viernes, 26 de noviembre de 2004

Por la manchega llanura

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre prefiero no acordarme, no hace mucho tiempo que transitaba un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran dormilon y amigo de la caza. Quieren decir que tenía por nombre “Pablo”. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad... Esta historia ya me suena, pero mejor empecemos por el principio, para ver como este noble caballero llegó a las tierras castellanas.
Un amigo de un flaco que conocí en un rodaje tiene un empresita que monta la decoración en discotecas. Necesitaba mano de obra barata para irse un día a Toledo y otro a Avila a trabajar, por lo que recurrió a mí. El viaje fue apacible, manejando el furgoncito por la autopista, atravesé la desértica tierra conocida como Cataluña, la meseta castellana y adentre me en Castilla La Mancha.
Llegué para el tiempo de la cena a Toledo. Me hice de un mapa de la parte antigua y empecé a hacer vida de turista. Toledo es increíble, es una ciudad de más de mil años, llena de desniveles por ser un pueblo “colgado de un barranco” con construcciones antiquísimas. Cerca de media noche, extenuado por la jornada, me fui a dormir. Temprano me levanté al día siguiente, desayuné sin prisa y salí a pasear otra vez más por el casco antiguo. Toledo es la capital de la actual comuna de Castilla La Mancha, lo cual la convierte en el lugar ideal para conseguir todo tipo de merchandasing del Quijote. Además es la cuna del famoso acero español. Acero que en el pasado era el mejor y con el cual se construían las armaduras y las espadas de los caballeros. De hecho fue la fábrica más importante de espadas y armaduras de Toledo la que hizo todas las espadas y armaduras para la película de “El señor de los anillos”. O eso dicen los comerciantes de la zona. Como Toledo es una ciudad montada para el turismo, en cada cuadra te encontrás con tres o cuatro negocios de “artesanías” lleno de quijotes, armaduras, espadas y por supuesto el escaparate dedicado a todo lo del Señor de los Anillos. Pero lo más gracioso son los nombres de los monumentos históricos religiosos. La mezquita “La luz de Cristo” o sinagoga “Santa Maria Virgen”. Tienen esos nombres porque en la reconquista de España los católicos rebautizaron todos los templos musulmanes y judíos.
Por la tarde y la noche me tocó trabajar y temprano al día siguiente partí para Ávila, una ciudad también muy antigua, a unos 200 km. El viaje fue tranquilo, por un camino de montaña que subía y subía. Dos cosas me parecieron impresionantes del lugar. Primero la muralla antigua. Grandes piedras formando una mole de quince metros de alto y cuatro de ancho. La segunda es el frío que hacia. Ay, cómo me cague de frío. Yo con mi puto vaquero mientras mi pantalón de polar se moría de risa en Barcelona. Por suerte tenia los escarpines que las manos de hada de mi abuela me tejieron para mi cumpleaños. Contrariamente a Toledo, Ávila no es una ciudad turística, por lo que no hay tantos negocios. De lo que sí me pude informar es que la ciudad data de más de mil cuatrocientos años, pero la muralla sólo de ochocientos. Avila es muy muy chiquita, pero es un sueño.
Meterme en esas dos ciudades fue como meterme en la época medieval. Espadas, armaduras, ciudades amuralladas. A pesar de estar cansado por lo trabajado, me lo pasé muy bien.
Al otro día desayuné rápido, para estar temprano otra vez en ruta. Atravesé media España y pude ver los molinos que por cientos aparecían en la meseta. Hoy en su versión siglo XXI, transformados de molinos de maíz a grandes generadores eléctricos impulsados por el viento. Con la vista de estos gigantes se terminó mi viaje al corazón de Don Quijote de La Mancha.

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