lunes, 12 de julio de 2004

¡¡¡olalá... París!!!

París es hermoso. Es LA ciudad para ir enamorado. Salir a caminar es en sí mismo una experiencia increíble. La gran putada de París es el clima (la otra gran putada son los parisinos, pero ese es otro tema). Con Cecilia fuimos a pasear un día por el barrio “Marais”, barrio tradicionalmente gay de Paris. Caminamos desde allí hasta la Bastilla, lugar donde ocurrió algo que tiene que ver con la Revolución pero no se bien qué. Después hasta las islas en el Sena. Para los incultos (como yo) que se pasaban la hora de geografía jugando al ahorcado (como yo) Paris está atravesada justo a la mitad por el río Sena. En el centro hay dos pequeñas islas, de una, dos, o tres cuadras cuando mucho. En una de ellas se encuentra la catedral de Nôtre Dame. Una maravilla. No se puede describir con palabras la sensación de estar ahí dentro. Tiene mil cosas curiosas, pero sin duda lo más curioso es que la catedral está firmada. Como un cuadro, el arquitecto que la reconstruyó en el siglo XIX firmó su obra. Pero eso no es todo: sobre el techo se eleva una especie de cúpula y de ella bajan los apóstoles. Todos con la cabeza gacha y cara triste, después de la crucifixión. Pero la escultura de San Pedro (El primer Papa y fundador de toda la iglesia si no mal no recuerdo) fue reemplazada por una estatua del arquitecto, subiendo y felizmente sonriendo, admirando su propia obra. Tiene cara de estar diciendo “Después de la divina, la mía es la creación mas grande que hay”. Modestia, lo que se dice modestia el tipo este no tenía. Subir los 442 escalones de la infinita escalera caracol para llegar al campanario vale la pena. Al llegar a los balcones generales, uno encuentra a las famosas Gárgolas y Quimeras, esas extrañas aves nocturnas, representación de espíritus malignos y oscuros de mitologías paganas que nadie tiene ni puta idea de por qué protegen un templo cristiano.
Luego seguimos con nuestra caminata de reconocimiento por los bordes del Sena hasta llegar a la Torre Eiffel. Cuando uno mira un mapa de Paris se da cuenta de que es una ciudad chica. Pero tampoco hay que tomárselo tan a pecho. Uno mira en el mapa y dice “desde acá hasta acá son unos… ocho o diez centímetros” El problema es aplicarle la escala. Toda la caminata a orillas del Sena nos llevó casi tres horas. Y aunque es largo, es un paseo hermoso. Caminamos hacia el fin de la tarde, observando las barcas pasearse por el Sena, mientras en el horizonte atardecía.
La silueta de la Torre Eiffel contra el cielo se recortaba ya desde lejos, pero nos metimos por un camino desde el cual no se veía nada hasta de la torre. De repente uno dobla y aparece justo en la base. La imponente construcción que salta delante de los ojos. La verdad es que no esperaba mucho de la Torre Eiffel. Uno la vio tantas veces en TV o por fotos, que no pensé que me fuera a impresionar, pero me equivoqué. En una ciudad donde no se construye nada con más de cinco pisos, ver ese monstruo de 330 metros, todo de hierro, construido hace mas de un siglo, impresiona. Realmente es una gran obra del ingenio humano. Sin corriente eléctrica ni combustión a base de petróleo se mandaron unos ascensores que se utilizaron por más de 90 años. La Torre tiene tres niveles. A los dos primeros se accede tanto por ascensor como por escalera, al último sólo por ascensor. Es algo realmente digno de conocer, la vista de todo París desde el tercer nivel es magnifica.
El Arco del Triunfo es lindo, un clásico que hay que hacer, linda vista de Paris para la foto, pero nada más, de hecho me molesta eso de “El más grande monumento a las victorias del más grande ejercito: el francés” Todos sabemos que esa frase encierra al menos tres mentiras. Luego nos metimos en una capillita increíble, la Sainte Chapelle, la mandó a construir Luis IX para las reliquias de Cristo. Es decir para la corona de espinas y parte del madero de la cruz. Lo curioso es que la planta superior no tiene paredes, solo hay vitraux y algunas columnas que sostienen el techo.
La verdad es que Paris es un sueño. Es una de las ciudades más bellas en las que he estado. Su belleza es rara de definir. No sólo proviene de su tan peculiar arquitectura, de sus angostas calles o de su minúsculos bares, del río que la atraviesa. Hay algo más, algo que flota en el aire, es la magia de esa ciudad y uno se impregna de ella con cada bocanada de aire frío. Es un lugar único y fantástico, al que espero volver algún día.

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