sábado, 31 de octubre de 2009

Las enseñanzas de Don Sabino

Primero atravesé medio Ecuador en Bus para llegar a un pueblo metido en la selva, después abordé una avioneta que sobrevoló durante media hora el amazonas para depositarme en Sarayacu, una pequeña comunidad quechua.
En este lugar tuve la oportunidad de participar en una minga. Un sábado cada dos meses el jefe del pueblo (que cambia cada año y es obligatorio que cada hombre con mujer e hijos ejerza el mando aunque sea una vez) decide un trabajo comunitario que todo el pueblo realiza en conjunto. Puede ser la limpieza del cementerio, arreglar algún camino, reparar algún puente sobre el río. A la mañana se realiza esta actividad, al mediodía cada familia vuelve a su casa a comer, lavarse y ponerse ropa de fiesta, que incluye pintura en la cara en algunos casos. Por la tarde se hace un recorrido por las diferentes casas de las familias. Los hombres tocan el tambor, las mujeres bailan y sirven chicha. Ésta es una bebida alcohólica que se fabrica a base de yuca. Primero se la hierve y luego las mujeres la mascan hasta que queda como puré, después la escupen en una gran vasija de barro donde fermenta de dos a cuatro días. Esto es mezclado con agua y servido en un cuenco que va pasando de persona en persona. Cada casa tiene grandes cantidades de chicha y cada vez que alguien va de visita se le sirve chicha y más chicha. No aceptar esta ofrenda es una ofensa para esa familia.
Además junto al chamán de la aldea, un hombre de noventa años, preparamos Ayahusca. Ésta es la bebida sagrada que el chamán usa para tener visiones, invocar a los espíritus y curar males de la gente de la tribu. Realizando una pequeña ceremonia yo he bebido este néctar, pero sus efectos en mí fueron más bien vómitos y algún malestar estomacal. Pero más allá de que la Ayahuasca no tuvo en mí el efecto que yo deseaba, pasar unos días con el chamán, en cuya casa me alojé, fue instructivo para comprender un poco sus creencias, así como ver las plantas medicinales de la selva.
Esta comunidad tiene la particularidad de ser muy unida y poseer un fuerte espíritu de lucha. Bajo sus tierras se encontró petróleo y el gobierno de Ecuador intentó con el ejército desplazarlos en el año 2003, pero ellos resistieron, según cuentan la lucha armada estuvo muy próxima a explotar. Hoy se encuentran en juicio contra el Estado en la corte Panamericana de los derechos humanos. Muchos jóvenes salen de la aldea a estudiar en la universidad, pero gran parte vuelven convertidos en doctores, abogados, ingenieros o bioquímicos. Vuelven porque saben que sin su presencia la comunidad muere y las petroleras entran en la región. Ellos no pretenden vivir igual que sus abuelos, al fin y al cabo yo tampoco lo hago. Aceptan la tecnología siempre y cuando sea sustentable, ya que el respeto por la tierra y la naturaleza es parte fundamental de sus creencias. Por ejemplo la gran mayoría de las casas tienen electricidad, generada por medio de unos paneles solares. El pueblo cuenta con un centro de internet satelital, en el aula de computación de los jóvenes, porque reconocen que la comunicación en esta era es algo fundamental.
Puede que sean esos jóvenes los que nos enseñen un poco cómo encontrar un equilibrio entre el progreso y la ecología. Ellos quizás puedan trasmitirnos esa convicción de que con el uso de tecnología sustentable se pueden obtener suficientes recursos naturales para todos los que habitamos este planeta sin destruirlo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Desplumado en Cuenca

Arribé a Cuenca desanimado. Me robaron la PC y el MP3 player. Me robaron de la manera mas estúpida, sin que yo me de cuenta siquiera. Supongo que tantos años en Europa oxidaron mis instintos. En otra época de mi vida no hubiese descuidado por treinta segundos la mochila, el único descuido de todo el viaje y en ese tiempo de desplumaron.
Un tanto abatido por la pérdida en los días que estuve en Cuenca me dediqué a la burocracia legal, ir a cuatro dependencias policiales y que cada una me mandara a otro lugar porque a ellos no le correspondía tomarme la denuncia, a faxear documentos a mi compañía de seguro y a la vez recorrer esta colonial ciudad. Quizás el título de patrimonio de la humanidad le queda grande si uno la compara, por ejemplo, con Colonia Uruguay. Pero su arquitectura hispánica alzada al costado de un arroyo dotan a la ciudad de un encanto particular. Vale la pena pasar unos días aquí.
Me pareció llamativo que todo el mundo respira una cierta paranoia constante por temor al robo. Nunca camines solo de noche. De la disco tomate un taxi a la casa y que el taxi te espere hasta que entres y cierres la puerta. No salgas a la calle con cámara de fotos u objetos de valor. Tiempo atrás leí en algún lado que existe una gran diferencia entre la inseguridad real, de estadística, y la subjetiva que es la que la gente siente. Estoy seguro que Cali, Colombia es más inseguro que Cuenca, Ecuador. Pero allá la gente vive más despreocupada. Acá la paranoia y el miedo están exagerados. Si bien es cierto que me afanaron la laptop, también es cierto que me metí, en busca de un poco de carbón para hacer un pseudo asado, en un callejón sin salida ni luz. De esos que aparecen en las películas de terror antes de que un loco con motosierra mutile al turista desprevenido. Pero nada paso.
Habiendo realizado toda la burocracia necesaria y reponiéndome de mi descuido que generó que me robaran abandoné la ciudad de Cuenca. Lugar interesante que, a pesar de haber sido víctima de un delito, disfrute mucho gracia a la compañía de un grupo de yanquis que viven en ella.

viernes, 23 de octubre de 2009

Ocio

Como no quería pasar por la parte tropical del mundo sin ir a la playa, averigüé por algún poblado costero para pasar unos días. Me recomendaron uno que, paradojicamente, se llama montañita. Este paraje, que uno recorre de punta a punta en media hora, se destaca por ser la meca del surf. Todo el pueblo está montado para turistas surferos. Los hostales tiene decoración de surf, las tiendas venden ropa de surf, hay negocios donde se venden tablas de surf y muchos adolescentes se ganan la vida dando clases de surf. Yo no practico surf, y si bien nadar es una actividad que cada vez me gusta más, no tengo interés alguno en aprender a surfear. Por tal motivo en este pueblo me dediqué a hacer nada. Despertarme tarde, buscar un lugar para desayunar, cuando el sol se ponía bravo a la hora del medio día buscaba refugio en mi hostal y en mi libro. Por la tarde nadar en el mar hasta que la noche o el frío me ganase y entonces a calentar el cuerpo con una cena liviana y bailar música reggae en la playa junto a una fogata.
Esos días que estuve en Montañita tuve el placer de despertarme sin nada que hacer, sin catedrales que ver, sin museos que visitar, sin ciudades que conocer, solamente la hamaca, el mar, mi libro y la cerveza. Pero mi cabeza inquieta y mi alma hiperactiva al tercer día me dijeron basta ya de tanto relajo y volví a ponerme en marcha.

domingo, 11 de octubre de 2009

La mitad del mundo

Quito es una ciudad no muy grande, pero que se hace enorme por la ineficacia del transporte. Distancia que de noche en taxi uno hace en menos de diez minutos durante el día tarda como una hora. Encima hay que hacer trasbordo porque la red de buses no esta muy bien pensada, de hecho dudo que este pensada en absoluto. Pero más allá de este inconveniente tan latinoamericano hay que decir que la cuidad tiene un pequeño encanto al estar construida sobre diferentes lomas, con lo cual toda la ciudad esta en subida y en bajada. En una de estas lomas se encuentra una gran virgen que vigila la ciudad y está situada de forma tal que si uno se para cerca del altar de la basílica, a kilómetros de la virgen, puede divisarla perfectamente enmarcada en una ventana con forma de corazón que esta sobre la puerta mayor de la basílica. Ésta última, dicho sea de paso, en una réplica de la parisina Notre Dame, pero diez veces más chica. Una maravilla en Quito es una iglesia que dice ser la más representativa del barroco americano del continente. El barroco nunca me gustó, pero he de reconocer que esta iglesia, toda decorada en pan de oro, es un verdadero regocijo visual.
Uno no puede estar en Quito y no ir a la mitad del mundo. Esto es como una especie de museo/parque temático, a una hora de la ciudad, situado donde un grupo de franceses a principios del siglo pasado midieron la línea del ecuador. La verdad es que el parque es muy aburrido. Feria de artesanías con precios que triplican a los del mercado de la ciudad, restaurantes y un gran monumento en donde los franceses dijeron que ese era el ecuador. Pero resulta que con la moderna tecnología satelital del GPS se descubrió que los franceses le erraron. El monumento esta a unos doscientos cuarenta metros al sur de la verdadera línea del ecuador, que pasa justo fuera del predio del parque. Un vecino, viendo que la línea real pasaba por su propiedad, montó un segundo museo. Mucho más modesto que el primero pero mucho más entretenido. En el se describen un poco las diferentes tribus aborígenes del Ecuador y su relación con el sol. Este museo, aparte de poseer una piel de anaconda de siete metros, dos boas constrictoras, muchos bichos del amazonas y una cabeza humana reducida, tiene la demostración práctica del efecto Coriolis. A una pequeña tina desvencijada se la llena de agua, la ponen sobre la línea del ecuador y al soltar el tapón el agua cae rectamente. La misma tina con el mismo agua se la mueve tres metros al norte y cae formando un remolino en contra del sentido horario, mientras que cuando se la lleva tres metros al sur el agua vuelve a caer en forma de remolino, pero girando en sentido horario.
Quito tiene un firmamento privilegiado. Si uno es capaz de soportar el frió nocturno, se encuentra con que en el cielo se puede ver tanto la osa mayor como la cruz del sur, cuando no está nublado o lloviendo. Habiendo recorrido varias veces el centro histórico, asombrándome con los extraños efectos que se dan lugar en la latitud 0°0´0” y bebido unas merecidas cervezas con gente quitense abandoné la ciudad en busca de climas más veraniegos.

martes, 6 de octubre de 2009

Calor Tropical

Llegué a Cali con la idea de quedarme tres o cuatro días y terminé quedándome más de diez. Cali es una ciudad/pueblo al sur de Colombia. Se puede decir que el centro, la parte histórica y las iglesias dignas de ser vistas se visitan en un día. El zoológico, el mejor del país y probablemente de esta parte del continente toma otra tarde. Cali tiene fama de ser un lugar de mucha rumba, palabra local para describir fiesta o pachanga. Pero yo no soy demasiado aficionado a ella. De hecho en las afueras de Cali hay un barrio que por no ser jurisdicción de la ciudad los bares y discotecas tienen permiso para estar abiertos toda la noche hasta las ocho de la mañana, barrio al que nunca he ido. Algo tiene que ver con la prolongación de mi estadía el Festival internacional de Salsa, disciplina en la cual la ciudad se quiere lanzar como capital mundial. El festival dio la oportunidad de ver a las mejores parejas y grupos del mundo en este arte, así como asistir a conciertos.
Supongo que pasar tantos días en esta cuidad se puede asociar al clima; hace entre 20° C y 30° C día y noche, invierno y verano. Algún despistado podrá decir que mi estancia en la ciudad está relacionada con el gran espectáculo visual que ofrecen las caleñas, algunas, gracias a lo que la naturaleza les dio y otras gracias a la industria de la cirugía plástica. En Cali, según dicen, se concentra el mayor número de centros de cirugía estética del país, e incluso atrae por su precio y calidad a mujeres de toda Centroamérica. Es gracioso ver en las tiendas de ropa a los maniquíes, que ya de fábrica son voluptuosos, como le agregan tamaño persiguiendo un modelo de belleza a veces desproporcionadamente grande.
Pero la verdad es que el mayor aliciente para quedarme en la ciudad fue su gente. Ya me había pasado en Bogotá, donde el grupo de personas con el que me cruce fue entrañablemente cálido. Pero en aquella ciudad mi viaje recién empezaba y todavía estaba atado a esas estructuras de la vida rutinaria que hicieron apegarme demasiado al plan de fechas trazado. En Cali mi mente se empezó a liberar. El día que tenía planeado irme, con la mochila ya armada y todo listo, faltando tres horas para tomar el bus mi corazón dijo “quedate un poco más” y así lo hice.
Cali se encuentra ubicada en un valle entre dos ramas de la cordillera de los Andes. Por la zona hay muchos ríos, y una actividad muy popular es ir a pasar el día a sus orillas. Al otro lado de los Andes se encuentra San Cipriano, un pueblo que no tiene carretera y la única forma de llegar es por las vías del tren. Digo por las vías y no con el tren porque hace años que ya no circula. Por eso los vecinos del lugar idearon “las brujitas” como medio de transporte. Esto consiste en par de tablas a las cuales les ponen rulemanes y se les adosa una moto cuya rueda trasera va sobre la vía, entonces hace tracción para empujar a las tablas. Es una experiencia muy interesante alcanzar los cuarenta kilómetros por hora sobre unas maderas mal clavadas y rulemanes desvencijados mientras te vas internando más y más un la selva tropical.
Después de dos semanas en Cali partí rumbo sur. No se si la cuidad de Cali deba el nombre a la calidez de su gente. Probablemente no. Pero fue gracias a ellos que la frase el calor tropical paso en mi corazón a significar mucho más que un elemento climático.