jueves, 26 de junio de 2008

Veintiocho

28 de mayo. 28 años. Londres.
Me desperté tarde. Me di una ducha relajante, desarme sin prisa la mochilita de mano que era todo mi equipaje y me fui caminado tranquilamente a la estación del “undergruond”.
Mientras viajaba en el subterráneo caí en la cuenta por primera vez que ese era el día de mi cumpleaños. Veintiocho años. Veintiocho siempre fue mi número favorito. No sólo es el día en que nací, sino un montón de acontecimientos importantes en mi vida se produjeron un veintiocho. Algunos fueron buenos y otros no, pero todos marcaron algún tipo de clik, de cambio en mi vida. Nunca creí mucho en la cábala ni en la numerología, pero cumplir veintiocho el día veintiocho de un año que empieza en dos y termina en ocho me hizo entrar en una especie de trance mítico. Tuve (y tengo) la certeza de que el año de mis veintiocho va a ser un muy buen año, sin duda quedará en mi memoria.
Inmerso en este sentimiento me bajé en Covent Garden y me puse a pasear por Londres, a disfrutar de una mañana en soledad en una ciudad donde nadie me conoce. Di unas vueltas por el Covent Garden Market, que es un antiguo mercado remodelado, lo cual lo convierte en un shopping muy bonito. Después me fui hasta la orilla norte del Thames. Caminé por la costa hasta el Big Ben, que no es un monumento al gran Benny Hill, sino el famoso reloj que uno vio en decenas de películas y cientos de fotos de Londres. Luego atravesé el St. James´s Park, donde se pueden ver pequeñas ardillas que corren por el césped, llegue hasta el Bukingham Palace y presencié el cambio de guardia de los soldados esos vestidos de rojo y con una peluca a lo Marge Simpsom, pero en negro. Almorcé en Notting Hill, luego de pasear un rato por la calle Portobello. Por la tarde fui al Candem. Esto es un barrio, o una zona, o un mercado o algo muy raro. Técnicamente es una calle comercial con tres mercados o galerías. Es como si fuera una gigantesca feria hippie, pero en lugar hippie es punk. No venden camisas de colores, colgantes con el símbolo de la paz o mini estatuas de duendecitos con cara graciosa. Venden todos los artículos necesarios para ser un punk, o un gótico, o un darky. Botas de cuero con tachas, ceniceros con formas de calaveras que les sale una serpiente por los ojos, pantalones negros, cientos de vestidos un tanto sadomasoquistas o complementos que uno se imagina que usan los vampiros. Por la noche nuevamente me llegué hasta el centro y cené en un restaurante italiano un buen plato de pasta acompañado con vino tinto.
Así terminó el día de mi cumpleaños, sin pastel, sin velitas y sin regalos pero con la maravillosa sensación de comenzar un excelente nuevo año de vida. Con la inmensa alegría de poder seguir caminando en esta tierra, con el placer enorme que me produce viajar y encontrarme, el día de mi cumpleaños, en una de las ciudades más maravillosas del mundo.

jueves, 12 de junio de 2008

El Reino del Revés

Me dijeron que en el Reino del Revés
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen yes
porque estudian mucho inglés

María Elena Walsh
27 de mayo. 27 años. Barcelona.
Me desperté temprano. Me di una ducha rápida, arme velozmente la mochilita de mano que era todo mi equipaje y me fui pitando al aeropuerto. Cuatro horas después aterrizaba en Luton, uno de los aeropuertos de Londres. El mes de Abril había sido especialmente agobiante, por lo cual decidí aprovechar la excusa de mi cumpleaños para hacer unas mini vacaciones.
En el aeropuerto me tome un autobus y en la primer curva vi un camión que venía directo de frente hacia nosotros. He de aclarar que cuando alguien ve un Scania acercándose a toda velocidad, hay medio segundo en que se le anula la capacidad lógica cerebral. Si no me creen vayan a la carretera más cercana para comprobarlo. Acá nos matamos pensé el hijo de puta viene de contramano aunque medio segundo después surgió otra voz en mi cabeza que dijo: Boludo, acá manejan al revés.
El sentido de circulación automotriz afecta un montón de ámbitos de la vida cotidiana que uno ni sospecha. No solo es que los fabricantes de autos tengan que poner el volante a la derecha o que en las rotondas se gira para otro lado. En un centro comercial estaba urgido por llegar al baño que se encontraba en una planta superior y decidí subir al trote la escalera mecánica. Encaro la de la derecha y empiezo a subir cuando me percato que siempre estoy en el mismo punto. La escalera, en lugar de subir, bajaba y yo como un mamerto haciendo ejercicio escalón tras escalón para no llegar a ningún lado. La gente caminando en las aceras van al revés produciéndose colisiones frontales entre los peatones constantemente. En las escaleras del “undergroud” la gente que baja choca con la que sube por que ignoran el cartelito que dice “conserve su izquierda”.
Teniendo en cuenta que más de la mitad de la población de Londres no es originaria de Reino Unido desplazarse por la ciudad en un caos. Tanto es el desconcierto que en cada esquina escrito sobre el asfalto hay una señal que dice "Mire a la derecha". Menos mal que tiene una flecha por que entre mi dislexia, los autos que van al revés y que todavía no me aprendí bien cual es la "left" y cual el "right" es un milagro que no me haya pasado uno de esos autobuses rojos de dos pisos por arriba.
El bus desde el aeropuerto me dejo en la estación de tren y el tren también va al revés, o al derecho, depende de donde uno lo mire. Los trenes circulan al revés de Barcelona pero igual que en Buenos Aires. Hace años, al llegar a Barcelona, me pasó que me pare en el andén mirando hacia un lado y el tren vino por la nuca. Ahora que ya me acostumbre a los trenes en Barcelona voy a Londres, me paro en al anden mirando a un costado y… ¿Por qué todos me miran? ¿Estaré despeinado? Pero no es que me mirasen a mí, sino al lugar por donde venía el tren, que ataca por retaguardia.
Me paso en Paris y también en Londres: Una ciudad con un río en el medio es fabuloso. Los puentes, los barquitos que te llevan de un muelle a otro. Cuando con el tren cruzamos el Thames por un puente la vista de la ciudad era majestuosa vista. La hubiese disfrutado enormemente si no fuera por que sabía que tanto la estación de tren King's Cross donde debía bajar como el aeropuerto de Luton están del mismo lado del río. Si yo lo estaba cruzando era que me pase. En cualquier sistema lógico de transporte ferroviario si uno se pasa de estación, se baja en la que sigue y se toma el tren que va en sentido opuesto y llega. En Londres no. Los trenes sí venían de King's Cross, pero no iban. Tuve que salir de la estación de tren, cruzar la calle y tomarme el subterráneo. Esto que parece tan fácil no lo es. Londres tiene catorce líneas de subterráneo. Pero no son líneas comunes. En algunos andenes pasan trenes de diferentes líneas. O puede suceder que un tren recorra un camino y en siguiente otro, pero son de la misma línea.
Si serán complicados los ingleses. No solo conducen al revés sino que miden en pulgadas o millas, pesan en libras, contabilizan el agua en galones y usan pounds en vez de euros. Era mi último día de veintisiete años y tenía la sensación de haberme sumergido en un bizarro universo paralelo donde las cosas parecen iguales pero son diferentes. Más que al Reino Unido sentía que había arribado al Reino del Revés.