El piso de la calle Ferrán, del cual ya escribí algo en el pasado, fue mi morada casi todo el tiempo que viví en Barcelona. Fue más que mi morada, fue mi hogar. Conjugo en pasado porque, nunca mejor dicho, ya fue. El contrato de alquiler inicialmente terminaba el siete de abril, pero por diversas circunstancias se adelanto al tres de febrero. De eso nos enteramos con diez días de anticipación. Esa semana y media un caótico estrés se apodero de mi vida, miles de planes de vivienda emergieron y, luego, se sumergieron en el mar del fracaso.
Cabe aclarar que la vivienda es el principal problema de los jóvenes en España. Es imposible comprar una casa. Son carísimas. La cuota promedio de cualquier hipoteca es mayor al sueldo promedio de cualquier clase media. Las hipotecas son a sesenta años y heredables, es decir que cuando uno muera, sus hijos van a tener que seguir pagando. Todo esto hace que la gente alquile y, al aumentar la demanda de alquiler aumenta el precio (libre mercado, que le dicen). Un caos.
Yo siempre definí al piso de la calle Ferran como bueno, bonito y báratro. Pero la verdad es que era mucho más, era amplio, luminoso, céntrico y sobretodo muy barato. Los planes de alquilar una nueva vivienda con la misma gente fracasaron y finalmente decidimos que cada cual se la arreglaba por su cuenta. Particularmente me instale provisionalmente en lo de mi amigo Luis. El sábado, con la ayuda de la furgoneta de un amigo realice mi mudanza. Ese sábado a la noche hicimos la fiesta reunión despedida del piso. Como cada ex habitante del piso se marchaba a una casa ya montada aprovechamos la reunión para regalar las ollas, sartenes, sofás, máquina de lavar la ropa, heladera y demás utensilios que quedaban en casa.
El domingo hicimos la última gran limpieza general y comimos afuera porque ya no teníamos en que cocinar. Ese día marcharon todos menos yo, que aproveche para hacer mi última noche. El lunes me levante, empaque las últimas tres tonterías que me quedaban y espere durante una hora que viniesen de la inmobiliaria a firmar la finalización del contrato. Prendí un puro, llené mi copa de licor y me puse a recordar los momentos vividos en esa casa. Aquel piso fue el primer y hasta ahora el único en mi vida donde realmente me valía por mi mismo. Caminé por sus habitaciones vacías, cerré la puerta de mi dormitorio y con ella cerré la etapa de mi vida en ese piso, como augurio de muchas otras etapas que se cerraran este año. Aquella fue mi primera casa después de abandonar el/los hogares de mis padres. Fue el lugar donde definitiva y rotundamente me convertí en adulto, donde solo contaba con mis recursos para vivir y sobrevivir. Era mi espacio propio, personal, donde desarrollarme. La burbuja donde uno puede descansar del resto del mundo, donde uno esta tan a gusto que instintivamente se siente bien y relajado. Me tumbé en el sofá y dándole una profunda calada al habano por primera vez entendí lo que para mi significa hogar.
Cabe aclarar que la vivienda es el principal problema de los jóvenes en España. Es imposible comprar una casa. Son carísimas. La cuota promedio de cualquier hipoteca es mayor al sueldo promedio de cualquier clase media. Las hipotecas son a sesenta años y heredables, es decir que cuando uno muera, sus hijos van a tener que seguir pagando. Todo esto hace que la gente alquile y, al aumentar la demanda de alquiler aumenta el precio (libre mercado, que le dicen). Un caos.
Yo siempre definí al piso de la calle Ferran como bueno, bonito y báratro. Pero la verdad es que era mucho más, era amplio, luminoso, céntrico y sobretodo muy barato. Los planes de alquilar una nueva vivienda con la misma gente fracasaron y finalmente decidimos que cada cual se la arreglaba por su cuenta. Particularmente me instale provisionalmente en lo de mi amigo Luis. El sábado, con la ayuda de la furgoneta de un amigo realice mi mudanza. Ese sábado a la noche hicimos la fiesta reunión despedida del piso. Como cada ex habitante del piso se marchaba a una casa ya montada aprovechamos la reunión para regalar las ollas, sartenes, sofás, máquina de lavar la ropa, heladera y demás utensilios que quedaban en casa.
El domingo hicimos la última gran limpieza general y comimos afuera porque ya no teníamos en que cocinar. Ese día marcharon todos menos yo, que aproveche para hacer mi última noche. El lunes me levante, empaque las últimas tres tonterías que me quedaban y espere durante una hora que viniesen de la inmobiliaria a firmar la finalización del contrato. Prendí un puro, llené mi copa de licor y me puse a recordar los momentos vividos en esa casa. Aquel piso fue el primer y hasta ahora el único en mi vida donde realmente me valía por mi mismo. Caminé por sus habitaciones vacías, cerré la puerta de mi dormitorio y con ella cerré la etapa de mi vida en ese piso, como augurio de muchas otras etapas que se cerraran este año. Aquella fue mi primera casa después de abandonar el/los hogares de mis padres. Fue el lugar donde definitiva y rotundamente me convertí en adulto, donde solo contaba con mis recursos para vivir y sobrevivir. Era mi espacio propio, personal, donde desarrollarme. La burbuja donde uno puede descansar del resto del mundo, donde uno esta tan a gusto que instintivamente se siente bien y relajado. Me tumbé en el sofá y dándole una profunda calada al habano por primera vez entendí lo que para mi significa hogar.
Ahora esperamos tus comentarios sobre tu vivienda en (la? el?) Carrer Espronceda. Vas a seguir buscando? (avisá así la ponemos a Nana a rezar!) Es definitivo? entonces contanos cómo es de apartamento, el barrio, etc etc.
ResponderEliminarY el resto de tu vida?
Que bonito Pablo!!, la vida adulta sí que tiene sus recompensas!! Nodejes de escribir, disfruto mucho de tus textos!!!
ResponderEliminarAnabel
Pablo, maravilloso relato del paso de la pendejada a la - primera y precaria - adultez. Qué capacidad para transmitir emociones, vivencias, desolaciones, expectativas, momentos y espacios de cierre y momentos y espacios inaugurales. Lástima que escribís de cuando en vez. El neco de morón, o séase tu padre.
ResponderEliminar