Y tenía que llegar. Luego de un mes sabático se hacia imperioso empezar a trabajar y así lo hice. El trabajo era de vendedor de latitas de coca cola y cerveza en un concierto. Un día antes nos juntaron a todos para darnos una charla y al terminar el coordinador dice “El evento es en el palacio san jousdorshusoth, el concierto de daniensoudn biseojsbvj, ¿Vale?”
Siempre tuve la curiosa cualidad de lograr que los nombres propios se me borren de la memoria diez segundos después que me los dicen. Con suerte recuerdo alguna letra y el resto las invento según disponga mi imaginación. A veces recuerdo dos o tres letras, pero siempre invierto el orden o las mezclo. Ya estoy acostumbrado después de toda una vida de dislexia. “Entendido” respondí, sin tener idea de que carajo había dicho el catalán. “Vale, les dejo el mapa del palacio, los veo mañana a las 18:50 allí ¿Vale?”
El día del concierto partí con tiempo de sobra. Agarré las llaves de la bici, el dichoso mapa y partí hacia plaza España, lugar de donde me tomaba el bondi. A mitad de camino entre mi casa y la parada me di cuenta que no tenía dinero para el colectivo. Ya no me quedaba tiempo para volver al depto y emprender otra vez el viaje, así que sólo quedaba seguir adelante, aunque no tenía idea de dónde era “adelante”. Sólo tenía tres datos: un concierto, en un palacio, y el lugar donde me tomaba el bondi. Llegué a la parada y para mi sorpresa tres colectivos paraban allí. Haciendo uso de mi memoria numérica, que funciona un poco mejor que la alfabética y confiando un poco en el azar, elegí uno para preguntar por su recorrido. Ahora sabía que el (supuesto) bondi subía al monte Montjuic. Metí la mano en el bolsillo para sacar el mapa y lo único que encontré fue un agujero, seguramente la vía de escape del puto mapa. “Piensa McFly, piensa” me dije. Agarré la bici y pedaleé hasta la base del cerro, donde la até y encaré por la escalera mecánica que subía. Pregunté a un basurero, a tres puestos ambulantes, a seis viejitas transeúntes y a una infinidad de pre adolescentes. “Mira, estoy buscando el palacio ese, donde hoy toca el tío ese” “Ah, el palacio san jodjertsdefvsadfg” o “El concierto de danienkdjfpdñmdñlfki” empezaban la mayoría de las respuestas, seguidas por alguna indicación geográfica. Así fue como llegué a la puerta principal del palacio San Jordi. Haciendo esta vez uso de mi memoria visual, que para compensar a las otras dos funciona admirablemente, visualicé el mapa en mi mente y me dirigí a la puerta de acceso al personal. Llegué a la 18:48, dos minutos antes de mi hora. Estaba esperando el coordinador, unos minutos después nos acreditamos y entramos al palacio.
Una vez dentro me dieron el uniforme, las latas y me mandaron a unas tribunas. Deberían haberme visto, pantalón blanco, remera roja y negro, gorra azul. Así vestido, todo tímido como soy, completando el cuadro con unos cuántos granos en la cara. Era el estereotipo de adolescente yanqui vendedor de fast food, excepto porque lo de la adolescencia terminó hace años. Para colmo el concierto resulto ser de David Bisbal. Yo no lo conozco, pero es una mezcla de Ricky Martin y Luis Miguel. Mezcla mal hecha, con pinta de cantante de cumbia grasa. Todo musculoso, con pelo largo, rizado y teñido de rubio, con la camisa con los tres botones superiores sin abrochar …en fin. Es él que canta ese sacrílego tema que reza “Ave María: si te tuviera nunca te dejaría, Ave María: si te alcanzara nunca te soltaría, Ave María: si te agarrara como te garch….”
Por un segundo y medio me mire a mí mismo y por primera vez en este viaje pensé “¿Qué carajo hago acá? ¿QUE PORONGA ESTOY HACIENDO?. En Argentina tengo un buen trabajo, de lo que me gusta hacer y muy bien remunerado. El aeropuerto queda unos 30 kilómetros hacia…. allá, al sur, tiro estas latas y este uniforme a la mierda y me vuelvo. Vuelvo a mi ciudad, vuelvo con mi familia, vuelvo a mi casa, vuelvo con mis amigos, si empiezo a correr en unas 5 horitas llego al aeropuerto”.
Por suerte sólo fue un segundo y medio. Después respiré hondo, recordé las razones que me trajeron hasta acá y empecé a susurrar “coca, cerveza, bien fría” Al principio con cierta timidez, pero al cabo de un rato gané confianza y terminé gritando “Lloren chicas lloren, acá están las cocas y las cervezas”
Así transcurrió mi primer jornada laboral en el viejo continente. Que El Señor no me hizo para trabajar es una revelación que tuve siendo aún un niño. Por suerte este tipo de trabajos son irregulares, porque si llego a tener que trabajar en una oficina con un horario fijo me muero de aburrimiento.