos de basura en los andenes del subterráneo y la gente se acostumbro a tirar todo al suelo. En la vía pública hay más (aun que no muchos) lugares donde tirar la basura, con lo cual no se ve tanto, pero si se huele. En el centro de Londres se respira una atmósfera de comida chatarra. Otra cosa extraña es que un ochenta por ciento de los negocios en la zona céntrica son cadenas de comida rápida. Cientos de cadenas con cientos de locales que componen un red de miles de lugares donde comer al paso. Da la impresión de que en el ritmo de vida londinense no hay tiempo para comer. A la hora del almuerzo se ven a miles de personas comiendo mientras caminan, o se sientan en un parque nunca más de tres minutos y después siguen todos apurados.
Extraños sucesos ocurrieron justo cuando yo fui a Londres. Esa semana entraba en vigencia la prohibición de tomar bebidas alcohólicas en los trasportes públicos. Como gesto de protesta ciudadana se organizó una borrachera colectiva en una línea del “underground” que es circular. Miles de personas se pusieron a dar vueltas bajo los cimientos de Londres a la vez que se embebían hasta más no poder. Trate de asistir a tal fenómeno socio cultural pero la policía astutamente cerró los accesos a esa línea una hora antes de lo habitual.
Extraño evento me sucedió un día mientras estaba sentado en la esquina de un parque viendo los autos pasar. Justo enfrente mío había un policía con el típico casco sombrero raro que llevan en Londres haciéndose entender por señas para dirigir el tránsito. De algún lado a este tipo lo conozco, pensé. Enseguida supe de donde me sonaba y mi mente hizo una especie extraña de flash back a esas noches de mi infancia frente al televisor. El policía era igual el viejito petiso y pelado de los skech mudos de Benny Hill. Yo, que soy un fiel admirador del extraño humor ingles, nunca pensé que tal condición me trajera problemas, pero si. El tema idiomático no es tan complicado, el verdadero problema para entablar comunicación está en que los londinenses hablan igual que los Monty Python. Por lo cual tuve que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que dicen y no reírse por como lo dicen. Casi me tiene que internar en un neuropsiquiátrico cuando en mitad de la calle me empecé a destornillar de risa al oír un inglés diciendo “Nobody expects the Spanish Inquisition!"
Extraña es la oferta culinaria. En toda urbe cosmopolita moderna hay una gran variedad gastronómica oriunda de todo el mundo. Pero Londres esta fuera de escala. En un mercado del Candem hay un minúsculo patio de comidas y en menos de diez metros uno encuentra locales de comida oriental, indonesa, china, de Marruecos, asiática, japonesa, tailandesa e india. Esta superposición de opciones gastronómicas me llevo a encontrar la palabra que mejor describe a Londres: Colage. Londres es un extraño colage de arquitecturas, de comida, de etnias, y de sub culturas urbanas a una escala gigantesca.
Extraño, sobre todas las cosas, es que en Londres todas estas personas conviven en armonía. Un típico señor inglés puede estar sentado al lado de un punk en el autobús y está todo bien. Nadie mira a nadie con desprecio o con miedo. Existe una ley no escrita en Londres “Todo el mundo es libre de vestir, peinarse y actuar como quiera que será tratado con respeto y dignidad mientras él trate con respeto y dignidad a los demás” Da la impresión que no existen esos juicios (o prejuicios) tan típicos que la gente tiene cuando va por la calle Si te veo en una calle oscura me cruzo a la acera de enfrente ó Que cara de boludo te hace ese peinado.
Extraño colage de frikys, señoritos ingleses, góticos, oficinistas y punkys es la ciudad. Este salpiqué de comida chatarra de todo el mundo, de edificios de todas las épocas, de gente de todo el planeta. Estas pinceladas de extraños eventos que quizás no terminan de cuajar de una forma bella pero si armoniosa gracias al absoluto respetó por el prójimo lo que convierte a Londres en una ciudad muy atractiva.